Recuerdos de una entrevista
Hace algunos meses me encontré con un artículo de Mariana Mijares en la revista Nexos titulado Batman y Superman vs. Las Selfies: “La Actualidad del Periodismo de Espectáculos”, en el que la autora cuestionaba a los periodistas que entrevistan a actores o músicos y que buscan con desesperación una foto con la persona entrevistada. Mijares sostenía una tesis con la que concuerdo al cien por ciento: nunca pedir una foto con aquel al que se le va a hacer o se le ha hecho una entrevista pues en ese momento el entrevistador se convierte en un fanático y el entrevistado pierde el respeto por el trabajo hecho.
A lo largo de mi vida profesional en los medios he tratado de mantenerme fiel a ese premisa pues me parece un asunto lógico no mezclar el trabajo con el gusto personal o con la admiración que, por supuesto, se puede sentir con el entrevistado. Pero, por otro lado, al renunciar a la foto también se renuncia a mantener un recuerdo físico de un momento que ha sido importante en la carrera personal, pues no cualquier periodista puede sentarse todos los días a charlar con un personaje inteligente, con mucho que decir, y al que se ha seguido con admiración a su trabajo. Es una circunstancia muy particular, pero al final vale la pena el mantener esa distancia porque creo que la ética en un labor como la de los medios de comunicación es un valor que hay que cultivar todos los días pues de eso depende el respeto no solamente del auditorio sino también de aquellos a los que se entrevista.
Por eso muchos de los momentos más importantes de mi andar mediático los guardo en un baúl muy particular de la memoria. Ahí están depositados los encuentros con figuras a las que he admirado por mucho tiempo y con los que he tenido la oportunidad de platicar para los medios. Gente como Betsy Pecanins, Demián Bichir, Arcelia Ramírez, Claudia Ramírez o Leonardo García Tsao han estado frente a mi al otro lado del micrófono y sus charlas solo existen en las neuronas de mi memoria, pero hay que decir que ésta es pródiga y muchos de los detalles de dichas pláticas continúan existiendo en ella con una frescura inagotable. La muerte reciente de Gonzalo Vega hizo que el baúl abriera un tanto su tapa y recordara la ocasión que tuve de platicar con él.
El encuentro con el histrión tuvo lugar en los viejos estudios de Radio Universidad Autónoma de Yucatán. No era la primera vez que le veía. Años atrás era yo camarógrafo y editor de un programa de la televisión yucateca y acompañé a una de las conductoras de la emisión a realizarle una entrevista en el Teatro Daniel Ayala de la ciudad de Mérida, en donde había presentado con éxito su obra “La Señora Presidenta”. En aquella ocasión Gonzalo Vega se mostró sumamente amable y educado mientras la entrevista se desarrolló con calma. Recuerdo que mientras sostenía la cámara y escuchaba las preguntas que la chica le hacía, yo dibujaba otras en mi cabeza. Mi entrevista hubiera sido muy diferente. El tiempo finalmente me iba a dar la oportunidad de platicar con el actor cara a cara: cuando se sentó frente a mi en el estudio de la radio.
No puedo decir que era yo un fanático, pero si respetaba mucho la trayectoria de Gonzalo Vega. De niño, había sido uno de los millones de mexicanos que se engancharon a la historia de Cuna de Lobos en la que Vega dio vida a José Carlos Larios, el hijastro de la terrible villana Catalina Creel. Pocos en este país pudieron sustraerse del culebrón que rompió todos los récords de audiencia. Luego le descubrí actuando en cintas de gran importancia para el cine mexicano como “El Lugar Sin Límites” de Arturo Ripstein, o bajo las órdenes de Carlos Saura en “Antonieta”. Eso sin olvidar su aparición en una de las joyas más grandes de la televisión mexicana: “Toda una Vida” en la que compartía créditos con Ofelia Medina (ilustre actriz yucateca) y que narraba la vida de la famosa cantante de cuplé de principios del Siglo XX María Conesa.
