La esperanza también viaja en tren: Roma al final de la vía…

“Porque eso sí, ya no habrá tren, pero nos queda la vía”. Daniel Serrano

Con esa frase termina la obra “Roma al final de la vía”, del dramaturgo sonorense Daniel Serrano. El texto forma parte de una trilogía llamada Ciudades imposibles, que contiene las obras París detrás de la puerta, Roma al final de la vía y Berlín en el desierto. El montaje yucateco es dirigido por Mariano Olivera, el cual pudimos ver el jueves 2 de mayo y que se repite el sábado 4 a las 8 pm en el Centro Cultural Olimpo.

Pero vayamos por partes, comencemos por el principio: Emilia (Elidé Uc) y Evangelina (Yatzaret Castillo) son dos niñas de 7 años que sueñan con salir a conocer el mundo, viajar a Roma para comer pizza, emigrar de un lugar que se antoja pueblo chico e infierno grande. Mientras imaginan el futuro materializado de sus ilusiones, contemplan las interminables vías del tren que prefiguran el camino hacia la ciudad de Hermosillo y, por ende, el centro urbano donde podrán volar con rumbo fijo hacia la esperanza.

La puesta en escena está divida en seis cuadros escénicos que nos van mostrando la evolución de los personajes desde los 7 a los 80 años, al tiempo que estas elipsis temporales las van convirtiendo en seres entrañables para el espectador que no permanece indiferente ante la simpatía y química actoral de ambas intérpretes. El universo femenino se va revelando a través de sus conversaciones, que lo mismo van de la primera menstruación al primer amor, de los hijos a la familia y, cómo no, de las pérdidas y sinsabores que conforman las cicatrices de toda una vida.

Las vicisitudes de ambas se mantienen en consonancia con ese anhelo de escapar de la realidad cotidiana y el contexto de violencia social que les ha tocado experimentar, con Roma como brújula metafórica que funciona como trasunto de la felicidad plena aún no alcanzada. Las dos ven pasar los vagones que transportan las oportunidades, esas posibilidades alternas nunca tomadas. Y así como los trenes se pierden en el horizonte, Emilia y Evangelina se quedan, aferradas tal vez a algo más valioso: la sempiterna amistad…

La producción es de Convoy Teatro y ¿Por Qué No? Producciones. La escenografía fue mínima y se compuso principalmente de inmobiliario de madera, paja y luces. El vestuario va cambiando entre viñeta y viñeta y es acorde con la edad de los personajes. Mención aparte merece el diseño de Diego Cano, ya que entre cuadro y cuadro pudimos escuchar en voz en off fragmentos de las conversaciones sostenidas por los personajes a manera de recapitulación, lo que dio tiempo suficiente para que las actrices se caracterizaran antes de la siguiente escena. Además, fue un acierto la pieza musical seleccionada, un leit motiv lleno de ternura, melancolía y añoranza que se repite a lo largo de toda la obra.

Las actuaciones de Elidé Uc y Yatzaret Castillo se erigieron como dos puntales sobre los cuales descansó todo el peso de la dramaturgia. Su gestualidad y los matices de las voces conforme van envejeciendo los personajes dan cuenta de un gran trabajo previo y de dominio del texto, lo mismo que el trabajo físico y el desplazamiento escénico desplegado. Sin utilería ni maquillaje lograron hacer creíble que estamos viendo a distintas mujeres -que sin embargo siguen siendo las mismas-, signadas por el paso cronológico y la experiencia de vivir.

Si acaso, lo único reprochable sería la duración de la obra -más de hora y media-, que podría subsanarse agilizando las transiciones y afinando el ritmo de los diálogos. El texto de Serrano, aunque es sincero y directo como una puñalada al pecho, hacia el desenlace se torna un tanto previsible y repetitivo. No obstante, conecta con el público, que no sabe si reír o llorar. Para saberlo, recomiendo que vayan a verla, pues es teatro de corte realista sin pretensiones, pero con harto carbón para empujar una máquina llena de calidad.

 

 

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