La importancia mediática, el acoso sexual y el discurso político en los Oscar
El público cinéfilo suele tener reacciones encontradas en torno a la entrega del Óscar. Por un lado están aquellos que disfrutan al máximo de la gala, que les encanta hacer quinielas, que se reúnen a ver la ceremonia como si se tratase de un acontecimiento deportivo y que sienten emoción cuando alguno de sus favoritos pasa a recibir un premio. Por otra parte están aquellos que desprecian a la ceremonia argumentando que el cine de calidad está en otra parte, que los premios están centrados en la cinematografía comercial y que las películas ganadoras no tienen ningún tipo de trascendencia en términos históricos pues no son una genuina representación de lo que debe ser el cine de calidad.
Si en realidad nos ponemos a analizar la historia de la célebre estatuilla dorada, vamos a encontrar que ésta se encuentra llena de injusticias al ignorar a auténticas obras maestras o de premiaciones francamente inexplicables (¿alguien se acuerda de Crash?) pero ello no quiere decir que en muchas otras ocasiones no se haya premiado a la calidad cinematográfica y al trabajo de muchas personas que tienen la intención de hacer del cine una representación audiovisual que se traduzca en arte.
Por lo tanto la polémica anterior me parece irrelevante, siempre y cuando se ponga a la entrega como lo actualmente es: una gala millonaria que premia a la gente que hace cine y que en el fondo es en realidad una muestra de lo que ocupa y preocupa a la industria cinematográfica más importante y más poderosa del planeta: Hollywood. En otras palabras, el Óscar por supuesto que representa ingresos económicos para los estudios norteamericanos a través de las películas nominadas, pero –sobre todo en los últimos años– también se ha convertido en el mejor foro que tiene esa misma industria para posicionarse políticamente en torno a temas coyunturales que afectan principalmente a la sociedad de los Estados Unidos que, por la influencia global que aún tiene nuestro país vecino, terminan por tener repercusiones en el mundo entero.
Y ello ha sido aún más evidente en la gala del 2018. Una gala que encuentra a una nación cuyo gobierno tiene gran prisa por impulsar políticas aislacionistas, regresivas y que chocan con la diversidad que mueve hoy a una industria que se ha nutrido de la globalización para mantener su liderazgo económico; y al mismo tiempo, una industria que ha sido sacudida en sus cimientos más profundos con el torrente de denuncias de abusos sexuales a mujeres –y también a hombres– por parte de algunos de sus personajes más poderosos. De ahí que la ceremonia de este año haya tenido un aire reivindicativo con aquellos que hoy están impulsando a su industria y que no han nacido en los Estados Unidos, y con las mujeres que durante tantos años guardaron silencio en torno a las injusticias cometidas contra ellas y que hoy con gran valentía han levantado la voz para intentar ponerle freno a las mismas.
Con lo anterior no quiero decir que los ganadores no merecieran llevarse los premios, pero si el año pasado escribía en esta misma columna que los galardones de La Academia corrían el riesgo de verse afectados en su credibilidad por un sesgo de corrección política, durante este año ese peligro ha aumentado y puede marcar un rumbo definitivo en el que el ánimo inclusivo termine por cortar expresiones cinematográficas que merecen ser consideradas pero que son desplazadas por la búsqueda de satisfacer a todos los grupos étnicos, políticos y sociales que hoy conforman al globalizado mundillo hollywoodense.
Pero ese no es el único problema al que se enfrenta actualmente el Óscar. El otro quizá sea aún más importante para los académicos porque puede traducirse en una disminución importante de audiencia a la ceremonia y por lo consiguiente de ingresos: la pérdida de la sorpresa. La gala del Óscar está considerada como el punto máximo de un larga temporada de entrega de galardones y reconocimientos que comienza con los Globos de Oro y que pasa por los SAG Awards, los Directors Guild of America, los BAFTA y otras tantas ceremonias en las que se reconoce prácticamente a los mismos nominados que van a disputarse el premio.
