Pronunciado por la recipiendaria en la Muestra Nacional de Teatro 2018.*
Me llena de orgullo recibir la medalla Xavier Villaurrutia, en este teatro centenario, mandado a construir por una mujer excepcional, Esperanza Iris.
Lidia Camacho, gracias, gracias a la dirección artística de la MNT, Alberto, Ángel, gracias. La Muestra Nacional de Teatro es un espacio y tiempo del año que es encuentro, que es intercambio para el teatro nacional, un país tan extenso como diverso, y cuya actividad teatral, como oleadas, llega y se va. Atesoro las palabras y cariño de quienes nos han felicitado a La Rendija y a mí. Porque este es un reconocimiento que refleja varios aspectos de la labor teatral en Yucatán.
Cuando regresé a mi tierra en diciembre de 2001, me parecía no ser lugar ideal para llevar a cabo nuestro trabajo escénico. Teatro de la Rendija se fundó hace poco más de 30 años en los gozosos tiempos de estudiantes de teatro en filosofía y letras de la UNAM. Fundado sobre las ideas de Gabriel Weisz Carrington sobre el teatro personal, desarrollamos la mitad de la vida del grupo aproximándonos a la autobiografía y el testimonio en escena. Pero la vida nos llevó de regreso a casa. Yucatán es tierra dura, pedregosa, con mucha agua; pero no se puede cultivar tan fácilmente cualquier cosa.
Durante varios años de picar piedra a 40 grados y gracias a la herencia de mi madre, logramos de manera precaria, rentar y habilitar Casa Teatro de la Rendija en el 2009. La vocación teatral yucateca tiene antecedentes de café teatros y salas independientes como El rincón de la farándula y el Tinglado, entre varios. Pero en ese 2002 en el que regresé, no había tenido Yucatán obra seleccionada por la Muestra Nacional en 10 años, salvo en el año 2000 cuando fue sede de la misma.
Soy hija de una madre soltera, Nidia Araujo, una de las primeras avicultoras de Yucatán. Ella me enseñó el trabajo duro, y a ser incansable para procurar a los suyos. Mi mami no terminó la primaria, y salió de su pueblo para darnos lo que ella consideró un futuro mejor. Ya no me tocó aprender maya, y tampoco aprendí a preparar tamales y puchero de tres carnes, conocimientos que lamento no haber apreciado en su momento.
Pero esta noche me dan ustedes la oportunidad de celebrar, celebrar 9 años de haber abierto aquellos bajos de la casa que fue teatro, que albergó a Tío Vania, a Medea, a Hanjo, a los tres viejos mares, y a tanta gente querida. Ahora vemos un panorama de espacios alternativos que han convertido a Mérida en una ciudad cultural. La apertura de la Escuela Superior de Artes de Yucatán, y múltiples proyectos de diferentes procedencias y disciplinas, han hecho de Mérida una ciudad en la que quiero vivir. Creo que el arte es ese ámbito de lo sensible, sin cuya existencia las sociedades no se pueden desarrollar.
Celebrar a Pozo Blanco, comunidad que es la sede del proyecto Ruelas en el que colaboramos desde hace cinco años, es tierra fértil, tierra de gente buena, trabajadora. Es mi segundo hogar. Los jóvenes actores Diego, Eve, Alondra, Haydee, y unas varías decenas más, con mi amiga y maestra Lourdes Estrada a la cabeza, volvemos a ver la sencillez del teatro como encuentro, de estar a la luz de la luna mirándonos con asombro y alegría.
Celebró también que el día de ayer se inauguró el primer encuentro de la Liga Mexicana de Mujeres de Teatro; pocas veces me había sentido llegar a un espacio desconocido y tan familiar al mismo tiempo. Esto es imparable: mujeres poderosas, somos diferentes, pero iguales a otras actrices, directoras y gestoras, como en el sureste, como Eglé Mendiburu, María Alicia Martínez Medrano y Nonoya Iturralde, maestras del teatro y de la vida.
La existencia está llena de claroscuros; en estos días, una vez más, me lo muestra de manera patente y dolorosa. Tantas cosas buenas y tan bellas, parece que han desatado un lado oscuro; pero hoy quiero celebrar esta medalla. Y como en este pequeño espacio de tiempo puedo hablar de lo que quiera…
Nocturno de la estatua
A Agustín Lazo
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las fichas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».
Dedico este reconocimiento a mis amigos entrañables, Rendijos primigenios: Rocío Carrillo, Alejandro Juárez, Omar Valdez, Edgar Alexen, Alejandra Montalvo, Amada Martínez, Mónica Lentz, Juan San Juan, Benjamín Gavarre, y en esa otra existencia, que no es de este mundo, a Raúl Zúñiga y a mi hermanito, Mauricio Rodríguez.
Dedico esta medalla a una multitud, a todos aquellos que han sido parte de Teatro de la Rendija, en escena, en la producción, en el diseño, en las labores técnicas, de construcción y de limpieza, a las instituciones y funcionarios de cultura que nos han brindado su apoyo, a los críticos, reporteros, fotógrafos; por supuesto y especialmente a los espectadores participantes, y a esa materia viva, inefable, que sin querer desea ser memoria en la experiencia, de un hacer delicado e indeleble. Somos materia prima viva, somos dobles y triples y múltiples.
A los integrantes de “Amor es más laberinto”, que como guerreros seguimos adelante; así sea mis rendijos: Vale, Erik, Pedro, Luis, Kat, Nara, Clau. Y celebro por último compartir el camino con uno de los seres más luminosos que he tenido la dicha de conocer: Óscar, esta también es tuya. Por la diversidad, por la vida, por el amor, por el teatro.
*El discurso fue pronunciado por la recipiendaria en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris el 1 de noviembre de 2018 al recibir la medalla en la inauguración de la MNT ante autoridades de la Secretaría de Cultura y el INBA.