Luego de algunos años, el piano rompió el silencio en una nueva edición -la séptima- del Concurso Internacional “José Jacinto Cuevas” enfocado a galardonar -con el respaldo de la compañía Yamaha- a los tres mejores intérpretes que en concierto harían mancuerna con la orquesta Sinfónica de Yucatán. El llamado fue lanzado a nivel nacional y escuchado incluso en Latinoamérica. Un centenar de pianistas quedaron clasificados según la edad y niveles de ejecución, atravesando eliminatorias que concluirían en el mencionado concierto en el Peón Contreras.
La SEDECULTA, autoridad cultural de Yucatán, la empresa mencionada y el esfuerzo de la maestra Irina Decheva confluyeron el 4 de diciembre de 2021 cumpliendo la promesa cultural, con el despunte de esos tres intérpretes que seleccionaron a compositores con los probaron ser capaces de expresarse al máximo para la ocasión. Tales compositores resultaron ser de lo más influyentes, según las esferas de su tiempo. La oferta empezó con una partitura de Beethoven, seguido de Mendelssohn y concluyendo con Shostákovich, en una selección poderosa cuanto más adecuada para una noche de concurso que, en esencia, sigue siendo un programa de la OSY.
María Daniela Navarro, oriunda de Costa Rica, se posesionó del mando musical de Beethoven. Cómo lo hizo y lo que pasaría por su mente, solo ella y su trayectoria académica lo saben. Con veinticinco años refrenda eso de que un intérprete también es un compositor y su integración a los criterios del genio con la realización orquestal fue una mezcla acabada, expandiendo los requisitos técnicos, para brillar sobre ese piano de cola -que serviría a los subsiguientes solistas, a quienes sobrepasó llevándose el primer sitio.
Descomunal en su interpretación del movimiento inicial, acaeció la insolencia habitual: hizo aplaudir a quienes no entienden que una obra puede estar hecha de varias partes y que no son “canciones” seguidas una de la otra. Sigue siendo, por lo visto, una zona de incertidumbre que la pianista atravesó con madurez en su diálogo con la orquesta, a cargo del maestro Germán Tort, invitado para la ocasión y que demostró al instante su alto nivel con la batuta.
Nicolás Rengel Bustamante, ecuatoriano de 23 años, invocó a Mendelssohn, presentando su concierto número 1, opus 25. Cosa bellísima. No hay modo de comparar la densidad y la gracia anterior, pero ahora el canto pianístico iba en otra dirección, igualmente con toda la energía posible. Las realidades de un compositor, si en alguna circunstancia se aproximaran a las de otro -que es muy válido- no dejan de ser puntos tangenciales, como Mozart en este caso, que ya tendrán nueva significación.
Mendelssohn escribió su concierto para las élites -posiblemente- pero fuera quizá pensando en demostrar los alcances del espíritu humano. Abre fuego con todo recurso a su alcance y, en sus escalas decrecientes, instala sin insinuaciones la voz dominante del piano, que el joven concursante trasciende como cosa propia. A lo largo de los tres movimientos, la interpretación lucía consistente, juiciosa a pesar de los dedos enrevesados que, por momentos, caían en la ambigüedad durante un pasaje. Con el lirismo en pleno, aquella interpretación tenía todo para ganar el certamen y no fue mal conquistar el segundo lugar.
De Cuba, Daniela Rivero era la más joven de los concertistas -con solamente veinte años- que eligió la gracia de Shostákovich para ejercer su encanto. Era el concierto número dos de su opus 102 escrito para fulgurar tanto como la propia orquesta. El acompañamiento -a veces discreto, a veces descomunal con un piccolo omnipresente- se funde con el discurso del piano para dar cauce a figuras musicales casi pueriles: un lenguaje de sencillez, como es la conversación de un padre con su hijo. La excelencia de la intérprete no está atada a su juventud. Presentó un trabajo de magnitudes propias de un experto, lo que habla de su futuro al frente de un piano, cualidad común con sus antecesores en la escena.
Más que un concurso, la ocasión fue un obsequio con la actuación de artistas invitados a convivir sus ensoñaciones, para construir el décimo repertorio de la temporada treinta y seis. Hubo, desde luego, una premiación y reconocimientos, que abundaron para los pianistas, para el director y su orquesta yucateca, pero también para don Adolfo Patrón, cuya generosidad y nobleza sigue dejando frutos. Bienaventurados los esfuerzos de propios y ajenos, de contextos públicos y de particulares, de cada alma con un instrumento en las manos, pero encarecidamente el aplauso para Irina Decheva, cuya visión ha dado a Yucatán un resplandor adicional, favoreciendo nuestra vida cultural. ¡Bravo!