Por lo tanto, cuando llega el día del Óscar, prácticamente todos sabemos quienes se van a alzar victoriosos en la noche más grande de Hollywood. ¿O acaso alguien dudaba del Churchill de Oldman?, ¿o de qué Guillermo Del Toro ganaría como director?, ¿o qué Frances McDormand lo haría como mejor actriz?. Las categorías importantes – y que son las que realmente espera el gran público– han dejado de ser sorpredentes y ello puede ser contraproducente, más cuando se reconoce a filmes que no necesariamente han sido los grandes favoritos de la taquilla.
Sin embargo, la gala de este año ha tenido momentos memorables y que pueden traducirse en puntos de cambio no solamente en la industria, sino –a través del poder del cine– en la sociedad en general. El triunfo de la película chilena “Una Mujer Fantástica” es una muestra de ello. Más allá de que Daniela Vega se convirtió en la primera mujer transexual en participar en la velada, estamos hablando de un filme que proyecta uno de los momentos culturales más interesantes por los que la sociedad está atravesando y en el que la diversidad sexual está conquistando los espacios que merece, al mismo tiempo que las temáticas relacionadas a estos temas ya son aceptadas y vistas con total normalidad por un buen sector de la audiencia. El cine está siendo la punta de lanza para enfrentar al conservadurismo de todo el mundo y eso por supuesto es un punto sumamente positivo.
Otro de los puntos que habría que destacar es el discurso de aceptación de Frances McDormand. Ahí estaba la actriz, rebelde al máximo al presentarse sin una gota de maquillaje al evento, con el cabello enmarañado y con un aire implacable con el que llamaba a todas las mujeres nominadas a ponerse de pie y elevar la voz al unísono: queremos ser reconocidas por nuestro trabajo. En el año más difícil para la mujer en la industria del cine norteamericano, el gran reto que ahora tienen todas las Frances McDormand que en ella trabajan es no permitir que Hollywood convierta del abuso un espectáculo, de que ese mensaje revolucionario se anule a partir de que sea incorporado a la industria misma.
Y luego está Del Toro. Carlos Boyero escribía lo siguiente en El País al hablar del premio al jalisciense:
“Creo que es tan justo como poético que hayan reconocido el transparente genio, la audacia argumental, la capacidad para crear universos fascinantes y extraños, la mezcla de géneros, la grandeza visual, la combinación de horror, humor, ternura y lirismo, que demuestra Guillermo del Toro en la preciosa (para mí) La forma del agua”.
Me parece que el crítico español sintetiza perfectamente las razones por las cuales “La Forma del Agua” se ha levantado con el triunfo en la ceremonia del 2018. Es difícil encontrar en Hollywood una película tan completa, tan emotiva, tan humana. Lo que Del Toro ha hecho es una auténtica obra maestra que –curiosamente– ha encontrado a sus mayores detractores en este lado de la frontera. Un fenómeno que suele repetirse cada vez que un mexicano recibe un reconocimiento por su trabajo en el extranjero. Parecería que mientras varios de los mexicanos que hacen cine en Estados Unidos están demostrando que el talento no conoce muros, en nuestro país estamos empeñados en ser nosotros quienes pongamos los ladrillos para construirlos. En Twitter leí la mejor explicación a este fenómeno:
-Ayer ganó una de las tradiciones mexicanas más representativas de nuestra cultura.
–¿La muerte?
-No, la envidia.
El Óscar 2018 ha sido muy mexicano, como en ningún otro momento de la historia de la estatuilla. Pero no hay que perder de vista que no se está reconociendo al cine mexicano como tal, sino a mexicanos que están trabajando en otra cinematografía. Pero lo anterior no deja de tener una repercusión importante en nuestro cine. Es evidente que el mundo entero vive actualmente un romance con los talentos nacionales y la gran duda que comienza a generarse es si nuestro cine va a ser capaz de aprovechar esta naciente relación para comenzar no solamente a exportar valiosos recursos humanos sino también un contenido cuya repercusión sea universal. Termina la temporada de premios hollywoodense y con ello se abre un nuevo año cinematográfico. Ya veremos qué polémicas, qué sorpresas, qué películas trae consigo el que recién ha comenzado.