Travesuras nocturnas

En su columna del mes, Ariel Avilés Marín pergeña un breve relato no exento de hermosura y belleza, para constituir un auténtico canto a la naturaleza. No dejen de leerlo...

Para Pilar Fernández, genial artista plástica.

Tilín es un pequeño colibrí, vive posado en una ramita, frente a una puerta de vieja madera tallada con una cerradura que posee una manija repujada de bruñido bronce. Su mundo está enmarcado por una variada gama de grises que transitan desde los más obscuros, hasta una claridad casi luminosa; el punto de color, lo ponen Tilín y su ramita de corteza ocre.

Tilín es una pequeña mota de plumas de variados colores que transitan del amarillo al verde, se pringan de azul y tiene algunos obscuros acentos que casi rayan en el negro profundo. Su vida transcurre colgada en una pared de la sala, desde donde ve pasar a todo aquel que llega a la casa o sale de ella. Tilín piensa que, en el mundo de afuera, las cosas son diferentes y desea, profundamente, desde el fondo de su pequeño corazón, salir y conocerlo.

Una noche, cuando todo el mundo en la casa se había retirado a sus habitaciones, Tilín observó una claridad que entraba por las ventanas del comedor; era noche de luna llena y el jardín adquiría una claridad argentina que invitaba a recorrerlo. El diminuto pajarillo no pudo más, con un gran esfuerzo, se despegó de su rama dorada y emprendió el vuelo cruzando la sala y el comedor; y por una de las ventanas, cruzó la ornamentada herrería y alcanzó el jardín. Su vuelo era frenético e irregular, la emoción hacía saltar su pequeño corazón en el pecho con tal fuerza que parecía que se le saldría en cualquier momento.

Voló de un arbusto a otro, se posó entre las ramas de la florida buganvilia, recorrió de uno en uno los ramos de flores de la mimosa, en cada flor de tulipán, escudriñó hasta el fondo de su corola con su largo y delgado piquillo y sorbió las mieles que guardaban en su seno. Se posó en el borde de las pilas de piedra y bebió agua fresca; remojó su cabeza, cuello y parte del pecho en el agua y después se sacudió con gran fuerza pringando con diminutas gotas a su alrededor.

Animado por el éxito de su hazaña, se atrevió a llegar más lejos, hasta el patio, donde se posó entre las ramas de el corpulento mango; desde este punto, elevado y privilegiado, tuvo una vista increíble que abarcaba una distancia que nunca hubiera soñado. Desde su alto observatorio, contempló los patios vecinos alumbrados por la clara luz de la luna; aquello era algo emocionante, como nunca se hubiera imaginado. El tiempo se le fue en el entusiasmo de la contemplación.

De pronto, en el horizonte, el cielo del oriente empezó a tomar diferentes tonos de rosa y ocre; era el amanecer. Tilín volvió a la realidad y se percató del riesgo que aquello significaba; sin dilatar un momento más, emprendió veloz vuelo hasta llegar a la sala y posarse en su ramita. Desde su lugar, Tilín ve a todo el que llega o sale de la casa; si alguien es observador, se percatará que sus diminutos ojos han cambiado de expresión, ahora, miran con picardía, en el fondo hay un brillo de profunda alegría; Tilín espera con ansiedad la caída de la noche para salir a hacer sus travesuras nocturnas.

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