Del Superman eléctrico a la Thor femenina: experimentos comiqueros

Los años 90 serán recordados como una era particularmente sui generis en el mundo del cómic de superhéroes. Al inicio de la década, mientras nuevos y arriesgados títulos de Image como Spawn y Wild C.A.T.s marcaban tendencia, los cómics clásicos de Marvel y DC se lanzaban a una racha de experimentación sin precedentes. Todo inició con La muerte de Superman en 1992, pero no se detuvo ahí. A Batman le rompieron la columna vertebral y fue sustituido por Jean-Paul Valley, un tipo todavía más desequilibrado y violento que Bruce Wayne; Hal Jordan, el Linterna Verde original, se volvió loco, destruyó a la corporación de los Linternas y fue suplido por un chavalillo medio idiota llamado Kyle Ryner; Oliver Queen, Flecha Verde, murió en una explosión y su hijo Connor Hawke apareció de la nada para ocupar su lugar.

En Marvel, el Profesor Xavier se convirtió en el súper villano Onslaught y los X-Men se quedaron sin líder; a Thor lo corrieron de Asgard y fue sustituido por Eric Masterson… y ni siquiera puedo empezar a explicarles la saga de Ben Reilly, el clon de Spider-Man. En cuanto al viejo Supes, regresó de la muerte, anduvo con el cabello largo un tiempo, se lo cortó otra vez para casarse (¡por fin!) con Lois Lane, se transformó en un ser de energía pura, se dividió en dos (uno azul y otro rojo), y cerca del cambio entre milenios, volvió a la normalidad.

¿De qué se trataba todo esto? De probar el cambio, de experimentar. ¿Qué motivaba a los editores, artistas y escritores a explorar caminos tan extraños? Aumentar la popularidad (y con ello, las ventas) de los cómics, claro está, pero no podemos descartar el interés sincero de algunos de ellos por explorar nuevos territorios. Los personajes no podían permanecer iguales en un mundo cambiante, y las mismas características de la época marcaron la pauta que guiaría los experimentos. Las editoriales tenían que demostrar que podían ser modernas y apegarse a los gustos contemporáneos, y ello implicó hacer que los héroes fueran más juveniles y rudos -más radicales, para emplear el adjetivo que se usaba indiscriminadamente por esos años- como los personajes de Image y WildStorm que eran la vanguardia de entonces.batman-azrael

La mayoría de estos cambios fueron revertidos tarde o temprano, pero dan cuenta de las tendencias culturales de la década. Hoy por hoy vemos una nueva oleada de experimentos que se están dando en los universos Marvel y DC, pero su naturaleza es distinta: ahora se trata de probar con personajes que sean mujeres, miembros de razas no caucásicas o personas no heterosexuales. Quizá todo empezó en 2011 con la muerte del Peter Parker del Universo Ultimate y su sustitución por Miles Morales, un chico afrolatinoamericano. Que alguien que no fuera el buenazo de Peter portara la telaraña del Trepamuros parecía una blasfemia para muchos (aunque sucediera en un universo paralelo), pero después de todo Miles tuvo un excelente recibimiento y finalmente dio el salto al Universo Marvel principal.

El otro gran cambio que ha generado revuelo es la introducción de una mujer llevando el martillo de Thor en 2014, que después se revelaría que es Jane Foster, la eterna novia del hijo de Odín. A pesar de la oposición inicial, la carrera de Jane como la nueva Thor ha recibido también muy buenas críticas, y quizá ello es lo que ha alentado a Marvel para seguir con sus experimentos (cuyo precedente se dio en los noventa en el evento denominado Amalgam, donde apareció Thunder Woman, esto es, Wonder Woman con los poderes de Thor. Nota del Editor). Ese mismo año ya se nos había presentado a Kamala Khan, una adolescente pakistaní, como la nueva Ms. Marvel; el afroamericano Sam Wilson (Falcon) portó el título de Capitán América por un tiempo, y recientemente se anunció que Tony Stark sería reemplazado como Iron Man por una adolescente afroamericana llamada Riri Williams.superman-electrico

Como los cambios ocurridos en los 90, esta nueva oleada ha tenido una buena parte de recepciones negativas. Es natural, puesto que los fans de los cómics forman una tribu extraña, que al mismo tiempo pide novedades pero no desea que se altere demasiado a sus amados personajes. No es necesario achacar actitudes discriminatorias a todos los fans que expresan su rechazo a estos experimentos; detrás de ello hay simple purismo. Cuando salió Superior Spider-Man y el cuerpo de Peter Parker fue ocupado por la mente de Otto Octavius (alias Dr. Octopus),  también hubo muchas reacciones negativas, aunque a final de cuentas Spidey volvió a la normalidad y de todos modos el arco argumental dio lugar a muy buenas reseñas.

Sin embargo, no se puede negar que hay algo de sexismo y racismo en el rechazo a algunos de los cambios que han hecho las editoriales. Entre el fandom no es poco común encontrar expresiones que se lamentan de que la “corrección política” esté arruinando las historietas de superhéroes, que quiere convertir a todos los personajes en negros, mujeres y homosexuales. Estos temores son absurdos y es necesario aclarar el pensamiento y apaciguar la mente para poder abordar el tema.

