Aquí puedes ver la grabación del concierto en vivo.
Cuando se pensaba que todo dos mil veinte era un tiempo perdido, los atisbos a una nueva normalidad llevaron al FIGAROSY -el alma detrás de la Sinfónica de Yucatán- a intentar todos los esfuerzos a su alcance para romper el silencio: así llegó el quinto programa de una temporada que ha hilvanado cosas buenas, una tras otra, con el esmero de un neurocirujano. Para esta ocasión, a la noche del viernes 6 de noviembre, las puertas del teatro también se abrieron al público el domingo 8, así declarándose normales, como en los días previos al encierro mundial. Las barajas arrojaron tres nombres formidables: Stravinski, Hummel y Beethoven, a quien se sigue honrando -racionadamente- a doscientos cincuenta años de su natalicio, lo menos que merece por todos sus testimonios de perfección.
Stravinski, cuando salió de su estirpe rusa, que le hiciera célebre por su complacencia en la extravagancia, fue expandirse en todas direcciones. Trashumante hacia Mozart y otros personajes del Clásico, se cambiaba el traje, pero conservaba la genialidad en diferentes formatos, desligándose de enormidades como en sus consagraciones primaverales. En uno de los tales, bastante mediano, lanza en 1921 una suite pequeña de cuatro partes aderezadas, numerada como la segunda a partir de su neoclasicismo.
Con esta en la agenda, la orquesta tuvo el buen gusto de volver a invitar al maestro Roberto Beltrán. Fiel a su sonrisa, hoy encubierta -y a las instrucciones del compositor- daba la pauta creando una experiencia divertida y capaz de cualquier ocurrencia. Caprichos armónicos y acentos inesperados, la ruta habitual de Stravinski, agraciaron el aperitivo para la experiencia de metal a continuación.
Robert Myers es un trompetista de categoría mundial y es de casa. Es un señor de la trompeta, auténtico medio de su expresión y con ello se pudiera compendiar el desempeño, en su interpretación del concierto para trompeta de Johann Nepomuk Hummel. Como el esquema indica desde Vivaldi, tres partes forman un concierto. Alegre de inicio, se reduce a andante en el segundo movimiento, para una feliz reflexión y concluye retomando la velocidad inicial, con otro carácter o como en esta ocasión, luciendo variaciones al primer alegre.
Ambos Robertos, tomándose un tiempo para la concentración, estaban perfectamente de acuerdo y declaraban de lo necesario un poco más, poniéndose enfáticos por momentos y transigentes, emotivos para un labrado precioso de la pieza. Llevados de ese ímpetu, los movimientos ágiles desarrollaban sus enunciados y luego crecían sin exagerar, de manera que solo ellos sabían cuánto tiempo iba transcurriendo. Así de disfrutable y digno. Medio millar de aplausos presenciales y virtuales fueron arrancados, por la espontaneidad dispuesta. Bien merecidos.
Por fin, Beethoven. La primera de sus sinfonías -de su Opus 21- daba el acabado perfecto frente al jovial inicio, tratándose de una obra que, palmo a palmo, mostraba lo monumental de su constitución. Clasificaciones aparte, la mirada epígona del genio a esos tiempos que dejaba atrás, a los que había cedido tanto legado, se mostraba candorosa y niña, como un juego que comienza con afirmaciones simples para irse propagando gradualmente a seriedades orquestales, profundas frases sin olvidarse jamás de la gracia, la heredada de un poder supremo.
El maestro Beltrán, dirigía a mano y de memoria, las superlativas evoluciones del mensaje de Beethoven. Versado en el genio alemán, la orquesta se posaba en su batuta, haciendo de la representación una cosa renovada, como una inauguración: algo escuchado por vez primera. El alma de niño -o de ángel niño- convertido en sinfonía pasaba del juego y la chapucería al delicioso tutti* que no merece palabras en su descripción, sino la escucha entusiasmada por lo siguiente en cada compás. La llegada del minueto, tercero en la receta, hizo caer en la cuenta de lo etéreo allí escrito en pentagrama. Todos los contrastes, frase a frase, y las voces a uno de cuerdas escoltadas por maderas y metales eran un canto orquestal, casi una gloria, que obtuvo la sincera ovación de los presentes en cuerpo y en redes sociales.
Los repertorios de la Sinfónica de Yucatán, su calidad artística, el desafío a un huracán y luego a otro, están haciendo la suma de aprendizajes para este periodo, hacia la consumación de un año de agravios y de tristezas. Mención aparte obtiene el desempeño de Gocha Skhirtladze: sus veces al frente como codirector -concertino- son primordiales para las resultas presentadas. Gracias a su liderazgo, obtiene una integración empoderada de su sección y de las demás, por extensión. Con tales posibilidades, el trabajo del director invitado justificaba su sonrisa y de quienes le pudimos escuchar, por extensión. ¡Bravo!
*La orquesta en pleno