La OSY y el chelista César Martínez reciben al público

Histórico primer concierto del país con asistentes en vivo.

Este mes de octubre de dos mil veinte, ya en tres ocasiones ha logrado cubrirse de música sinfónica. El saldo ha sido a favor -concierto tras concierto-, con sus dosis correspondientes de riesgos y contradicciones. Como un símbolo de estos logros, el cuarto concierto de la Orquesta Sinfónica de Yucatán fue muestra de calidad artística y de otras capacidades diferentes. Arturo Márquez, Joseph Haydn y Beethoven fueron la terna que llenaría de belleza la noche del 23 de los corrientes.

Es la temporada hecha de nueve programas que llegarán hasta diciembre, ahora con público presente, pese a que sigue lejos la posibilidad de domar los estragos del coronavirus, a los que se suman los padecimientos estacionales de siempre. De antesala, ofreció nuevamente la señora Margarita Molina Zaldívar un discurso al discreto centenar de asistentes, con un emotivo agradecimiento a don Adolfo Patrón, de reciente desaparición y cuya iniciativa dio vida a la Orquesta Sinfónica de Yucatán.

El director Juan Carlos Lomónaco hizo lo propio, comentando la selección para la noche y dándole calidad histórica al que -nacionalmente- fue el primer concierto presencial en tiempos de pandemia. Los medios electrónicos, dando fe de todo aquello, llenaron las pantallas frente a la otra concurrencia, pendiente de cada detalle desde el resguardo doméstico.

Las composiciones elegidas a formar un recital ecléctico tendrían, por sus orígenes y finalidades, muy poco o casi nada en común, con la notoria semejanza de ser interpretadas por una dotación instrumental de medianas proporciones. Una ocasión nueva tendría un visitante nuevo: el solista oaxaqueño César Martínez, que con el chelo haría valer su sitio de privilegio a mitades del camino. Al caer de batuta, inició el Danzón -también numerado cuarto- de Arturo Márquez.

 

Una depurada ración de nacionalismo mexicano iba haciendo los destellos de los reiterados recursos de este compositor sonorense. Su colorido rítmico y melódico surtían el efecto conocido de los otros danzones de la familia, con la notable dulzura dispuesta en la cuerda y los afanes puntuales de sus chasquidos armónicos: Márquez, el de siempre, lucía renovado en voz de la orquesta. Ahora con aplausos reales, la recepción fue lo suficientemente cálida para el maestro César Martínez Bourguet. Instalado en el altar de costumbre, iniciaba el concierto para violonchelo en Do, de Joseph Haydn.

Compuesto de tres partes, fueron dos rasgos los que hicieron notable su interpretación. Por supuesto, la belleza de la partitura es indiscutible, pero la orquesta canturreaba y suave respondía sus alternancias con precisión pulcrísima, desde el párrafo introductorio hasta la cesión del turno al concertista. La musicalidad del conjunto así quedaba asegurada. El invitado, apropiado del concierto como estaba, parecía vital y tan elocuente como en su tiempo fuera el piano de Horowitz: ciertamente, las imprecisiones en la afinación iban y venían, pero a cambio, una entrega sustanciosa hacía vibrar cada fraseo, en obsequio a la naturalidad de una obra cuya importancia marca un antes y un después del Barroco, sublimador como siempre lo fue.

Llegó para Beethoven el turno. Trajo su sinfonía segunda, primera nacida en el decimonónico, con la que, estructuralmente, el compositor explora ideas nuevas. Se atreve a variar el formato, estableciendo su fina jocosidad en la figura de un scherzo -una angelical chanza- que no haría extrañar el minueto que tradicionalmente se contaba. Entonces surgió una interpretación que iba en ascenso, proporcionando los repentinos caprichos del genio, el niño sempiterno. Todo en orden salvo por la falta de densidad instrumental -por razones obvias- que embargaba lentamente el tejido armónico, sin quitarle brío al pentagrama, pero con un aterrizaje forzoso hacia el final.

El esfuerzo, imputando quizá a no respirar en libertad, reflejaba la extenuación gradual en los trazos sonoros. Beethoven nunca es menor en sus obras, ni siquiera en la ingenuidad de sus primeros años. Sumándose las exigencias de todo lo previo, la edificación de la gracia, a veces entregaba acordes lejanos a su intención verdadera. Superándose al castigo, la sinfónica lograba salir de la entonación simple a la interpretación correcta. 

Merecidos los aplausos -hasta los vítores de pie- la nota discordante no recaería en los maestros en escena, sino en la injusta valoración de una persona del público. Por todas las precauciones, la prensa no fue convocada al teatro, con la salvedad de “El Cronista” quien, fiel a su costumbre, salió de la sala a mitad del evento, pese a ser único en el periodismo con esa posibilidad. El director, la orquesta en pleno, todos en el FIGAROSY -quienes con noble esfuerzo logran estas preciosas veladas- y para la ocasión, hasta el propio Beethoven, merecerían una dosis al doble de aplausos y no el insultante abandono que, con razón o sin ella, sistemáticamente es el palmo de narices que recibe la fina invitación a estar allí.

La exhibición artística y humana, esa noche allí en el Peón Contreras, es ratificación de los más altos valores, como lo concibiera el gran promotor de la OSY, don Adolfo Patrón Luján, a quien dedico humildemente un sentido reconocimiento y gratitud por su legado. Muchas gracias, don Adolfo. ¡Bravo!

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2 Comments

  1. says: Lester

    Nuevamente otro acertado comentario de Felipe de J. Cervera, el acontecimiento de la presentación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, en el mes de octubre con la invitación del Chelista César Martínez, que enriqueció la música clásica para los amantes de éste arte que nos hace sentir y vibrar con cada obra bien ejecutada y ensamblada para cada ocasión. Es de verdad una lección de aprendizaje cada comentario del señor Cervera, que nos va guiando por los senderos y el conocimiento que tiene acerca de esta bella arte que es la música clásica, cada vez me asombra más con sus conocimientos y recursos para darnos a conocer lo que sabe y observa de la Sinfónica de Yucatán, en hora buena señor Felipe de J.Cervera, seguiré la lectura de sus sabios comentarios, hasta luego.

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