De entrada, creo que podríamos definir la corrección política como la censura o autocensura, en forma de eliminación o alteración de un contenido, con el objetivo de evitar ser ofensivos, cuando el material no tendría por qué haber sido considerado ofensivo en primer lugar. Es indudable que existen instancias en las que el afán por eliminar todo lo que pueda ser considerado discriminatorio lleva a algunos a la histeria moralina con la consiguiente supresión de contenidos y el linchamiento moral de personas que ni siquiera tenían la intención de ofender. El tema da para largo.spider-man-miles-morales

Pero también es innegable que hay muchos que desestiman como simple “corrección política” cualquier crítica de discursos que sin ambigüedades son discriminatorios y cualquier intento de inclusión o representación de todo lo que no sean hombres blancos heterosexuales en los medios y la cultura pop. Cuando los editores o los creativos (o ambos) eligen probar con nuevos personajes que son mujeres, razas no caucásicas, o personas queer, no se trata de “corrección política”, sino de experimentación, y nada se arruina por el cambio en sí, sino por cómo se maneje.

Miles Morales, Jane Foster o Riri Williams son los Jean-Paul Valley, Kyle Rayner o Ben Reilly de nuestra década: responden a las necesidades culturales de ahora. Si en aquel entonces se trataba de hacer a los personajes más cool con actitudes más “radicales”, hoy en día se responde a las preocupaciones sociales –muy legítimas y bastante más nobles que las noventeras- de reconocer que las sociedades actuales (y el público comiquero) son más diversas y plurales que antaño, y que no se puede andar por ahí haciendo de cuenta que todo lo importante lo hacen varones blancos heterosexuales.thor-jane-foster

¿Se trata de vender? Por supuesto, las editoriales no intentarían nada si no creyeran que les va a redituar. También podemos esperar decisiones poco honestas guiadas por la avaricia y con poca comprensión de los cambios culturales con los que se quiere mantener el ritmo. Como cuando en los 90 estaban de moda los raperos y a compañías de cómics y caricaturas les dio por convertir a todos en raperos. Existe una entrada en TV Tropes sobre esta tendencia: We’re still relevant, damnit!, cuando en el afán por mostrar que tu producto de cultura pop aún puede conectarse con la juventud terminas viéndote como un chavorruco ridículo. Por ejemplo, el Wally West (Flash) afroamericano definitivamente no pegó (y DC ya revirtió la decisión), y parece que a nadie le importa un comino si Alan Scott (Linterna Verde) es gay o no.

Definitivamente algunos experimentos seguirán esa línea y fracasarán en el intento. Algunos recorrerán el camino del Superman eléctrico y pasados los años volveremos a verlos como curiosidades de la época y nos preguntaremos cómo es posible que alguien haya pensado que eso era una buena idea. Por otro lado, no podemos descartar el deseo sincero de los escritores y artistas por explorar nuevos caminos para viejos títulos y que tengan resultados muy satisfactorios. Después de todo, el cambiar la raza, género u orientación sexual de un personaje permite colocarlo en situaciones completamente nuevas y abordar temas sociales que les den un poco de frescura. Algunos cambios bien podrían ser para largo, o incluso permanentes: no olvidemos que Hal Jordan y Barry Allen, los Linterna Verde y Flash más conocidos, aparecieron en la década de los 50 para suplir a los originales Alan Scott y Jay Garrick.

“Bueno, ¿pero por qué no mejor crean a personajes nuevos en vez de cambiar a los que ya teníamos?” es la queja común de muchos fanboys. Pero lo cierto es que pocos personajes nuevos pegan, mientras de lo que se trata aquí es de revitalizar a algunos que tienen más de medio siglo de historia de publicación, y con los que se vuelve cada vez más difícil hacer historias nuevas. Además, a esos fanboys valdría la pena preguntarles qué es lo que les molesta tanto. ¿Es el cambio en sí? ¿O es específicamente el cambio de raza, género, etc.? ¿Es que de verdad no quieren ver ni una sola alteración a sus amados personajes? ¿O es que hay algo que les asusta de un mundo en el que mujeres, personas de color o personas queer tienen cada vez mayor representación? Vale la pena reflexionar al respecto.iron-man-riri-williams

Lo cierto es que estos experimentos y los debates que se suscitan a su alrededor forman parte de las “guerras culturales” de la actualidad y que han llegado al campo de batalla de la cultura pop. En esta última se da una lucha entre quienes quieren preservar sus productos de consumo de la contaminación que supone la corrección política, y quienes quieren abrir todos los espacios posibles a la representación de una sociedad cada vez más diversa. Estos últimos también son proclives a la exageración y pueden caer en la alabanza acrítica de cualquier intento de ser “incluyentes”, aunque sea insincero o dé como resultado un producto mediocre.

No olvidemos que al final lo que importa es que vengan buenas historias con buenos personajes en situaciones interesantes. Todo lo demás debe estar en función de ello, y si da resultado, qué bien; y si no, habrá que seguir experimentando. No podemos esperar otra cosa de títulos que llevan décadas publicándose: el cambio es inevitable, sin este no hay progreso y nos estancamos. Como aficionados al cómic, nos conviene abrazar esta realidad, o de lo contrario seremos nosotros los chavorrucos ridículos, despotricando contra todo lo nuevo.

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