“Lejía” en las rocas, el primer trago amargo de Cobain
Bleach (1989), debut de la legendaria banda Nirvana, es un recordatorio de la destrucción y la cacofonía cuando estas son bellas con un propósito. Imaginemos a un Kurt Cobain joven y lleno de entusiasmo iniciando un sonido anti-comercial (no confundir con no comercial), todavía enamorado de la vida, de la intensidad, el caos y las drogas. Casi parece decirnos que si el mundo intenta destruirnos, nos lo llevamos con nosotros.
El movimiento Grunge, el cual desde su epicentro en la ciudad de Seattle movió los terrenos líricos del mundo entero, fue definitivamente el cadáver de lo que fuera la intención del Punk; el Punk quiso cambiar al mundo con rabia, el Grunge está lleno de rabia ante la impotencia de no poder cambiar al mundo. A mediados de los 80, los jóvenes en Seattle se reunían en cocheras a usar drogas, ropas rotas y tocar Metal y Punk (de donde deviene el Grunge), está de sobra decir que esto era una especie de huelga ante el sistema.
Como mencioné antes la generación Grunge no pretendía cambiar nada, pretendía ser el reflejo decadente del hundimiento de toda la cultura monetarista y de la política de los Estados Unidos. A finales de aquella década, cuando este álbum es lanzado por Reciprocal Recordings y producido por Jack Andino, el sonido era verdaderamente desastroso, un recordatorio de la destrucción y la cacofonía cuando estas eran bellas con un propósito: ser el sonido que mostrara al mundo lo que realmente era esa generación más allá de lo que la televisión, los periódicos y revistas pudieran decir.
De hecho, en su libro El Pop Después del Fin del Pop, Pablo Gil califica a Kurt Cobain como “la última verdadera figura del Rockstar como ídolo inalcanzable y tótem generacional antes de la implosión mediática que trajo la internet”.
Bleach (traducido como “lejía” al español) es un álbum desolador y corrosivo como el título mismo indica; arrítmico aunque con cierta armonía, los gritos de Cobain y el sonido de su guitarra: poderosa como en el Metal aunque desgarradora como en Punk, lo mismo que el sonido de la batería de Dave Grohl y el bajo de Krist Novoselic. Aunque el álbum tuvo un excelente recibimiento por parte del underground no alcanzó las ventas que la disquera quería, lo cual agradó a Cobain, comenzó a otras disqueras a interesarse en que el movimiento comenzara a sonar en todo el mundo.
https://www.youtube.com/watch?v=_b-Z4vjKgho
Cuando se le preguntó a Cobain cuál era su molestia en relación a que el álbum tuviera éxito comercial, dijo “Porque a Jason se le da crédito como guitarrista y no hizo nada más que pagar para que el disco se grabara, ya grabamos el disco, ya se escuchó, el dinero de Jason no le da crédito de nada…” Jason Everman había sido quien financió la producción del álbum y efectivamente se le dio crédito como guitarrista en las primeras ediciones del mismo cuando no había tocado nada.*
Tras este álbum, el movimiento de Seattle decayó (manteniendo su esencia anti-comercial sólo en el underground). Pese a la calidad indiscutible de su música, lo que llamamos clímax del Grunge, en realidad fue un agujero: canciones melódicas con sonidos sucios, pero melódicas y “coreables”, “recordables” al fin; definitivamente NO lo que el Grunge pretendía ser. No el trago de lejía que toda una generación consumía y quería que el resto del mundo se tragara también. Kurt trata de salvar al Grunge al final de sus días con In Utero (1993); intenta “regresar al útero materno del caos” ¡Adiós sonidos melódicos disfrazados de suciedad! ¡Venga de nuevo el caos aunque ya esté harto y cansado! Es claro que la calidad de In Utero radica precisamente en el intento mencionado.
El abismo entre Bleach e In Utero, llenado no sólo con otros álbumes de Nirvana, sino con Pearl Jam, Soundgarden, Alice In Chains, The Gits y demás bandas, es un abismo dulcemente decadente en el que crecimos muchos de nosotros. A 28 años de que Kurt nos sirviera este trago de lejía en las rocas, sigue viva esta generación que busca el abismo siempre tratando de regresar al útero materno del caos, algo que tal vez sea sumamente necesario en esta era en la cual todo es lejano, frío y digital. Como dato curioso, cuando el álbum es lanzado en una edición especial en 1992 por Geffen Records, en los créditos se lee “Jason Everman no tocó la guitarra aquí…”
*Nota del editor: si bien no tocó en el álbum, Everman sí es el autor de la portada del disco. La foto original ilustra este artículo.