El compositor yucateco Alejandro Basulto presenta “Pueblos mágicos”
Para su retorno al escenario en la nueva temporada septiembre – diciembre 2017, la Sinfónica de Yucatán nos hizo mirar el cielito lindo de nuestro México. A quienes son pilares de nuestra identidad nacional, como Carlos Chávez y Juan Pablo Moncayo, se unió el contemporáneo Arturo Márquez y un novel valor de la composición, el yucateco Alejandro Basulto. Previa a cualquier acorde, la presentación de la señora Margarita Molina Zaldívar, presidente del Figarosy, realizó el protocolo de bienvenida. El maestro Juan Carlos Lomónaco, director de la orquesta, tras la rigurosa afinación de cada sección de instrumentos, recibió el aplauso de bienvenida y ofreció la información –a grandes rasgos– de cuanto habrían de interpretar a continuación.
La primera mitad del programa fue abierta con fuegos de artificio, con el Danzón Núm. 2 de Márquez, pieza que aun pasados los veinte años de su debut sigue fulgurante, con el mismo carácter que sorprende por la combinación de tantos atributos. Tiene aroma de tiempo viejo, un embeleso sensual y una mixtura extraña de desentonos y ritmos confrontados que la hacen única, como tan único es que permanezca siendo la muestra obligada del sentir nacional para las mejores ocasiones, tal como puede ser – precisamente – la inauguración de una nueva temporada musical.
Las descripciones de estampas mexicanas, experiencia subjetiva que atiza a cada persona del público, se sucedieron en una evolución dulzona hasta colmarse en el supremo discurso de las cuerdas, que bosqueja un romanticismo existente, o que puede existir, por lo menos en las armonías surgidas en la mente de Arturo Márquez. Sonó la primera ovación de la temporada y fue casi telúrica: es lo que ocurre al abrir con el Danzón Núm. 2, la más famosa del repertorio marqueziano, según las propias palabras del director de la orquesta.
Contrastando, la nueva presencia fue el estreno en México de la pieza Pueblos Mágicos de Alejandro Basulto. Respaldada con acentos de huapango, la obra está trazada al estilo de un caleidoscopio. Una sucesión de ritmos vertiginosos, recrean y representan una narrativa conjunta de Copland, de Moncayo y de Revueltas, de todos ellos y de ninguno de ellos. En su compendio, la búsqueda compositiva consistía en acercarse y deslindarse de aquellos creadores, en un ejercicio de claroscuros con la intención de decir lo mexicano en lengua más moderna.
Carlos Chávez estuvo presente con una de sus perlas preciosas, la Sinfonía “India”, la número dos de su catálogo, acceso fácil para devolver la noción tradicional del México posterior a los rigores de aquel trance revolucionario. Igualmente descriptiva, emocional, ligada a la raíz popular como pocas o como ninguna, fue avivando la atmósfera hasta llegar a una cacofonía deliciosa, artesanía de arritmias y disonancias que únicamente enriquecían la belleza de su factura. Los metales fueron imponiendo sus alegatos, hasta convertirse en un jolgorio precioso de pueblo en día de feria. En toda la extensión de sus compases, la sinfonía se llenó de afluentes a lo largo de su caudal. La ejecución, formidable, mostraba las logradas intenciones de Chávez por hablar indígena, reflejando con madurez y finura el concepto vasconcelista de una patria ávida de alcanzar un porte propio, acorde a su dignidad.
El intermedio cedió. A su paz aparente siguió uno de los pesos más pesados de la cultura musical de nuestro país. Juan Pablo Moncayo, señor de los huapangos, volvió a ser notable haciendo y diciendo a su antojo las frases de pueblo mexicano, todas las que encontró en los casi cuarentaiséis años de su vida exitosa. Dos obras fueron traídas para el cierre: su Sinfonía, formada con dos allegros sucesivos, un movimiento lento y el final lento allegro a los que siguió su embriagante Huapango, del que sobran las palabras –y las reseñas– acerca de su mexicanidad.
El primer allegro de la Sinfonía o mejor dicho, el primer acorde, fue un curioso ejemplo que demostró sin proponérselo, la maestría del compositor. Cada acento y cada agógica confrontaban una doble cualidad, el impacto y la belleza, pues milimétricamente cada compás es un portento comparable a las destrezas de Antonin Dvorak y va dejando simultáneamente un arrobamiento que hace mucho bien, sobre todo en esta época, cuando las tendencias arrojan desperdicios y contaminación auditiva los ochenta y seis mil cuatrocientos segundos del día.
El bálsamo inventado por Moncayo fue surtiendo sus efectos, mediante una interpretación digna de preservarse en todos los formatos. Los vaivenes con los que trenzó cada movimiento, ciertamente descriptivos y emocionantes, son alicientes para recordar que el nacionalismo existió, en un modelo que hoy es reto para quien desee reinventarlo, porque si México tiene mil caras, tiene mil costumbrismos que aún permanecen en espera de ser plasmados. ¡Bravo!
Si te lo perdiste, aquí puedes ver el video del concierto en vivo:
https://www.facebook.com/OrquestaSinfonicadeYucatan/videos/1480963228616372/