La OSY retorna en una nueva sede: el Palacio de la Música

El viernes 18 de noviembre de 2022, con el octavo programa dirigido por el maestro Juan Carlos Lomónaco, Beethoven y Schumann hicieron una reaparición triunfante junto con la Orquesta Sinfónica de Yucatán en el Palacio de la Música, según escribe Felipe de J. Cervera en su crónica.

“…Volverán las tupidas madreselvas/de tu jardín las tapias a escalar,/y otra vez a la tarde aún más hermosas/sus flores se abrirán…” Rima LIII, Gustavo A. Bécquer (fragmento).

La temporada treinta y ocho de la Sinfónica de Yucatán, llegando a su punto medio, quedó cancelada. La causa fue la devastación en su sede habitual, el Peón Contreras, teatro amadísimo por la gente de Yucatán y por quienes, desde lugares incluso lejanos, han venido como visitantes o como artistas que nos han honrado con su presencia.

Subir sus escalinatas, confundirse entre la gente y abandonarse al encanto de la Música, hoy es una combinación de recuerdos y añoranzas. Imposible describir su trascendencia, en palabras justas, de cómo entre sus muros la felicidad ha sido recreada en formas diversas, que siempre terminaban en aplausos.

Una sobrecarga eléctrica, el día de Todos los Santos, bastó para ennegrecer aquella cúpula – e incendiar todo debajo de ella – revocando el sitio cúspide de las artes en Yucatán hacia otro terreno, el del anhelo, con su cauda de preguntas que, por el momento, no tendrán respuesta salvo la cancelación mencionada de la temporada orquestal.

Un ajedrez para expertos debió ser cotidiano, desde ese momento, para modificar el estatus a luz verde. De pronto, sí habría reconexión de la sinfónica con su público, dejando de cumplir la música de Bruch y la de Tchaikovsky. Con la primera se tendría al gigante gentil Christopher Lee, con su violín de cara al conjunto. “El Palacio de la Música”, fue clamor generalizado, sugiriéndolo como plaza alternativa a los efectos. Así que en pocos días y a pocos metros del siniestrado Peón Contreras, “el Palacio” daba la bienvenida: así amparó a la sinfónica en medio de un aguacero de asuntos por definir.

El viernes dieciocho de noviembre de dos mil veintidós, con el octavo programa dirigido por el maestro Juan Carlos Lomónaco, Beethoven y Schumann hicieron una reaparición triunfante. La obertura “Egmont” y la tercera sinfonía “Renania”, respectivamente, fueron interpretadas al hilo. El escenario se mostraba amplio para la distribución orquestal y, tras un saludo emotivo, la batuta dibujaba en el aire el significado de la primera pieza, como ventisca que iba ganando intensidad hasta ser el huracán Ludwig de siempre.

El clamor orquestal prolongaba su ascenso, dominando la sala, mientras arrasaba todo a su paso. Metales y cuerdas graves, con acentos de percusión, volvieron a reflejar las dimensiones del Beethoven que lo dice todo a grandes voces o, al contrario, se atreve a musitar para sí mismo. Pasando escasos nueve minutos, la Egmont recibió el entusiasmo de los espectadores.

Un minuto bastaría para que Schumann fuera llamado a imponer su encanto. El pozo de su creatividad traducía en madurez al componer. En su piano esta y otras obras sonarían enormes durante ese proceso de convertirlas para sinfónica. Son una mirada a su horizonte. Para esta tercera sinfonía, Schumann estipula algo más que las cuatro partes de costumbre: agrega un movimiento en afán de reconfigurar estructuras y pudo lograrlo sin toparse con la pared. Su elegancia encierra una dulzura que no es posible describir, pero sí fácil de comprender escuchando.

La sinfónica abrillantaba el primer parte – movimiento vivo – tanto que arrancó vítores al alimón. El scherzo inmediato empezaba en balbuceo figurado hasta que gradualmente floreció, brincoteando entre cuerdas y maderas. En ilación al tercer movimiento – prescrito no rápido – fue sembrando languidez que, por fin revelada, se mantuvo medular en la extensión de la obra.

El cuarto episodio discurre hecho de solemnidad. Llega a demostrar el crisol de emociones, antes cautivo en el pentagrama y anteriormente, en su imaginación. Era para eso que le hizo falta una sinfónica. Y, resaltando la profundidad de su ingenio, llegó el movimiento final. Deja claro que no termina su festividad creciendo en velocidad e intensidad, lo que desencadenó entusiasmo al instante.

No hubo rincón en el Palacio sin inundarse de Schumann, como antes ocurrió con Beethoven. La ovación se mantuvo enérgica un rato prolongado, para corresponder a la felicidad recibida. Solamente tú Leonel, hiciste falta; todos, a través de lo dicho por el director, coincidimos. Cada aplauso era para ti, con el pretexto de haber disfrutado aquellas obras. Descansa en paz, maestro. Gracias por todo. ¡Bravo!

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