Jesús Medina y Ruth Bennett brindan épico concierto

Ruth Bennett y la Orquesta Sinfónica de Yucatán encantan con el arpa de Haendel.

Una perla tras otra. Así los conciertos de laOrquesta Sinfónica de Yucatán, el viernes 13 y domingo 15 de noviembre, enmarcados en la temporada octubre diciembre de dos mil veinte, el año que seguimos viviendo en peligro. El Peón Contreras, con sus normas habituales y las que el caso exige, recibió al contado público para dar su testimonio de cuerpo presente, acerca de la extraña compatibilidad musical con que fue diseñada la ocasión: un ilustrísimo del Clásico tirando al Romántico, un arpa preciosista, una sinfonía exótica -que refrenda la acumulación de detalles inusuales-, un gigante del Barroco, que poco pide o pide muy poco para brillar y cantos mexicanos reconvertidos para concierto cerrando el momento, quedaron bajo la batuta huésped del excelente Jesús Medina, maestro regiomontano que con su nueva presencia nos honra, luego de tres años de haber estado en Yucatán.

Beethoven y su octava sinfonía empezaron la ronda de convencionalismos rotos. El maestro Medina dirigía como teniendo las decenas de músicos que pide el pentagrama. Pedía, y así recibía -con pulcritud- la elocuencia del genio, recreando el asombro de sus arduos matices, que con toda naturalidad pasan del fortissimo al pianissimo y viceversadesconcertadores, angelicales- como arranques de cólera que se vuelven súbitas palabras de ternura.

Beethoven se rehúsa a ser el mismo pero vuelve a su corpulencia sonora. Da un paso adelante en su lenguaje y exime a la obra de un movimiento central lento, pero establece a cambio nuevas propiedades, un atisbo al Romántico venidero lo que, de alguna manera, termina por concederle un rol de profeta. Todo va de alegre, de principio a fin, de energía plenaria dicha en modos que finalmente eslabonan un mismo contexto. La sinfónica, a la altura con aplausos espontáneos y hasta con voces de júbilo.

Un salto al Barroco anterior trajo a Haendel -aquel inglés nacido en Alemania- que podía homenajear a la realeza tuviera a su alcance lo que tuviera, aun con escasos recursos orquestales. Ahora, con una pequeña ayuda de la cuerda, creó el Concierto para Arpa número seis, que comenzaría a inundar la sala por una resplandeciente concertista Ruth Bennett. En los tres movimientos de costumbre, el canto de la enorme lira resonaba a solas en sus encantamientos, seguida siempre de cerca por una alineación de cámara, suficiente para tanta amabilidad en la composición.

Cuando era tiempo de alternar con su cortejo, la virtuosa dialogaba sus notas superpuestas con candor, en el sentido concertante de la obra que, en todo caso, sigue siendo una conversación serena, de noble sentido. La docena de apóstoles seguía al concertino Gocha Skhirtladze, que impartía la sanidad respectiva perdurando aquel respeto mutuo -justo y perfecto- para confirmar que de lo bueno, poco. Merecidos los aplausos y vítores de quienes estaban allí, tanto como los nacidos a la distancia, la sonrisa de la maestra Bennett terminó de forjar el agradable encuentro.

Eduardo Angulo encendió el momento final con su suite compuesta de canciones mexicanas, todas del viejo folclor con que México es identificado de inmediato. Contando cinco partes, está hecha de temas como “La Zandunga”, “Adiós Mi Chaparrita”, “Cielito Lindo” que relumbran con sus acentos nacionales de notas cortas o muy cortas, con pizzicatos y disonancias machacadas de percusiones caprichosas en sus ritmos.

El compositor bien conoce su paleta de matices, amplia como las muestras artesanales de una fiesta popular y se decide a darles formas de concierto: escribe un “Jarabe Colimeño”, que suaviza nuestros diversos expresionismos hacia una “Serenata” y luego a un “Huapango Criollo”, decantándose en vals unido a una polca que, aun sin quererlo, son celebración de pueblo mexicano, extrapolado de los días de feria para el escenario mundial. Valores sobre valores, Eduardo Angulo pide una batuta gentil más que una marcación agreste, remitida en el director invitado y más a favor, en la respuesta de una orquesta que en su versatilidad puede pasar de un término al otro -del fervor europeo a un amplio clamor al estilo Jalisco- con la tranquilidad que le da su madurez artística.

Los mejores momentos fueron todos. Los presentes, muy afortunados en primera línea disfrutaron una velada que en síntesis fue una extravagancia genial. Si así no lo hicieron, habrán inventado un pecado nuevo. Solamente aquellos en casa, sufrimos el hipo imprevisto de una transmisión entrecortada, pero al final, el esfuerzo tecnológico permanecería encomiable. Con todo a favor, la OSY realizó un programa que acertadamente pasaría como uno de los favoritos en su haber. Todo bien o mejor que bien: excelente. ¡Bravo!

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