El viernes 13 de mayo de 2022, el público del Peón Contreras disfrutó de un elegante programa sinfónico que dirigió una personalidad entrañable en nuestro medio. Este individuo es Juan Carlos Lomónaco quien esta velada, como en todas, consiguió la aprobación de los exigentes y complació a los aficionados.
Desde el año 2009, Lomónaco es titular de la Sinfónica de Yucatán, lo reconocen todos los melómanos de la región y muchos lo admiramos. Por ello, hay que destinar algunas líneas para describir a esta figura protagónica de nuestros conciertos.
De silueta inconfundible, Lomónaco domina con excelencia al conjunto orquestal. Adquirió pericia en la dirección en el Instituto de Música Curtis de Filadelfia y el Pierre Monteux de Maine. Ha conducido la maduración de nuestra joven filarmónica, al punto, que su repertorio satisface a los conocedores y atrae a los recién iniciados. ¿Acaso Lomónaco pierde la confianza que lo caracteriza? Nunca, cuando lo vemos en lo alto del escenario, es firme con el mando y seguro como el más reposado de sus adagios.
Esta noche, luego de saludar con afabilidad al público, Lomónaco presentó de viva voz el programa y el concierto comenzó con una obertura que Ludwig van Beethoven compuso para una obra de Johan Wolfang von Goethe. Este drama titulado Egmont lo concibió Goethe en su primera época de escritor cuando se le veía como un genio precoz o un “poeta-niño”. Según los críticos literarios, Egmont pertenece al movimiento “Sturm und Drang” que suele traducirse como “asalto y empuje” o “tempestad y pasión”. Esta escuela expuso en sus textos arrebatados cómo las personas eran víctimas de sus pasiones y admiró a Shakespeare y los antiguos romances españoles. En cuanto a la trama, el conde de Egmont lucha contra el duque de Alba para obtener la libertad de su pueblo del dominio español. Los amores, gestas e ideales del conde lo condenan a la prisión y la muerte, a las cuales se enfrenta como un héroe.
Tan solo Beethoven podría expresar con música este combate entre la libertad y la tiranía, el enfrentamiento de Egmont con el duque de Alba se presenta en la obertura con una tenebrosa solemnidad de la que surge, entre fanfarrias funerales, una esperanza jubilosa. La desesperación pasional de esta partitura está marcada por arañazos de furia, pero su violencia es la de un héroe y la esperanza de sus metales la vuelven una obra maestra. La Sinfónica de Yucatán deslumbró con su interpretación, positivamente tempestuosa, puesto que entonó instantes durante los cuales el público se estremeció ante la proximidad de una tormenta y la fuerza de un estallido jubiloso. En recompensa, el conjunto obtuvo los primeros aplausos de la noche y un par de ¡bravos!
Para calmar los ánimos, exacerbados por Egmont, la sinfónica prosiguió con la tercera suite de Ottorino Respighi titulada Aires y danzas antiguos. Este compositor tuvo una frente amplia, semejante en parte a la de Beethoven, pero, el italiano nacido en 1879, es un pescador de perlas en el siglo XX que investigó en antiguas partituras anónimas para crear nuevas melodías con divinos resabios del pasado.
La suite de Respighi la interpretan exclusivamente las cuerdas y es un galante jardín renacentista, cuadrangular y sembrado en rosas y damas. Las resonancias del italiano se asemejan, en ciertos trechos, a la fábula mística del Orfeo de Monteverdi, compuesta tres siglos antes y, cada una de las partes de esta pieza, parecen una sucesión de fiestas cortesanas, ocasionalmente interrumpidas con banquetes de aldeanos.
En cuanto a la Passacaglia, es remarcable puesto que al espectador le sorprende admirar cómo las secciones de la orquesta van despertando, mientras las demás esperan su turno, con tensión; por ello, las notas fluyen intermitentes como en una cascada de espesos chorros. La Sinfónica de Yucatán lo logró de nuevo y, en el público, todos se sintieron un pequeño duque de Mantua o un noble florentino. Pocas orquestas hay en México que puedan pasar de un exaltado Egmont a un Respighi delicado.
En este punto aprovecho el intermedio para confesar que unas de las más agradables tardes de este infierno llamado mayo, las he disfrutado a la espera de los conciertos del Peón Contreras. En los refrescantes pasillos y bancas del Palacio de la Música, es posible observar a los intérpretes que sostienen con sus movimientos, tacto y aliento las oberturas, suites y sinfonías. Con el saco desabotonado charlan sin miedos escénicos y se sonríen.
¿Sería prudente dirigirles la palabra antes del concierto? ¿qué dice el protocolo al respecto? A veces, lo confieso, quisiera acercarme a oír sus charlas y preguntarles sus nombres ya que estos, tristemente, no se mencionan en los programas de mano.
De vuelta al lunetario del Peón Contreras, de acuerdo con el director Lomónaco, asistimos a la primera interpretación de la primera sinfonía de Schubert en Yucatán. En esta pieza orquestal, su autor nos llena con un Adagio-allegro vivace de trinos joviales que, en segundos, se vuelven ondulaciones femeninas, alegrías tamboriles y vaivenes interminables.
Tenía 16 años Schubert cuando dio a luz a esta sinfonía y la obsequió a su maestro Innozenz Lang. Si el profesor Lang no se sintió sobrecogido por los avances del joven, debió ser completamente sordo. En la primera de Schubert, todo ya es romántico y tiene la dulzura que, en su madurez, distinguió a este genio nacido en Austria, el año de 1797.
El segundo movimiento es un Andante en sol mayor con sabor pastoril y que, en ciertos pasajes, es perversamente seductor, como remansos de sombra en el estío. El tercer movimiento Minueto Allegro recuerda con trote infantil a un carnaval en la Europa del siglo XVIII, con Colombina, Pierrot y Arlequín haciendo gracias ante una multitud de curiosos.
El Allegro vivace comienza como el susurro de una joven que cuenta un secreto a nuestro oído, esta noticia picante se esparce por los alrededores entre risas y crece condimentado con traviesos comentarios. Se investiga el pasado de quien ocasionó el rumor y surgen conjeturas que regresan, a veces, al origen inocente del principio, pero cuyas candentes exageraciones conducen, finalmente, a la apoteosis colorida de una farsa palaciega.
Saben Lomónaco y su orquesta cuánto estimulan nuestra imaginación con sus interpretaciones siempre atinadas y correctas? Seguramente que es así y lo disfrutan. Tan solo queda escribir que la Sinfónica de Yucatán y el equipo que la hace una realidad en el Peón Contreras permiten al alma respirar y al espíritu refrescarse en este mes de clima execrable.