¡Y se hizo la música…! La OSY inicia nueva temporada

¡El mar, el mar! Dentro de mí lo siento/Ya sólo de pensar en él, tan mío,/tiene un sabor de sal mi pensamiento. José Gorostiza

Los planes de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, desafiando las inclemencias de la pandemia, por fin fructificaron el viernes 2 de octubre de 2020. La causa de este mundial silencio enterró el semestre de marzo a septiembre, dejando en el abandono sus amables cargas culturales. Atrás quedó el tiempo de celebrar doscientos cincuenta años del nacimiento de Beethoven y su repertorio dotado de candor y atrevimientos: quedó convertido en promesa sin cumplir. Pero reírse de la muerte, pese a ser tradición mexicana, no tiene gracia frente a un enemigo tan infinitesimal como poderoso, que detuvo miles de asuntos laborales, académicos, actividades sociales, culturales, deportivas y que en el trance enlutó y sigue enlutando a decenas de miles de hogares tan solo en México. A regañadientes, resguardarse sin duda fue lo mejor.

Armados con orquestaciones reducidas al formato de cámara, el repertorio elegido para celebrar el regreso, partía de una fanfarria -la del “Hombre Común” de Aaron Copland- y una serenata al doble: de Antonín Dvořák, por un lado, con su opus 44 para alientos y del indeleble Tchaikovsky, con su opus 48 para cuerdas. Antes, la señora Margarita Molina, primera autoridad del FIGAROSY, dirigió un mensaje de bienvenida a la audiencia virtual transformada en butacas vacías, pero también a los maestros ya dispuestos a la interpretación.

El teatro, de costumbre precioso, era insensible al acontecimiento, pero dejó hacer al petit comité. Una serie de cámaras enfocaban únicamente al escenario, para transmitir mediante Facebook, lo suficiente y así disimular la serenidad de la sala. La catorcena de músicos -metales con aparejo de percusiones, para la primera obra- puestos de pie con el porte de respeto, dieron la bienvenida al director Juan Carlos Lomónaco, retribución única ante el ausente aplauso de protocolo, por esta vez y por otras que vendrán. La tecnología, a cargo del evento, hizo todo lo posible para dar la idea de estar allí, obra tras obra, disfrutando los universos de cada compositor.

Un titubeo de trompetas, comenzando la primera frase, simbolizaba el golpe a la vida cotidiana. Repuestos al instante, la consideración con que interpretaron a Copland fungió en desagravio por lo breve de su duración. La ocasión parecería más un préstamo a Emerson, Lake y Palmer resonando en la soledad de un estadio vacío, por medio de altavoces de computadoras y de teléfonos o de audífonos -todos injustos- y ciertamente mejor en amplificadores poderosos, reverberando el aviso de un concilio en expansión. Pulcra y emocionante, se avanzó al segundo tema, quedando en el aire el merecimiento de aplausos de verdad.

Dvořák, eslavo como siempre, a pesar de haberse empapado de cultura gringa -como sostienen los desvelados- exhibió un caudal melódico fiel a sus criterios compositivos en su Serenata para Alientos, opus 44. Comedido, el ensamble ahora formado de maderas, chelo y contrabajo, añadía una voz señorial a la cuasi marcha del principio, con una discreta dotación de cornos franceses, primero para cuajar los trazos marcados por la cuerda, pacientes hasta el punto de un diálogo con sus contrapartes. El segundo movimiento -un minueto- lleva el pensamiento a un mundo que solo él conocería, y que dejó plasmado en pentagrama. Dentro de su ritmo ternario fabrica un agraciadísimo carácter cuando impone la variación a trío*, logrando un discurso de embeleso súbito, destacando a los oboes y clarinetes, cuyas voces oscilaban el canto finísimo.

Para el andante -tercer movimiento- jamás renuncia a la suavidad. Considerando la ocasión para reflexionar, hace que abunde la calma y la cuerda es base de cuanto ocurre a su alrededor, jugando a que los oboes escalen las melodías, mientras cornos y fagotes les celebran. El cierre merece el aplauso acumulado por el tiempo ausente. Un enorme compendio de ideas y de acentos están vertidos en su complexión, pero lo más grato ha sido cómo cada matiz funcionó irreprochablemente.

La Serenata de Cuerdas opus 48 de Tchaikovsky es un reto enorme, en palabras de un viejo maestro. Está hecha de armonías enmarañadas y técnicamente de momentos complejos, donde quizá lo más preocupante es lo exigido en cuestión de matices. Cuatro movimientos de alma rusa forman una unidad que evoluciona sin descanso para volver a su sitio de origen. Intensidad, gracia, candor -incluso llanto- se suceden a lo largo de sus partes. La energía propuesta por el compositor en el primer movimiento es deliberadamente más intensa en el cuarto, que galopa y va cerrando frases con intención circular.

Sin contratiempos, aquello empezaba bien, con respeto a todo lo que manda en partitura. Sería en el vals, o segundo movimiento, que resultó imposible conservar la afinación mientras se intentaban aquellos matices como cosa natural. Las dosis de pizzicatos, alimento de gracia, se perdían sin remedio, aunque pudo deberse a una microfonía útil y buena, pero insuficiente para reflejar el sonido realista de los instrumentos.

En la pesadumbre del tercer pasaje -una elegía- lo sublime dejó de serlo por estragos del cansancio y del esfuerzo. Los maestros de la cuerda, desarmados por necesidad de respirar como se debe, avanzaban afanosos superándose a los cubrebocas, obvios como parte de sus indumentarias. El tema ruso -glorioso final- intentó aliviar las dificultades del trayecto, aunque los chelos hicieran la contradicción en cierto punto. Con batuta ecuánime ante las trabas, la conclusión puso las cotas que marcó el mimado de todas las temporadas, Tchaikovsky.

Cualquier desajuste es cosa normal en el escenario, producto de la sincronización -a veces solo aproximada- y del compendio de destrezas bajo presión. El regreso fue fructífero, muestra de valentía y profesionalismo. No eran las circunstancias ideales y siguen sin serlo. Frente a ello, la orquesta sonó para hacer brillar, deshecha en familias, un programa exigente y nada simple. Se elogia y se agradece: la luz una vez más está encendida en el teatro que es casa de la Sinfónica de Yucatán. ¡Bravo!

*Parte estructural de un minueto

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3 Comments

  1. says: Lester

    Sin duda llegó la hora, no hay plazo que no se cumpla, Definitivamente la música clásica es cultura, cuando se habla de cualquier género musical, se colige que tiene sus raíces en éste arte. Lo que por obra del infortunio se suspendió llegó, con cubrebocas, con menos músicos, pero con todas las ganas de agradar. El Director Lomonaco como siempre en su papel; los comentarios muy acertados del señor Felipe de Jesús Cervera con respecto al concierto ni que hablar,(conocedor del buen arte), el día dos de octubre de 2020 será muy recordado por la historia yucatanense, ojalá continúen más conciertos, los esperamos impacientes.

  2. says: Juan Avilés

    Solamente de leer la crónica me dan ganas de haberlo presenciado. A veces me pregunto si son necesarias tantas precisiones y detalles en la ejecución musical por parte del Sr. Cervera. Y al momento encuentro la respuesta. La música clásica interpretada por una orquesta sinfónica es el equivalente de la Fórmula 1 si de carreras se tratara. Tienes que poner al mejor para narrar la carrera.
    Si fueran cumbias yo mesmo podría hacerlo. No es el caso.
    Felicidades a la OSY y al Sr. Cervera por estar de nuevo en el circuito máximo de las carreras a nivel musical.

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