La Orquesta Sinfónica de Yucatán literalmente orquestó un lucimiento en ascenso. Era el décimo programa de su temporada cálida para un Peón Contreras que planeaba resplandecer. Mozart, que nació sabiendo, dispondría un tiempo de apertura con su obra numerada trescientos ochenta y cinco, según las cuentas del catalogador Köchel. Después, un cambio de épocas. Mendelssohn sería invocado con una partitura imponente, su tercera sinfonía. Así, aquel refinamiento partió bajo un estándar de pares -con un Mozart simétrico- que estipulaba al doble cada madera y metal, cada cuerda. Había dos flautas, dos clarinetes, dos oboes, dos cornos franceses, incluso las percusiones, con timbales unidos para asegurar el equilibrio en aquel paseo por sus cuatro movimientos felices.
La reunión de sonidos quedaba facultada de matices inscritos en el mensaje musical. La sinfonía Haffner, tan treinta y cinco como la temporada de la OSY, (man)tiene un estatus relevante en la producción mozartiana, por lo que le traería en el futuro. Mucho queda explicado por la experiencia de Mannheim, ciudad que desde la infancia hizo caer la balanza en su formación. Entonces lo supo. Era posible materializar su música sin reticencia de recursos, donde crescendos y decrescendos tendrían qué ser lo natural de la expresión.
La Haffner no era una sinfonía; pero el intrincado pensamiento del genio la trascendió desde serenata gracias a enamorarse de un timbre, novedoso para él y cualquier salzburgués: el sonido del clarinete. Escribe la medida justa y perfecta para admitirlo a los movimientos limítrofes -del inicio y del final- como glosa de la simetría hasta entonces aplicada. Echa mano de otro timbre, desempolvado de tiempos barrocos, la trompeta. Su sonido natural tendría qué ser norma para el sabor intacto fijado por Mozart.
Nunca sabremos si, por reglas de higiene o por limitación diferente, la Sinfónica faltó a la proporción presentando una sola trompeta, peregrina entre los pares de la instrumentación. Quede la promesa de escucharla un día de ingredientes exactos, en un momento quizá de menos riesgo para la masa en el teatro. De las medianas proporciones, la experiencia creció a densidades mayores. Lo de Mozart fue bajar estrellas y jugar con ellas, en diálogos que llenaron de asombro los oídos, con violines murmurantes o de discurso a toda voz, preámbulo de obras cada vez más grandes en concepto y emoción. Por tanto, la presencia de Mendelssohn, con su sinfonía Escocesa, fue la medida para extender el poderío interpretativo de la OSY.
Los viajes de Mendelssohn -como los de Tchaikovsky, los de Dvóřak y de todo aquel artista que salió de sus cuatro paredes- fueron para modificar el cauce de un río. La inspiración está en las cosas pequeñas, pero también en otros horizontes y en la relación con personas de todas las clases. La vista de Mendelssohn, nutrida del país de Escocia y de cuanto vio allí, le llevó a poner la mano en el pentagrama, hasta armar un monumento musical. Tras bambalinas, ser un predilecto de la reina Victoria le dispondría con la razón -y con los pretextos correctos- para dejar de lado la humildad y tutearse con toda la nobleza que le rodeaba.
Se pensaría que, por tercera, la Escocesa es de calidad incipiente. Su trayectoria de niño genio, como Mozart, dice lo contrario. Trece años madurando ideas y corrigiéndole detalles, ocasionaron la proeza, ahora en manos de la OSY. Sin aires de Beethoven desde mucho atrás, Mendelssohn pensó en las consecuencias de sus allegros, como reflejo de gestas históricas. El hilo conductor entre movimientos atiende la interpretación hasta el final, admirable por aquel universo distinto como por la interpretación, de minuciosa belleza.
Imágenes de lo vigoroso a la majestad de las cortes inglesas, tejían los conceptos del alemán a manos de la orquesta. Mendelssohn fue en la batuta de Juan Carlos Lomónaco, una vez y de nuevo, portento de inspiración. La Orquesta Sinfónica de Yucatán, ha dejado de escatimar en sus alcances. Quizá haya sido el concierto de mayor relevancia hasta el momento, aunque es difícil de asegurarlo entre tantos repertorios que quitan el aliento. A cada compás y a cada tramo, aplausos bien ganados. ¡Bravo!