Antes de que los portugueses descubrieran Brasil, el Brasil ya había descubierto la felicidad. Oswald De Andrade.
Miro la Ceremonia de Inauguración de los Juegos Olímpicos de Río y entiendo aún más la frase del poeta y dramaturgo brasileño Oswald de Andrade. Brasil es sinónimo de felicidad, de esa felicidad que se respira en su deporte, en su música, en su gente y en su naturaleza. Escucho su himno nacional interpretado por Paulinho Da Viola y me emociona porque suena a una deliciosa y feliz protesta. Entiendo entonces de qué va todo: Brasil va a hacernos felices, va a mover nuestras fibras más profundas y las exprimirá hasta que de ellas salga la última gota de genuina emoción.
La apertura de sus olimpiadas quizá no fue la más cara o la de mayor producción, pero ha sido la más auténtica, la más lírica, la primera que se atreve a enviar un mensaje de advertencia: tenemos que parar la destrucción de nuestra naturaleza. Y nadie lo entiende mejor que aquellos que viven en un país cuyos árboles respiran por todo el planeta. Ya lo decía De Andrade: los brasileños descubrieron a la felicidad. La encontraron en las orillas de la selva amazónica, en las playas de lo que algún día sería la primera Ciudad Olímpica de Sudamérica; por ello tal vez entiendan mejor que nadie que si nos consumimos a los ríos, a los mares, a los árboles, no solamente nos vamos a consumir al planeta sino también a la felicidad que de ellos emana. Esa ha sido la primera lección olímpica.
La segunda vino por parte del Equipo Olímpico de Refugiados. Su entrada al Maracaná fue acompañada no solamente de una gran ovación, sino del halo del espíritu del olimpismo que en su forma más pura se ceñía sobre ellos. Su presencia en los Juegos nos debe servir como un recordatorio de que existe una urgente crisis que aún no ha sido resuelta por la comunidad internacional, que miles de seres humanos lo han perdido todo y que claman urgentemente por la solidaridad planetaria. El Movimiento Olímpico mostró nuevamente que el deporte no solamente es capaz de unir en una fiesta a los pueblos del mundo, sino que también puede hacer partícipe de ella a quienes lo han perdido todo.
Escribo estas líneas cuando ha terminado el primer día de competencia. En la alberca olímpica ha nadado Yusra Mardini. Hace algunos meses nadaba en el océano mientras jalaba una barca con varias vidas a bordo, no competía por una medalla sino que luchaba por algo mayor: sobrevivir. Hoy ha ganado un heat eliminatorio en el centro acuático de Río de Janeiro. Esta chica de 18 años no se subirá al podio olímpico, no lo necesita pues se ha subido a un lugar mucho más alto: al olimpo de los deportistas inmortales, los que hacen historia al competir con la dignidad intacta, con la frente en alto, con el corazón.
Río 2016 ha empezado con historias felices, con Caetano, Anitta y Gilberto Gil, con Tom Jobim y Giselle Bündchen, con Yusra Mardini, Novak Djokovic y Kevin Durant. Brasil con sus juegos parece ser una invitación al descubrimiento, a escribir en verdes páginas una nueva historia: la de los Juegos Olímpicos brasileños, la de los juegos de la felicidad.