El terror cotidiano en “Los inocentes”, de Hiram Ruvalcaba

Mario Lope Herrera analiza el más reciente libro de cuentos de Hiram Ruvalcaba, "Los inocentes", volumen en el cual el narrador jalisciense intenta domesticar el terror cotidiano a través del género breve. Esta novedad editorial fue publicada por ERA en 2025, ¡no dejes de leer la reseña...!

De una dureza que roza en lo que podríamos llamar literatura gore, Hiram Ruvalcaba nos trae a la mesa este libro de nueve cuentos que, por su contenido y sugerente título, pudo haberse llamado “Los olvidados”, “Los marginados”, “Los condenados” o “Los ignorados”, pero por cuestiones quizá de marketing o capricho del editor se llama Los inocentes (Ediciones Era, 2025).  Y me atrevo a decir que los únicos inocentes no sean tanto los protagonistas de estos relatos sino quienes estamos al otro lado de las historias: los lectores. Creemos conocer la profunda violencia que acecha a nuestro país; pero no, la ficción nos recuerda que, aunque veamos en las noticias lo increíble, la literatura siempre transgredirá esas fronteras entre lo verosímil y lo inefable.

En Los inocentes vamos a encontrar historias que todos conocemos, las hemos leído en los periódicos o en el noticiero de la noche. Y no es spoiler. Tráfico sexual de menores; padres ausentes que en la hora cero pretenden cubrir esa cuota de amor inexistente; indiferencia burócrata frente al dolor de los familiares de las mujeres desaparecidas; abuso de poder y machismo recalcitrante ante el homosexualismo velado; infidelidad como acto natural del matrimonio; y hordas de miseria que hacen sus propios clanes de supervivencia entre la podredumbre social y suburbana.

El valor agregado de estos relatos están en el cuidado narrativo que el autor da a cada párrafo, construyendo un universo propio a la hechura de sus personajes. En las historias de Hiram Ruvalcaba no sobra ni falta tela. Quizá dos o tres objeciones. El abuso y contenido de los diálogos. De repente el autor hace hablar a sus criaturas con un lenguaje caricaturesco, y quizá en exceso. Y no porque la voz que da al personaje sea mala, sino porque en la ficción se expresa como lo haría cualquier individuo en la vida real, lo cual provoca un efecto vacío en la construcción de lo social imaginario de dicho personaje.

“Los inocentes”, de Hiram Ruvalcaba fue publicado por ERA en 2025.

Es una cuestión de estética en la que muchos pueden coincidir o no. Pero si vamos a hablar de literatura, partamos de lo que alguna vez dijo el gran Juan Rulfo. “Para mí el ideal no es reflejar la realidad tal como es. La realidad actual la estamos viviendo, la estamos leyendo en la prensa, la estamos viendo por la televisión, entonces no podemos repetir lo que está diciéndose en el día a día”.

Y la otra objeción es que el cuento “Finales felices” pudo haber tenido un efecto brutal en otro tiempo verbal. La segunda persona del singular imperativo me dio una indigestión terrible y lo único que quería era que el cuento se acabase en cualquier momento, y sin embargo fue uno de los más largos. Le di otra oportunidad, pero el efecto fue el mismo.

Hiram teje algunas de estas narraciones desde su propia experiencia como periodista. Dueño de una prosa directa y bien elaborada, advertimos las influencias de la nota roja y la crónica convertidas hábilmente en ficción, sobre todo en los cuentos “A oscuras”, “Los últimos hombres” y “Cuchillos japoneses”.

En estos relatos subyace el escarnio público al que podría estar sujeto cualquier víctima de una prostituta que, pese a su edad, sabe dominar la vergüenza o la cruda moral de su cliente. “Y escúchame bien, cabroncito, antes de que cante el gallo me negarás tres veces. Te vas a decir que todo esto fue un error y que nunca debiste venir. Ah, pero eso sí, en menos de dos semanas aquí te voy a tener de regreso”.

