De Argentina a Chile, el camino de la improbable Micaela.
No supe su nombre. Era imposible conocerlo, pues apenas coincidimos unas horas en un autobús. La recuerdo porqué tenía ojos parecidos a los de mi madre, no del mismo color pero de fecunda potencia, con una dulzura transparente. Era coja y llevaba bastón para caminar. Unos sesenta años encima de las carnes y surcándole el rostro. Quiero escribir sobre ella, pero no me siento cómodo hacerlo como si fuera un rostro anónimo. Tengo miedo ante los personajes que existen sin una identidad, los mínimos, los sin nombre. Así que en este relato, para exorcizar mis propios demonios, le llamaré la improbable Micaela.
La improbable Micaela vive en un pueblito argentino en la frontera con Chile, muy cerca de la cordillera de los Andes. Desde hace años padece una enfermedad crónica en la columna. Por eso, cada mes debe ir a Santiago a un tratamiento, medio medicina, un tanto chamanismo, que le ayude a continuar caminando sin dolor, el cual se ha vuelto insoportable, sobre todo en ciertos días de invierno cuando la humedad no da tregua. Desde que comenzó el tratamiento de la espalda, hace nueve meses, la improbable Micaela ha viajado cada mes desde su pueblo, Mendoza, hasta Chile. Un gasto muy hijodeputa, sobre todo en tiempos cuando la plata tiene el ánimo volátil.
La improbable Micaela tiene un hijo, el Manu, de treinta años que trabaja de albañil, cazando laburos donde le pagan una jodida mierda que apenas ajusta para darle de comer a su esposa y tres pequeños, pagar el arriendo y el transporte. Así que, aunque el Manu tenga la voluntad de ayudar a su vieja en los gastos de su tratamiento, se jode, en argentino cagó, porque no tiene dinero para eso.
La improbable Micaela ha escuchado que la ropa, los perfumes y zapatos son rebaratos en Chile, una vez cruzando la aduana se puede revender la mercancía en Argentina hasta al doble del precio, o el triple si se paga a cuotas. Piensa, a veces, que si hace eso podría matar dos pájaros de un tiro: aprovechar el viaje para el tratamiento de la columna y traer un poco de mercadería, ganarse unos buenos pesos, de paso el viaje le sale gratis, e incluso cargar con regalos para sus nietos. Es una buena idea, sólo que existe una dificultad técnica para realizarla: la improbable Micaela es jubilada y el único dinero que recibe es la pensión de siete mil pesos que el gobierno le da por una vida de treinta años de trabajo. De esa plata debe sacar para la luz, el agua, gas, rascarle para mal comer, pagar el colectivo hasta Chile y la consulta cada mes.
Pero la improbable Micaela es aferrada a sus ideas, cuando algo se le mete en la cabezota hace metástasis en sus sueños y vigilias nocturnas, revolotean como grillos zumbándole al oído. Comienza a fantasear con hacer realidad lo que por falta de plata es una locura inalcanzable. La improbable Micaela tuvo desde siempre alma de usurera judía. Cuando niña solía vender a sus amiguitas del colegio cualquier cachivache. Capaz de venderte un trozo de mierda a plazos con su verborrea de serpiente. Si no se hubiera embarazado tan joven pudo haber sido una mujer de negocios. Tener un supermercado en su pueblo o un lugar de esos donde venden cosas chinas a cinco pesos.
Por eso, durante meses, la improbable Micaela se aprieta las tripas y la subsistencia. Deja el tratamiento. Con el ahorro piensa abrir una cuenta en una caja de ahorro y hacer un prestamo para iniciar su negocio. Mientras eso ocurre le platica a todo mundo sus planes. Al Manu, sus vecinas y conocidas, hasta los incidentales de la parada del colectivo se enteran de su gran proyecto a futuro próximo. La gente cercana comienza a huirle la plática, qué flojera oír la cantaleta imaginaria, de una vieja pobre, coja y que le chifla el moño, en mexicano: que está bien pinche loca.
Para el invierno, la improbable Micaela tiene suficiente plata de sus ahorros y un préstamo a mil cuotas de la caja cooperativa del pueblo para iniciar su negocio. Su columna está más jodida que nunca. Es un esfuerzo, piensa. Todo gran proyecto requiere de sacrificios. Se convence de esa filosofía de telenovela mexicana o brasilera, esas donde los pobres luchan contra la adversidad y terminan triunfantes, gracias a la abnegada disposición cristiana de bondad y lucha heroica.
La improbable Micaela convence a su nuera Guadalupe, la Guada, que la acompañe en la aventura de contrabandista chilena/argentina. Ella acepta sin chistar. Por eso es una de las personas favoritas de la improbable Micaela: una muchacha veinteañera, que parece de cuarenta y tantos, madre de tres hijos, dos del Manu y otro de un tipo con el que vivió un romance adolescente, justo cuando éste andaba preso acusado de matar a un enemigo de pandilla en una riña en la que lo asesinó de una puñalada al corazón con un destapacorchos en una madrugada de Navidad.
Guada es dócil, tímida, de pocas palabras, andar parsimonioso y le tiene un respeto inmaculado a su suegra. La improbable Micaela, que es muy devota de la biblia y el catolicismo, cuando piensa en Guada recuerda aquel pasaje bíblico donde Noemí, una veinteañera sumisa, le expresa a Rut, una vieja sesentona como ella, aquella frase de donde tu vayas yo iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu dios será mi dios, donde tu mueras moriré y ahí me enterraran.
La improbable Micaela pese a su edad es ingenua. Ignora que en esto de andar jugando a la empresaria hay códigos chorros: corrupción en mexicano. No se puede andar pasando cosas por la frontera si no tenés un aduanero complice, destinatario de una parte de la plata. Así funciona el mundo por estas benditas tierras. De otra forma, cualquier pelotudo, o vieja coja, va a querer andar haciendo negocio sin pagar coima; mordida en palabras mexicanas.
Por eso, luego de tener invertido sus ahorros y parte del préstamo adquirido en mercancía de todo tipo, algunos juguetes para su gente y ya instaladas en el omnibús que las llevará de vuelta a su ciudad, la vida le reventará una patada en el orto, o culo, que la dejará frita. Esto ocurre cuando los aduaneros argentinos en un operativo sorpresa, esos que ocurren de vez en cuando y donde los sacrificados son siempre los pelotudos, confiscan toda la mercancía de la gente que va en su autobús; el que va delante pasará sin hacerse problema, el que va detrás de ellos igual. Concha de la lora: que pésima suerte la de los contrabandistas inexpertos.
En unos minutos la hazaña planeada por meses se ha ido a la mierda. La improbable Micaela piensa en estos momentos en el Manu, mientras la Guada se caga de miedo a su lado y no puede quitar la cara de susto, en sus nietos que se han quedado sin los regalos prometidos tantas veces por la abuela. Y aunque intenta hacerse de hierro, la rabia y frustración la rebasan a instantes y se siente asfixiar cada que mira retratados en la nieve de afuera las caras de los pibes del Manu que la esperan ilusionados. En las siguientes dos horas que faltan de trayecto, y como medida farmacológica, contemplará fijamente desde la ventana la impenetrable cordillera de los Andes al tiempo que llora hacia adentro para no ahogarse con sus lágrimas.