Este fragmento aparece en la novela “No es el diablo” (Lapicero Rojo, 2023).
Los cuerpos de tres adolescentes brutalmente violadas y asesinadas son encontrados en un barrio de Tlaxcala, en el jardín de un oficinista, acompañados de extraños grafitis. Tal es el hecho de partida y el nodo a partir del cual van emergiendo, a manera de variaciones en torno a temas interconectados, los distintos fragmentos de esta escalofriante historia. Las voces creadas por el autor (de la mujer que presenció el hecho al oficinista acusado de perpetrarlo, pasando por los testigos y el escritor que intenta reconstruirlo todo) nos ofrecen piezas que poco a poco terminarán no por encajar sino por ofrecer un panorama más vasto, una especie de fresco abigarrado y aterrador. Alma Mancilla
Hay una leyenda que es por todos conocida, se convirtió en cuento en la época de los italianos errantes y de los alemanes que paseaban curiosos por los pueblos recolectando material para sus libros. ¿A quién se le habrá ocurrido hablar de cuentos infantiles? El relato es el de una niña que de ser blanca pasará a roja, tan carmesí como el pecado. ¿Ya te suena?
La historia habla de un encuentro, del hallazgo de aquello que supera a la muerte. La mujer que aún no es mujer sale de su casa con un objetivo muy claro: visitar a su abuela que está enferma. Este último personaje, que poco importa, bien puede reemplazarse por un amigo, por el padre o por el novio. Aquí depende, en realidad, de la imaginación de quien la cuente.
La niña saldrá de casa para cruzar la selva oscura, las calles sombrías apenas entrevistas en la bruma. En sus labios lleva la marca del deseo, lo mismo que en su cuello y en el rumor de sus clavículas. Los hombres la miran ansiosos por poseerla, romper el velo de la sudadera escarlata que cubre sus pechos y cintura, arrebatarle los pantalones de mezclilla y alargar la mano. La niña aún no es alcanzada por nadie, aunque hay quienes intentan acercársele.
Ella camina rápido, su paso es zigzagueante y sus movimientos la llevan a puertas donde nadie más puede acompañarla. Por el momento se salva. Los lobos se detienen cerca de ella, sin poder hacer más que revolverse dentro de sus trajes. Si pudieran encontrar a alguien que respondiera por ella, le darían unos billetes y la comprarían. ¿Alguno se pregunta lo que hará cuando termine de usarla? Tal vez la idea no les viene a la cabeza, tal vez no importe. Como todo lo que toman: úsese y luego deséchese.
No hay miedo en los ojos de la niña, a pesar de los peligros. Ella debe llegar a su destino, aunque el camino sea demasiado largo y no, en realidad el trayecto abarca años. El peligro será tanteado, reducido durante aquel tiempo, momentos en la vereda donde se detendrá para espiar en los ojos del otro. Algunos lobeznos tendrán permitido el acceso a su círculo personal, algunos babearán junto a ella, rodeando su carne fresca, hambrientos. Otros podrán saciarse, y ella misma se saciará. ¿Qué de malo tendría el vino para aliviar la sed? Vinos jóvenes que le eduquen la lengua.
Gerardo Lima Molina (Tlaxcala, 1988) es escritor, tallerista y dictaminador. Su trabajo se ha concentrado en la narrativa, así como el ensayo, el artículo y la poesía. Cuenta con obra publicada como Ya no hay tokiotas (ITC, 2016), Cosmos Nocturno (FETA, Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2018), Megaloceros. Libros del Ciervo (Paraíso Perdido, 2021) y No es el Diablo (Lapicero Rojo, 2023). Ha sido becario tanto para PECDA (2013 y 2018) en el área de novela, como para Jóvenes Creadores (Fonca, 2016 y 2021) en el área de cuento. Próximamente será publicado por el Fondo Editorial de Estado de Tlaxcala su serie de ensayos De qué hablo cuando hablo de terror y por la editorial española InLimbo su libro de cuentos Días de Muertos.