El séptimo repertorio de la Sinfónica de Yucatán fue hecho de pentagramas de Mendelssohn, otro de los niños prodigio de la Música. En su temporada treinta y seis, la orquesta sobrepasa la mitad de sus designios, con resultados grandes. Para la ocasión, el maestro Piotr Sulkowski, que estuviera en el mismo escenario -el Peón Contreras- hace algunos años, aceptó la invitación de dirigir. La energía del repertorio es evidente desde los primeros compases del “Sueño de una noche de verano”, obra que en parte serviría para encandilar esponsales en la realeza victoriana, en la Inglaterra del siglo XIX y hasta nuestros días, en la boda del hijo de la vecina.
La obra declama con intensidad y, antes de llegar a uno de sus fraseos más reconocidos, la Obertura ha exigido un esfuerzo de impecabilidad a los violines, extensivo hasta la cuerda grave. Describe la amplitud de su trayecto en spicatto*, con tal de favorecer ese repiqueteo, de incremento gradual -divertidísimo- en la intensidad, hasta acentuarse con metales y timbales. Nunca se da uno cuenta de estar bajo el cenit. Un canto subrepticio reaparece, dejando atrás aquello que tanto creció y tan robusto, mostrando la intención a nuevos discernimientos. Llega, entonces, una calma que predice al Intermezzo, ahora con madurez en su semblante. Era de esperarse, considerando los años de creatividad transcurridos en el pensamiento del compositor, antes de convertirlo en partituras.
Mendelssohn fusiona sus ideas con el clasicismo que solo cabe en lo romántico. Sus afluentes son distinguibles, pero vale la pena dejar sus fórmulas sin analizar, para disfrutar mejor el sabor de su cosecha. Su Nocturno, tercer movimiento, desliza un énfasis difícil de describir; genial -claro que sí- producido por un alma ciertamente vieja. Sin llegar a las tierras de Beethoven, estipula un cierre a través de un Scherzo que peca de bello y de breve, como si la idea de resumir valiera más que desarrollar. La dirección del invitado, que reconfiguró a la orquesta haciendo un enroque entre cornos y trompetas, mantuvo la flama con uso de excelencia en sus recursos: cada aplauso para él y para la sinfónica, bien merecidos.
Gocha Skhirtladze -concertino- dio su visto bueno a la afinación general, para recibir de nuevo a Mendelssohn y al maestro Sulkowski, esta vez trayendo la Sinfonía No. 1, opus 11. Más energía inagotable. Todo va, no necesariamente en ascenso, sino ya instalado en las alturas. Y desde ahí, hasta más arriba. Allegro di molto indica el pentagrama cuando empieza, velocidad que implica vendaval y que así se implanta. Impresiona al instante. Todo instrumento se corea con los demás y se persiguen avanzando las escalas con intensidad, volviendo a ellas sin asomarse la duda. Finalmente, descendiendo al diálogo tranquilo -incluso pacífico- le puede pedir su opinión al oboe. Sin pensarlo demasiado, reanuda la marcha, con el impulso de un cañonazo. El reposo expresivo no existe, salvo para reincidir en la amabilidad temporal de algunas frases.
Los demás movimientos, se confirman emanaciones del Allegro inicial. A los quince años, el joven compositor demostraba cuánto podía sorprender con su juguete -la orquesta que le obsequiaron un tiempo atrás- encarnada hoy por la Sinfónica de Yucatán. El desenvolvimiento, hacia el resto del concierto fue puntual y tan pulcro como exige la obra. El maestro invitado, sabiendo por dónde pasar, gesticulaba al detalle con su espíritu bien inmerso en la obra. El resultado fue un ruidoso agradecimiento del público feliz de disfrutar, sin distinción de edades, el sentido artístico que puede hallarse incluso en un adolescente.
Considerando los tiempos compartidos con otros de su calidad, ofrecer un programa mendelssohniano por completo, ha sido un acierto demostrado. Seguramente, otras sinfonías más vendrán en camino, en temporadas ulteriores. Sin ir más lejos, la Sinfónica de Yucatán puede refulgir con su director oficial y hasta con el invitado que lo desee comprobar: como esta vez, será magnífica la interpretación. ¡Bravo!
*Pequeños rebotes del arco sobre la cuerda, para dar un efecto “picado”