La caja color azul mide sesenta centímetros de largo por cuarenta de ancho. Es sacada de su lugar con especial cuidado, está adornada con una manta blanca, resaltando con letras góticas el nombre “Fermín”, Finamente bordado con puntos de cruz en color negro. Abajo del texto, un crucifijo y dos aves enmarcándolo. Como base, un ramillete de bellas y multicolores flores costuradas con amor, rematando en sus orillas un encaje blanco. Así es la frazada que lo cubre.
Estoy aquí de mirona, en estrechos y laberínticos callejones, contemplando dos pares de exóticos ojos color vantablack. Son los de unas gemelas que me sonríen generando en mi cuerpo una electrizante energía, despertando mi aún viva capacidad de asombro. ¡No pude evitar piropearlas! La madre tras ellas, me escucha y agradece con su potente fuerza visual. Ella tiene la misma forma de ojos y el mismo intenso color que sus pequeñas. Pensé de inmediato en la maravilla de las herencias. Los genes definitivamente son lo único que no traiciona en la vida.
— Acérquese, ¿quiere ver? -escuché de su amable voz.
—Sí, gracias-, dije sin pensarlo, agradeciendo de inmediato en tono formal y respetuoso que me permitiera compartir su ritual. ¡Vivir esta experiencia con su familia es un regalo, se los voy a contar a mis hijos que no viven en México!, pensé emocionada.
—Si gusta puede sacar fotos o hacer un video -manifestó. Detalle que me sorprendió y por supuesto una vez más reconocí. No es falso nada de lo que he dicho, me siento halagada con esa invitación que me permite conocerlos, rescatar imágenes y hacer viajar a Don Fermín en un video a CDMX, Argentina, Mérida, Guadalajara, Colombia, España, Reino Unido y Estados Unidos de Norteamérica, lugares desde donde lo verán familiares y amigos.
Quién tuviera la suerte de don Fermín. Eso de tener muchos hijos tiene sus ventajas, siempre he pensado que las familias numerosas son encantadoras, aunque sea complejo vivir en una de ellas, se sobrevive.
La familia de él es pura algarabía, son hijos alegres y bailadores. El patriarca se jactó alguna vez de poder formar un buen equipo de fútbol; lástima que no concluyó esa idea. Durante la faena se escuchan anécdotas y añoranzas que alegran el momento. Dicen se aprendía a compartir por obligación forzada; no había de otra, la bicicleta que trajeron los Reyes Magos hace algunos años tenía bien organizados tres horarios de uso alternado para el dúo de menores. La ropa siempre reciclada hasta su triste final, cuando ya no daba para más…
Una de las mejores ventajas de familias de cuantiosos miembros, es que siempre hay con quién jugar y pelear; el mayor problema es cuando se les ocurre ir al baño al mismo tiempo. Ni hablar de tener privacidad, esa sí que estaba ausente, pues simplemente no existía. El jefe tiene reunidos a sus descendientes en un mismo lote de tierra. Un latifundio, heredado para todos, con la idea de que sigan viviendo juntos como marcan las tradiciones parentales, apegados en gran vecindad.
Hoy los tiene juntos visitándole en esta nueva tierra también de su propiedad. Este día en especial están reunidos diez bisnietos, cuatro nietos y siete hijos. Hay que celebrar.
Es día de Santos Difuntos en el colorido, pequeño y nostálgico panteón de Pomuch en Campeche. Día de la cita para que la familia Hernández Dzil, saque a don Fermín de su caja, para limpiar y desempolvar sus restos con brochas (de esas que se usan para pintar), entre risas, bromas y anécdotas. El patriarca de la familia, como marcan las costumbres, viene a visitar a sus vivos descendientes, y ellos a honrarlo y ponerlo al tanto de todo lo terrenalmente ocurrido.
Al don le adorna aún su dentadura, que luce espectacular para su edad, mientras su cráneo es amorosamente acariciado por la hija mayor. Me imagino en esos huecos de las órbitas unos grandes ojos color vantablack, como los de ella y las nietas.
Las extremidades reciben afecto por cuatro de los bisnietos menores, una para cada uno, pues aquí en Pomuch hay huesos para todos. La estructura rígida de su pelvis es limpiada con especial cariño, sus costillas lucen deshojadas como esa típica flor a la que se le pregunta si te quieren o te odian, lo que da oportunidad a que ningún pariente se quede sin restos óseos.
Hoy le sacaron de su caja de leño y fue colocado sobre una nueva tela que lo cubrirá por todo un año, procediendo al conmovedor ritual maya Choo Ba´ak: “limpieza de sus santos restos”, en castellano. Por ello, no puedo dejar de pensar que eso de andar de mirona en los cementerios tiene su encanto…