No suelo escribir mis preguntas cuando hago una entrevista. Investigo cuando no conozco mucho del personaje y luego dejo que la plática fluya porque la experiencia me ha enseñado que así es como logro extraer lo mejor de mi entrevistado. En el caso de Gonzalo Vega así fue. Pero para ello ayudó que en la mesa estaba sentado un auténtico caballero. Vega había entrado al cuarto piso del edificio central de la Universidad derrochando personalidad. Como solía pasar cuando alguien famoso se asomaba a los estudios del 103.9 de FM, la mayoría del personal administrativo salía de sus oficinas para verle pasar o incluso pedirle un autógrafo. Esto era más evidente cuando el actor o cantante concluía con la entrevista y quienes habían escuchado en el edificio (muchas oficinas sintonizaban la estación) salían para verle pasar de cerca. Con Gonzalo Vega no fue la excepción.
Pero antes de causar revuelo en los pasillos de rectoría, Vega charló de varias cosas. Estaba de nuevo en la ciudad para presentar a los gemelos Martín y Martina, los protagonistas de “La Señora Presidenta”. El actor promocionó la obra, pero también habló con mucha pasión del teatro en México, de lo complicado que resultaba su producción. Recuerdo haberle preguntado sobre la situación de la cultura en México y su respuesta fue que la clase política era demasiada y no entendía sobre la importancia del arte. En ese entonces el cine mexicano vivía una profunda crisis y Vega lamentaba que no se pudiera tener una industria saludable y fuerte que generara identidad nacional. Le pregunté sobre la televisión, hablamos sobre las telenovelas y lo desaprovechado y encasillado que ya se encontraba el género. Al final me quedé con la impresión de que el actor había disfrutado tanto como yo de la entrevista. Entraron un par de llamadas felicitando al histrión por su trabajo, las cuales Gonzalo Vega agradeció con suma amabilidad. Cuando salimos del aire nos dimos un apretón de manos y el actor abandonó con toda su personalidad la cabina; yo regresé al micrófono a continuar con el programa que hacía todas las mañanas.
Gonzalo Vega falleció el pasado 10 de octubre a los 69 años de edad. Puedo decir que le vi dos veces y que por unos 40 minutos platiqué con él al aire a través de mi adorada radio. Escribo estas líneas pensando en qué hubiera pasado si al final de esa entrevista yo le hubiera pedido una foto. Tal vez ayer la hubiera publicado en redes sociales recordando aquel efímero momento radiofónico, lo que quizá hubiese arrojado algunos comentarios que me habrían hecho sentir bien por un par de horas. Pero entonces la magia se hubiera perdido, esa magia que es detonada cuando un acontecimiento importante sucede. Cuando leí en la prensa digital que Gonzalo Vega había muerto, inmediatamente recordé aquella mañana de un mes y año que ya no recuerdo. Pero ese instante atrapado en los rincones de mi memoria detonó muchos otros. Llegaron personas, situaciones, entrevistas que fueron tan efímeras como aquella pero que dejaron una marca importante en mi quehacer profesional y en mi enseñanza de vida.
Vi a Gonzalo Vega en teatro en su famosa obra un par de veces. Confirmé su gran talento, pero nunca tuve la oportunidad de estrecharle de nuevo la mano o de volver a entrevistarle. Pienso en lo que le hubiera preguntado ahora, tal vez hubiese hecho referencia a aquella entrevista y hubiésemos comparado la situación del cine o de la televisión de aquel entonces con la actual. Me hubiera gustado mucho escucharle hacer tal comparación. Creo que México ha perdido a un gran actor, uno de esos histriones de vieja cepa, gallardo, talentoso y generoso en cada uno de los papeles que interpretó. Creo que la comunidad artística no le ha hecho ni el reconocimiento ni el homenaje que se merece. Por mi parte yo siempre recordaré aquella entrevista y utilizaré ese recuerdo como un homenaje muy personal y como un sincero adiós al gran Gonzalo, con quien tampoco me tomé la foto.