Hiram Ruvalcaba es un narrador mexicano nacido en Jalisco.

Si algo llamó mi atención en los cuentos de Hiram es que hay una polarización en sus personajes. No me refiero a buenos y malos. Eso reduciría el libro a un falso activismo moral. Sino a cobardes y estoicos. Javier (“A oscuras”), Jorge (“Finales felices”), Manuel (“Los últimos hombres”), Manuel (“El truco del sombrero”), Justina (“Paseo Nocturno”) y Mireya (“Cuchillos japoneses”), tienen un hilo común que los hace parecer víctimas de sus situaciones, aunque, desde otra perspectiva, podrían ser también victimarios frente a sus decisiones. ¿Quién realmente es inocente en las historias de Hiram Ruvalcaba? El lector tiene la tarea de descubrirlo.

El libro tiene una destacada presentación de relatos hasta que llegamos a los dos últimos: “Los cachorros” y “Los inocentes”. Sin duda los mejores cuentos de este tomo. Ruvalcaba pretende construir su propio mundo literario: Tlayolan, un pueblo donde abundan las desgracias, pero sobre todo donde la violencia es parte del paisaje natural de lo cotidiano. En Tlayolan aparecen los mismos personajes de otros cuentos: El Manoplas, El Cerote, y nos remite además a esa Tlayolan que hemos leído en las páginas de Todo pueblo es cicatriz (Random House, 2023), la novela de los feminicidios y violencia extrema que colman estos dos últimos cuentos de Los inocentes.

 

El código es que no hay código, eso podríamos resumir del cuento “Los cachorros”, adolescentes reclutados por el narco para matar. Y matarse entre ellos cuando así convenga a esa ausencia de códigos. Antropológicamente, los clanes suburbanos o las manifestaciones subculturales de cualquier organización social tienen estructuras fuertes adscritas a sus propios códigos. Sin embargo, en “Los cachorros”, observamos a un grupo de adolescentes matones que muestran no sentir nada ante la muerte del compañero caído, pese a que en la conciencia lloran en silencio al camarada muerto.

Para comprar el libro, haz click en la portada.

Finalmente, el libro cierra con un relato bien contado y ejecutado. Un cuento hecho con las tripas y que cumple con el segundo postulado de Julio Ramón Ribeyro: “La historia de un cuento puede ser real o inventada. Si es real, debe parecer inventada y si es inventada, real”. El cuento se le encarna a uno.

La historia y la forma del relato me recuerdan al magnífico cuento del ya citado Julio Ramón Ribeyro, “Los gallinazos sin plumas”. Ambas historias transcurren en la más absoluta miseria y soledad; hay personajes que trabajan para un pequeño dictador (unos recogen basura orgánica para engordar un cerdo, y otros recogen monedas mientras hacen maromas en un semáforo), a los protagonistas de uno y otro cuento les suceden accidentes que los dejan medio moribundos y que, aun así, buscan la manera de librarse de ese microcosmos de pestilencia, miseria y soledad.

En “Los inocentes”, el autor otorga vida a un submundo ignorado por la mayoría de la sociedad y que a los gobernantes les ha servido como materia prima para perpetuar la eterna promesa de un mejor futuro: la pobreza. Nos lleva al ojo del huracán. Como Luis Buñuel lo hizo en su tiempo, Hiram Ruvalcaba ha sabido rehacer a través de la ficción aquello que habita en las entrañas de una sociedad egoísta y profundamente indiferente. Nos muestra cómo se reproduce la pobreza y la violencia en el imaginario ideológico, y cómo se traduce al interior de una familia. O lo que parece ser una familia.

Estos relatos nos recuerdan lo frágiles que somos, que nuestras creencias pueden tener fecha de caducidad y que, en lo incierto, en el horizonte, “Allá donde se acaban las vías”, puede emerger lo más grotesco de nosotros ante el horror de la dura y pura realidad.

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