Una reseña de la miniserie de ciencia ficción producida por Netflix.
La serie Maniac plantea una disyuntiva: ¿se trata de un experimento narrativo novedoso o de una trama desmadejada? ¿Cuántas series no ahogan un argumento jugoso y atractivo en un mar confuso de personajes y escenas que desgajan el hilo principal? Los diez capítulos (de entre 26 y 45 minutos) ocurren en un mundo alternativo; muy parecido al nuestro, pero basado en tecnologías que resultan avanzadas en algunos aspectos, pero nostálgicas en otros.
Gran parte de la estética visual está basada en las pantallas monocromáticas de hace cuarenta años, en los tableros de múltiples luces que abundaron en la ciencia ficción televisiva desde la década de 1960 y las interfaces retro, que evocan los diseños de Atari. Hay un desafío frontal a las pantallas HD y no existen los teléfonos celulares. En cambio, la inteligencia artificial alcanza niveles insospechados, lo cual hace posibles juguetes sexuales muy sofisticados, entre otras cosas.
El personaje de Jonah Hill, Owen, es asediado por visiones esquizofrénicas: por una parte, lo presionan para mantenerse dentro de un plan conspiratorio; por otra parte, la imagen de Annie, interpretada por Emma Stone, aparece de manera premonitoria ante él. Ambos coinciden en una terapia experimental que combina medicamentos y la manipulación del cerebro mediante una supercomputadora. El espectador vive cada fase del tratamiento a través de lo que ocurre en el laboratorio, pero también inserto en las visiones oníricas que ambos personajes experimentan.
En uno de los ejes narrativos, el equipo del laboratorio (Justin Theroux, Sonoya Mizuno y después Sally Field) pugna por mantener el experimento funcionando, a pesar de las veleidades emocionales de GRTA, la supercomputadora, y de los riesgos para los sujetos que participan. Los otros ejes son aleatorios, ocurren durante las ensoñaciones de Annie y Owen; casi siempre los dos personajes convergen en ellas. Estas ensoñaciones ocurren en entornos dispares: una familia mafiosa, una fábula épica de elfos y una conferencia internacional que busca impedir una invasión extraterrestre.
Esta diversidad, esta discontinuidad de entornos, incomoda, crea una sensación de delirio y desconcierto. Incluso los dos primeros episodios parecen apuntar hacia una historia muy distinta, hacia un thriller o un drama tradicionales. Los devaneos de la computadora GRTA, en combinación con los conflictos personales de los jefes del experimento forman una trama atractiva, pero que no ayuda a hilvanar la aleatoriedad de las fantasías de los protagonistas. La esquizofrenia como bujía narrativa (A Beautiful Mind, 2001; K-Pax, 2001; Benny & Joon, 1993) es un recurso generoso pero volátil.
Por otra parte, estos diez episodios rebosan de gestos fascinantes en cada línea perceptual. En la cúspide de la hipérbole está la actuación de Gabriel Byrne: “Lóbulo temporal, amígdala, hipocampo, ¡sí!”. El taladro a través del cráneo de la víctima como metonimia, el rostro del homicida interpretado por Byrne desencajado en medio de un baño hemático como el portal de un abismo moral. El contraste entre el verde monocromático de las pantallas y el futurismo exquisito de la arquitectura y el mobiliario, el delirio de formas geométricas de los edificios y el laboratorio.
No sólo el diseño visual de la serie es coherente con la premisa del cyberpunk que guía el argumento, también aparecen numerosas citas (Blade Runner, 1982; Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004; Until the End of the World, 1991) que refuerzan el tránsito por esos parajes a la vez artificiales y espontáneos. Además, prevalece un trabajo meticuloso del rostro y la voz de parte de los actores y la dirección, el primer plano como sintaxis de una exploración interior. Pero, ¿cómo juzgar esta serie?
En la opción 1, la propuesta de Cary Joji Fukunaga para Netflix se ha desbordado, ha cedido a pretensiones visuales desorbitadas y ha anegado un reparto atractivo y una premisa sólida con un follaje narrativo muy vistoso pero desconcertante. En la opción 2, la estructura de Maniac está articulada en la lógica misma de su tema: el dolor, los recuerdos y los sueños. La gramática visual de esta serie organiza estos simulacros de la imaginación, también simulacros de la identidad; cada exploración narrativa trata de construir un mapa emocional de Annie, de Owen y, finalmente, de GRTA. Mapas que corresponden a los desiertos de Baudrillard y Borges; lógica de la composición multimodal que apunta a abrir una vertiente en el género scifi de las series por streaming. Una narración que desatiende a la línea, que apuesta por el mosaico…
Aquí te dejamos el trailer de Maniac (Netflix, 2018):