Con amor, para Los Beatles: “Yesterday”

Hay momentos en la vida de todo ser humano que son definitorios, que vienen con una dosis de epifanía para transformar para siempre la existencia. Uno de ellos sucede cuando se descubre a Los Beatles, cuando por primera vez se enfrenta a ese catálogo musical tan amplio, tan intenso, tan lindo, tan dulce, tan sencillo y tan complicado a la vez, del que cualquier persona con mínimo de sensibilidad no puede salir inmune. A partir del primer contacto con todo ese repertorio entiendes algo: el mundo es un lugar maravilloso porque la música de Los Beatles está en él.

¿Cómo sería este planeta sin la música que hicieron Paul, John, George y Ringo?, ¿cómo reaccionaría la gente de ese planeta cuando de pronto alguien aparece cantando esas canciones que en otra realidad son perennes, universales?, ¿cómo se comportaría la industria de la música ante tanta maravilla?, ¿serían capaces esas canciones de crear esos momentos de auténtica epifanía por los que tantos hemos atravesado al escuchar por primera vez algo como “A Day In The Life”? Danny Boyle decide en su última aventura fílmica contar esa historia: la de un músico sin éxito que un día se despierta en una realidad alterna en la que al entrar a Google y escribir The Beatles, lo único que aparece en la pantalla son fotos de escarabajos. 

Lo que sigue es una fábula cinematográfica en la que el cineasta británico explora lo que sucedería si un ficticio mundo del 2019 se encuentra con alguien que trae bajo el brazo un compilado de canciones que cambian la vida de quien las escucha. Boyle va dibujando su historia con pinceladas cinematográficas despojadas de cualquier tipo de pretensión. Su narrativa es sencilla pero sumamente efectiva para lograr su propósito principal: escribir una carta de amor a Los Beatles, una respetuosa y divertida misiva en la que el director va a utilizar a los personajes de su película para evidenciar que la música del cuarteto de Liverpool tiene la posibilidad de encantar a cualquiera, incluso a pesar de ser interpretada por un músico con poco talento para componer, pero que exuda honestidad en cada una de sus presentaciones.

Jack Malick (Hamish Patel) lleva años tratando de componer canciones y presentándose en bares y pequeños festivales sin mucho éxito. Lo hace acompañado de Ellie Appleton (la carismática y fabulosa Lilly James), quien parece ser la única persona en el universo que confía en el talento de Malick como intérprete y compositor ya que le acompaña fielmente y le lleva a todas partes con el objetivo de que alguna vez alguien descubra a quien ella considera como un tipo con futuro en el mundo de la música. Es evidente que a Ellie la mueve un interés que va más allá de la confianza que tiene en el talento de Malick, quien absorto en su propio universo no es capaz de ver que ante sí tiene algo que es más grande que la música que trata de componer.

Todo cambiará cuando un misterioso evento global ocasiona que Jack sufra un accidente que le envía sin dos dientes y sin sentido al hospital. El chico se despierta siendo el único ser humano en el planeta que recuerda canciones como “Let It Be” o “The Long and Winding Road”.  Con tal cantidad de canciones en la cabeza, Jack va a aprovechar la oportunidad para hacerlas pasar como suyas y así alcanzar el cometido que siempre buscó: ser alguien importante en la industria musical. Su vida se transformará entonces en una ascendente odisea, una montaña rusa con la que su honestidad estará puesta a prueba y en la que tendrá que decidir entre la posibilidad de cambiar al mundo con la música de otros o mirarse al espejo, hacer lo que es correcto y decidir vivir su propia aventura sin depender de nadie más.

Danny Boyle pone toda su capacidad narrativa al servicio de esta pequeña y linda historia, en la que las cosas funcionan porque están contextualizadas en un universo que para los protagonistas del filme es desconocido, pero que a todos aquellos que amamos y que hemos sido tocados por la música de Los Beatles nos resulta familiar. Y Boyle nos lo remarcará al montar secuencias en las que esas canciones van a tomar un rol preponderante para, a su vez, ir contándonos la historia de Jack y Ellie. Los temas se van a convertir en su banda sonora recordándonos a la vez que son parte de la nuestra, que hemos entendido mejor la belleza, el amor y la vida en general gracias a esos discos que una vez sonaron en vinilo, y que hoy millones de personas en todo el mundo repiten una y otra vez en interminables y grandiosas listas de reproducción digital.

Yesterday es un precioso cuento, un relato emotivo y lleno de felicidad. Es una película que se contrapone a un mundo cuya realidad puede llegar a ser horripilante, pero que no podía ser narrada de otra manera. Porque al final Los Beatles nos hicieron soñar con una dulce, revolucionaria y maravillosa utopía y parece ser que en medio de tanto cinismo, de tanta tragedia que la cotidianidad nos va recetando a cada minuto, lo único que nos queda es asirnos a esos mundos imaginarios en los que las cosas prometen ser mejores, mundos en los que vale la pena adentrarse en esos viajes mágicos y misteriosos, en los que Lucy aparecía en el cielo rodeada de diamantes, mientras Jude entendía que la vida es caer, levantarse y convertir las canciones tristes en algo hermoso.

Yesterday nos recordará lo anterior haciendo particular énfasis en que el mundo es un lugar infinitamente mejor porque la música de Los Beatles existe en él, y porque también -George, Paul, Ringo y John siempre lo dijeron-  es el único sitio en el universo donde se halla eso a lo que llamamos amor.

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