Nacer mujer, nacer indígena, es un pecado…

Pintura del artista Juan Pablo Bavio.

Una reflexión social y literaria de Sol Ceh Moo.

En mis obras literarias, mis personajes son seres que entienden que su vida sería mejor con algo de educación escolar. Ahí está Honorina el personaje principal de “Sólo por ser mujer”, necesitó estar en la cárcel para aprender a leer y a escribir. No quisiera que la prisión se convirtiera en una escuela para alfabetizarse.  En la misma línea también recuerdo a Evencia, una mujer valiente que cobra vida en una compilación de mi obra titulada “X Tabita”. Ella toma conciencia de ser mujer (en la línea del marxismo clásico) y con dolor  grita: “¡nacer mujer es un pecado!”,  en ese grito ella denuncia  estereotipos sexistas; todo jugaba en su contra, las costumbres y las tradiciones, la religión y las normas sociales, todos al unísono le dicen que no puede trastocar las líneas marcadas por una sociedad que no admite rupturas. Para llenarla de desesperación aparece en su vida, la menstruación que la minusvalora en su condición de ser humano a una portadora y reproductora del pecado.

La menstruación es el final de su niñez feliz y de la escuela. Su condición de menarquía es contraria al aprendizaje, la tradición así lo decide, sus sueños no tienen valor frente a la realidad. Ahora la inocencia se ha transformado en Eva la pecadora, la causante del paraíso, ese territorio perdido utópico añorado por los varones en donde no existe necesidad de trabajo bajo el ardiente sol, ahí donde la leche y miel abundaba. Ahora el camino para lavar su pecado cometido es imitar a María, abnegada y paridora, sometida a designios divinos, pero siempre virgen a los ojos de la plebe.

“Amantes Mayas”, del artista Juan Pablo Bavio.

Mi pretensión al escribir sobre estos temas, es abrir una ventana que pueda mostrar, a quien se asome, la verdadera situación de las mujeres indígenas en la contemporaneidad, no obstante que las relaciones sociales y las que tienen relación con las cuestiones de género no es diferente a la que sucede con otros grupos de mujeres de otras clases sociales, estas se complican frente al estigma de la pobreza que suma a las asimetrías valorativas de las mujeres aborígenes.

La pobreza en sÍ es un mal insuperable que se convierte en verdadero rémora cuando las políticas asistencialistas tratan de paliarlo. El asistencialismo causa daño irreversible en la estructura social, porque el asistencialismo es una forma de humillar a quien lo recibe y lo supedita al supuesto benefactor, el asistencialismo elimina en corto tiempo la capacidad de autogestión de sus propias necesidades.

Resulta común observar como en las comunidades mayas, enfermedades sociales como el alcoholismo y la drogadicción se han convertido en cuestiones endémicas, como resultado de los programas sociales que incitan al hombre a quedarse en casa a realizar labores domésticas y descansos prolongados en la hamaca, mientras las mujeres rurales desesperadas por la flojera consuetudinaria de su cónyuge, además de criar a los  hijos, tiene que ir al monte a sembrar la milpa, acarrear la leña y otros menesteres que corresponden al varón.  Todo esto sucede bajo la ceguera y la indiferencia social.

Una mujer de procedencia indígena que es golpeada, no puede  quejarse con ninguna autoridad, nadie le va a hacer caso. Así una mujer sabe que ser violentada diariamente,  es parte de sus obligaciones dictadas por su propia cultura. Asume su papel porque está segura que no tiene alternativas legales que cambien su situación, ni sus padres pueden hacer nada para mejorar su condición, cuando abandona la casa lo primero que sus progenitores le han dicho, es que debe obedecer al hombre que es su marido, “haga lo que te haga, lo tienes que soportar”. Llega a la conclusión que ser mujer es lo peor que pudo haberle sucedido. Así el género se convierte en su yugo a lo largo de su vida.

La literatura por sí sola no puede cambiar los males de una sociedad, pero si puede contribuir a tomar conciencia de que no todo es perfecto, recuerdo el impacto que me causó las palabras de Clotilde Armenta, en la Crónica de una muerte anunciada de García Marques, cuando dice: “Ese día me di cuenta de lo sola que estamos las mujeres en este mundo”. La frase es impactante porque he encontrado en la mirada de mis hermanas de raza, esa inmensa soledad. Esta soledad, tiene que ver con la exclusión social, es hablar sin ser escuchada, es carecer de un otro humano que entienda que la hablante, es otro como él, aunque existan diferencias en cuanto al sexo.

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