Los juegos del silencio IV: el grito de Simone Biles

Simone Biles se ha retirado de las competencias por equipos e individual de gimnasia artística de Tokio 2020. Lo ha hecho por un asunto de salud mental, una cuestión que sigue escapando a nuestra compresión por la falta de entendimiento que tenemos sobre los padecimientos mentales.

“Nadie que se haya visto atormentado por prolongados accesos de ansiedad duda de su poder para paralizar la acción… Nadie puede negar lo terriblemente dolorosa que puede ser la ansiedad. La experiencia de una ansiedad crónica e intensa es, por encima de todo, una profunda y desconcertante confrontación con el dolor”. Barry E. Wolfe

A los atletas olímpicos, a los deportistas profesionales en general, solemos ponerlos en un pedestal único. Creemos que son mujeres y hombres especiales, insuperables, entrenados para llevar a la mente y al cuerpo a niveles extraordinarios. Capaces de soportar las condiciones más extremas, las pruebas más duras, la presión más intensa. Al verlos llegar hasta donde la gran mayoría de los seres humanos jamás llegaremos, inmediatamente les colocamos una serie de etiquetas: invencibles, prodigiosos, indestructibles lo que termina por deshumanizarlos.

Nuestra necesidad por crear ídolos provoca que ese pedestal suela ser, en muchas ocasiones, construido por materiales ilusorios, propensos a romperse. Y cuando el ídolo cae tenemos la tendencia a estigmatizar, a señalar a quien falsamente nos ha desilusionado. No podemos comprender que los atletas de élite sean seres humanos falibles, sujetos a situaciones por las que cualquier persona puede atravesar o incluso – por las presiones derivadas de su actividad – a presiones que son inimaginables para quienes no llevamos la vida que ellos tienen.

Tal vez por lo anterior, para muchas personas sea difícil entender un caso como el de Simone Biles. En nuestro imaginario se encuentra instalada una atleta de élite, la mejor gimnasta de todos los tiempos, la mujer que ha reinado ya en unos Juegos Olímpicos y que se disponía hacerlo en esta edición. No entendemos como alguien con la innegable capacidad física de la norteamericana no puede soportar la presión que naturalmente ejerce sobre los deportistas una competencia de alto nivel. Nuestra primera reacción es la de pensar que ellos deben estar acostumbrados a lidiar con el peso de una prueba que será mirada por millones de espectadores y por las expectativas que los participantes despiertan en quienes les observan. Son ilusiones que a la postre pueden convertirse en pesadas lozas que también requieren de fortaleza para ser cargadas, una fortaleza mental y emocional.

Simone Biles se ha retirado de las competencias por equipos e individual de Gimnasia Artística. Lo ha hecho por un asunto de salud mental. Se trata de una cuestión que sigue escapando de nuestra compresión por la falta de entendimiento que tenemos sobre los padecimientos mentales. Mucha gente se ha sentido decepcionada por la decisión de la atleta. Comienzan a compararla con otras gimnastas que le han precedido como Nadia Comaneci, Mary – Lou Retton o Svetlana Khorkina. No han faltado las voces acusatorias que indican que ninguna de ellas sucumbió ante la presión de unos Juegos Olímpicos, olvidando que cada caso es distinto y que Simone Biles ha atravesado por situaciones que la han llevado hasta límites muy extremos.

Una de ellas es toda la cadena de abusos del ex médico de la Federación Norteamericana de Gimnasia el Dr. Larry Nassar, condenado a más de 200 años de prisión, siendo la única de las víctimas que después de que los abusos se hicieron públicos y después del largo y doloroso proceso judicial, siguió compitiendo al más alto nivel. Es muy difícil imaginar lo que esta chica ha pasado y la lucha que seguramente mantiene para sobreponerse a esas terribles experiencias y a las de su dura infancia.

Lo anterior puede borrarse cuando la vemos entrar a la pista o subirse a unas barras asimétricas. Simone Biles es todo potencia, una gimnasta que en ese sentido también es muy diferente a las que le han antecedido más cercanas a la gracia del ballet. Verla es disfrutar de una atleta en toda su expresión. Pero para que una atleta pueda destacar a los niveles que lo ha hecho Biles, requiere no solamente de estar sana físicamente sino también en los terrenos emotivos y mentales. Muchos atletas han recurrido a sustancias prohibidas para lograr esa estabilidad. Está claro que Biles no ha necesitado de ellas y ya por eso hay que admirarla. Esa admiración crece cuando se dimensiona lo que ha hecho en estos Juegos del Silencio. No cualquiera es capaz de reconocer que tiene un problema mental y mucho menos hacerlo público, y no hablemos de hacerlo justo antes de participar en la competencia que se suponía iba a encumbrarla como la auténtica figura de unos juegos que hasta ahora han carecido de una.

Con su retirada la leyenda de Simone Biles se ha acrecentado. El valor que ha demostrado al confesar que no se encuentra sana en términos mentales, que sufre de una brutal crisis de ansiedad que ha mermado a su autoconfianza (algo sumamente necesario para subirse a un aparato de la gimnasia artística) y que prefiere, por esa poderosa razón, dar un paso a un lado, es digno del mayor de los reconocimientos. Biles tal vez ha hecho mucho más que ganarse una medalla olímpica: ha puesto sobre la mesa, en el foro más importante que el deporte tiene, la salud mental de los atletas de élite.

Un asunto que siempre debe ser prioritario y que tendría que ser cuidado desde las primeras etapas, desde que los talentos infantiles comienzan a desarrollarse, procurando siempre el bienestar de niñas y niños que en el futuro tendrán que lidiar con una presión que pondrá a prueba a su integridad como personas. El grito de Simone Biles también ha partido a los Juegos del Silencio, ha hecho eco en esos graderíos vacíos. La esperanza es que no se pierda con el viento o entre el estruendo del público que eventualmente regresará a los escenarios deportivos. Tiene que ser un grito que perdure, que se mantenga perenne en los oídos de todos, pues de él depende que nuestros héroes, nuestras heroínas, nuestras estrellas sigan brillando en el firmamento deportivo.

Epílogo: Alen Hadzic es un esgrimista norteamericano sobre el que pesan serias acusaciones de acoso a sus compañeras, incluidas dos integrantes del equipo norteamericano de esgrima. El centro estadounidense creado por el Congreso de ese país para hacer de la práctica deportiva un lugar seguro, suspendió a Hadzic –quien ha negado conductas inapropiadas, pero tampoco ha presentado pruebas contundentes que refuercen sus dichos- de toda competencia internacional hasta que las pesquisas arrojen resultados concluyentes.

Sin embargo, el atleta recurrió a un proceso de arbitraje que increíblemente le permitió asistir a los Juegos de Tokio. La “solución” que tuvo la Federación Norteamericana de Esgrima fue aislarlo del resto del equipo, no hospedarlo en la Villa Olímpica e incluso no permitirle viajar en el mismo avión que sus compañeros y compañeras, quienes se han quejado de que además de la presión de los juegos, ahora también tienen que batallar con la incómoda presencia en la arena de esgrima de un sujeto sometido a una investigación y que a pesar de ello está representando al país en el nivel más alto. Si hablamos de mantener ambientes seguros para los deportistas, este es un caso que demuestra que eso importa poco si al hacerlo se pierde la posibilidad de ganar una medalla.

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