Un disco de Vinyl-Art

En una entrega más de sus Crónicas Melómanas, Óscar Muñoz da cuenta de una exposición de vinilos intervenidos por artistas, en la cual el pintor Ariel Guzmán termina siendo engullido por su propio proceso creativo... ¡No dejes de leer este delirante relato musical!

CRÓNICAS MELÓMANAS.

Desde la semana pasada, Ariel lanzó una convocatoria a sus más allegados amigos y colegas, la mayoría de ellos de las artes visuales, para participar en una exposición de Vinyl-Art, que implicaría intervenciones artísticas en vinilos. En la invitación sugirió usar cualquiera de las técnicas y estilos de la pintura, el collage, el grabado, la fotografía y hasta la literatura sobre alguna de las caras de los discos a intervenir. Y ayer que fue el cierre de las inscripciones de participación, el registro sumaba 78 artistas, una cantidad coincidente con las 78 revoluciones por minuto en que giraban los antiguos tocadiscos y los gramófonos.

Como si los discos de vinilo fueran lienzos para la creación de imágenes, los inscritos en la exhibición comenzaron a crear sus obras, todas ellas relacionadas de un modo o de otro con la música. Algunos quisieron representar el músico o la banda de la grabación contenida en los surcos del disco implicado. Otros optaron por representar con imágenes la música misma grabada en el disco. Incluso hubo uno que quiso escribir encima del vinilo un cuento derivado de alguna anécdota musical.

En este proceso creativo múltiple, los participantes lograron intervenir estos espacios físicos de vinilo, todos oscuros y circulares, a diferencia de los lienzos clásicos de las artes visuales, blancos y cuadrangulares. Casi todos los vinilos fueron de 12 pulgadas (30 centímetros de diámetro) y uno que otro de 10 pulgadas (aunque también de 33⅓ rpm).  Eso sí, cada uno sufrió la transformación creativa de los artistas, ya sea con la pintura, el grabado, la fotografía o la literatura.

Por su parte, ayer mismo, Ariel comenzó a crear su Vinyl-Art, que consistió en plasmar, en su estilo peculiar de colores invasores y contrastantes, destellos sorpresivos y líneas intrusas, el rostro de Frank Zappa, su ídolo musical. Para ello, Ariel eligió como lienzo el disco de The Mothers of Invention titulado Absolutely Free, que su portada incluye el rostro de Zappa en alto contraste, aunque en blanco y negro.

Antes de dar la primera pincelada, tuvo que elegir, además de pinceles de distinto grosor y flexibilidad, algunas cerdas sueltas de diferente calibre para ahondar hasta lo más profundo de los surcos del disco. Él no quería dejar ni un milésimo de espacio vacío: todo debía estar absolutamente cubierto, lo que implicaba una contrariedad si alguien toma en cuenta el título del álbum: Absolutamente Libre, es decir, una dialéctica extraña en un raro proceso creativo-destructivo. En fin, ese había sido el propósito de Ariel, como si hubiera sido salpicado, más que de las pinturas que usaba durante su creación, de las sonoridades del mismo disco de Frank Zappa.

Sin esperar más, Ariel procedió a impregnar de pintura, con su propio halo creador, la música zappiana alojada en los hundimientos circulares del vinilo con toda aquella sonoridad contenida. Durante este proceso, Ariel logró replicar visualmente la música de los surcos del vinilo. De pronto, a mitad del trabajo, emergieron, uno a uno, por el lado B del disco, algunos personajes de las historias cantadas por Las Madres de la Invención, y no precisamente con las mejores intenciones de colaborar con Ariel.

El primero en asomarse por el hueco circular que sirve para centrar el disco fue el Duque de las ciruelas pasa, seguido de Gente de plástico y la Joven calabaza. Debido a que tenía de frente la cara A del disco, Ariel no supo que del otro lado estos personajes ya lo espían. Y sin percatarse de nada, el pintor continuó su obra. Sólo que, en ese instante, el vinilo emitió algunas melodías ahogadas por la pintura que ahora las cubría, como si se tratara de murmullos y silbidos incomprensibles.

Al final, ya para aplicar los detalles finales, surgió del mismo hueco del centro del vinilo el personaje más siniestro del disco: el Hijo de Susy Quesocrema desde la granja del Tío Bernie, aunque no para felicitar a Ariel por su creación, sino para la Invocación y danza ritual de la joven calabaza, como castigo ejemplar contra del atrevido pintor. Así que musicalizaron a Ariel hasta introducirlo en lo más profundo de los surcos del mismo vinilo, y sin que pudiera nunca jamás salir de esa prisión.

A la hora de ocurrir tal sortilegio, llegó al taller Érika, quien no encontró a Ariel por ninguna parte. Sólo estaba el disco que el pintor intervino, totalmente terminado. Del lado A, se podía admirar el trabajo artístico de Ariel: el rostro de Zappa, recreado en su peculiar estilo pictórico, y, del lado B, la cara de Guzmán. Por un instante, a Érika le pareció que la imagen de Ariel quiso gesticular alguna expresión, pero la pintura ya había secado y su faz quedó fija e inerte.

Obviamente que, el día de la inauguración de la exposición, aunque Ariel no estuvo presente, bueno, no físicamente presente, aunque sí a imagen y semejanza del Ariel de siempre en la lado B del disco que él intervino. Érika, con el museógrafo, montaron los discos, incluido el de Ariel, el cual lo colocaron pendiente del techo de la galería. De esta manera, los asistentes a la exhibición podrían ver las imágenes de ambos lados del disco.

Nadie supo bien a bien por qué se le ocurrió pintar a Frank Zappa en el lado A del vinilo y a sí mismo, Ariel Guzmán, en el lado B. Hubo quienes afirmaban que eran muy parecidos. Sólo bastaba con mirar a uno en el lado A y girar rápidamente el disco para ver al otro en el lado B y constatarlo. Y en este juego giratorio intervinieron todos los asistentes.

Ya para cerrar la galería donde fue montada la exposición, y luego de que la gente salió a duras penas del lugar, ahí quedó el disco de Ariel, con él mismo en la cara B y Frank Zappa en la cara A. La única diferencia fue que, en el lado B, quedó marcado el hilillo de una sustancia amarillenta que escurrió desde el centro mismo del disco, es decir, del hueco del vinilo que sirve para centrarlo en el tocadiscos, y con un aroma fétido, como de vómito.

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