El hecho de que un obituario se defina como “sección necrológica” o “libro parroquial sobre defunciones y horarios de entierro” haría reír al mismo Jerome Silberman (sí, el mismo hombre en la fotografía, y que murió este 29 de agosto). Jerome Silberman nace en Milwaukee el 11 de Junio de 1933, hijo de una familia de inmigrantes rusos -pero seamos honestos, tal vez ya a nadie vivo le importe-. Quien nos importa es el gran Gene Wilder.
Gene Wilder, actor, comediante y director estadounidense nace a la vista del mundo en el seno del filme Bonny & Clyde, de la mano del cineasta Arthur Penn. Bonny y Clyde son una pareja de ladrones y asesinos que recorre el suroeste de los Estados Unidos durante los años 20 dejando un rastro de muerte y amor tras sus aventuras. La cinta es un clásico del cine de gangsters, para muchos un extraño western, en donde Gene es Eugene Grizzard, rehén de la pareja y quien sin alterar el género aventurero y dramático de la película, es la parte hilarante de la misma.
Aunque se recuerda definitivamente a Eugene Grizzard, Gene es iniciado por Mel Brooks un año después en The Producers, donde Gene hace el papel del nervioso, miedoso y tímido contable Leo Bloom, quien guarda un fragmento de su sábana azul de niño con él como objeto de confort. “Leopold Bloom es una sátira del personaje central de Ulises de James Joyce, cuando vi a Gene por primera vez parecía que lo había imaginado desde que leí la novela irlandesa por primera vez…”, comentó el cineasta tras el casting para la película.
Aquí hay un punto importante en la personalidad artística del protagonista de este supuesto obituario: nuestra relación con la infancia. Leo Bloom guarda un pedazo de su infancia y su personalidad es definitivamente la de un niño asustado, o la de un adulto asustado que NO pretende NO estarlo. Y aquí tuvimos a Gene, satirizando durante casi un siglo al adulto que pretende esconder al niño asustado que tiene dentro al exponerlo, al niño que en realidad nunca dejamos de ser, y el cual nos observa desde el pasado sin juzgarnos y sólo riendo de nuestras propias máscaras, de nuestros innecesarios papeles como adultos.
No es de extrañarse que encarnara al Zorro en The Little Prince (Stanley Donen, 1974), adaptación cinematográfica de la novela homónima de Antoine de Saint-Exupéry; al demasiado curioso y sensible editor de libros George Caldwell en Silver Streak (Arthur Hiller, 1976), quien se cree un detective mientras estudia a Rembrandt para la edición de un libro al viajar a la boda de su hermana en tren; y por supuesto a la “falsa tortuga” en Alice In Wonderland (Nick Whilling, 1999), tal vez la mejor adaptación no animada de la novela homónima de Lewis Carroll.
Será Willy Wonka el papel que definitivamente llevará a Gene a la supuesta inmortalidad, aquel en el que es precisamente interpreta a un adulto que descubre tras encontrar en un niño al que ha sometido a un juego/experimento que se trata de encontrar un boleto dorado entre las famosas barras de chocolate de la fábrica de Wonka. Charlie & The Chocolate Factory (Mel Stuart, 1971) es una adaptación de la novela homónima de Roald Dahl; el papel de Willy Wonka, tal y como es interpretado por Gene, fue la inspiración para el personaje del profesor de filosofía en la novela El Mundo de Sofía de Jostein Gaarder.
¿Por qué menciono esto? Porque existen un sinnúmero de películas y novelas en donde una niña entra a un viaje alucinante y madura mientras hace a otros recordar su infancia, pero realmente muy pocas obras tratan sobre un niño haciéndolo, entre éstas, no sólo la película de Mel Stuart basada en la novela de Dahl, cuyo refrito fue un reto para Johny Depp (simplemente no llegó), o El Misterio del Solitario del mismo Gaarder o La Historia Interminable de Michael Ende.
Si al recordar (o imaginar) a Gene en estos papeles sienten ganas de reírse de ustedes mismos y de la vida como lo hace un niño, significa que todavía no están lo suficientemente cuerdos y afectados por sus innecesarios papeles de adultos como para no apreciar a este artista. Por sí misma, la trayectoria de Gene Wilder tanto como actor, director y guionista constituyen su gran obra, pues nos enseñó a abandonar nuestros impostados personajes de maduros para encarnar de nuevo a los infantes que, en su ingenuidad, son capaces de maravillarse y, por ende, ser felices.
Que en paz descanse…