El mestizo elegante del Abuelo Gottdiener

Memorias del taller de Enrique Gottdiener.

En la participación del Abuelo Gottdiener en las Jornadas Culturales Cardenistas, su ágil lápiz tras de la oreja capturó una gran cantidad de personajes de la vida cotidiana del pueblo maya yucateco. Esos apuntes tomados casi al vuelo en el momento de ocurrir los hechos, fueron plasmados sobre trozos de papel de estraza, pues como se dieron en forma espontánea, el Abuelo usaba generalmente el papel que envolvía sus barras de pan francés para la comida. Las dos colecciones más significativas y que fueron plasmadas luego en roja caoba, fueron recogidas en dos poblados, en Dzitas y en Ticul.

De la colección de Dzitas, son muy destacadas “Don X’Pil y Doña Zenaida”, que se encuentra en el Palacio de Buckingham, y la sin par “Pudorosa”. Ahora toca turno a los personajes captados por el sensible ojo del Abuelo, en la ciudad sureña de Ticul. Entre ellos, destaca en mi memoria el “Mestizo Elegante”, por los inesperados sucesos que se derivaron de su proceso de talla. Un accidente inesperado, vino a romper el ambiente amable de la diaria tertulia del mágico taller de la calle 60, y la reunión tuvo que disolverse ante la emergencia surgida.

Tuve la oportunidad de seguir el proceso de creación del Mestizo Elegante desde que el Abuelo trazó la figura con lápiz, en un bloque de caoba. Después de trazada, el bloque fue encomendado a Juan Hernández para que lo desbastara, qué esa era su función en el taller del Abuelo. Una semana después, la figura fue devuelta al Abuelo para que iniciara el proceso que se conoce como “refinar la escultura”. Ese proceso era el que la mano del Abuelo ejecutaba y el cual le imprimía a la pieza la vida y expresión incomparable de su obra. Así, después de la obra gruesa de Juan Hernández, el Abuelo puso en prensa al Mestizo Elegante para imprimir en él, con su mano diestra, el sello de calidad superior de toda su obra escultórica.

Mestizo elegante, foto de Elena Gottdiener.

Este refinamiento, es un trabajo largo y tedioso, muy delicado, y es el que da a la obra el toque de vida que hace de ella una obra de arte, y la distingue del trabajo, meritorio y honorable, de un artesano, y le da su calificación al del artista. Largas semanas pasó el Mestizo Elegante sujeto por la prensa al banco de tallado, semanas en las cuales, la cofradía de poetas y bohemios acompañó el volar de rojas astillas en el aire que, paso a paso, daban vida a la gallarda figura del mestizo ticuleño.

Aquella noche de mayo de 1972, los integrantes del Aquelarre de Poetas acudieron puntuales a la cita. El primero en llegar fue el Prof. Felipe Calixto Pool, gran maestro rural y sin par cronista de toros; Don Calix, como cariñosamente le llamábamos, jaló su butaque, le serví café en taza de piratas, y tomó un puñado de pistaches del gran tazón de porcelana de Dresde. Poco después llegó el pintor Armando García Franchi con Raúl Maldonado y completaron el grupo los poetas Juan Duch, Fernando Espejo, Alberto Cervera y, con ellos, el Dr. Pedro Hernández, el querido “Bacatete”, cuya asistencia aquella noche fue verdaderamente providencial por los hechos que se suscitaron.

La reunión transcurría con el entusiasmo habitual. Una botella de coñac francés vino a poner más alegría a la tertulia y la reunión pintaba para prolongarse hasta bien entrada la noche, cuando un suceso inesperado cortó toda la alegría. Raúl Maldonado, trataba inútilmente de prender su pipa con un encendedor de gasolina, al fracasar después de muchos intentos, preguntó: “¿Alguien de aquí tiene una caja de fósforos?”. Sin dejar de tallar, el Abuelo le dijo: “En la alacena hay varias, de las grandes”. “¿Dónde está la alacena?”, preguntó Maldonado. “Ahí en el otro cuarto”, señaló el Abuelo extendiendo la mano. El instante de distracción resultó fatal.

La gubia resbaló por la palma de la mano del Abuelo produciendo en su camino una profunda cortada de la que, de inmediato, brotó abundante sangre. Todas las sonrisas quedaron congeladas en las caras de los contertulios. Rápidamente, Pedro Hernández y Fernando Espejo se lanzaron para asistir al Abuelo. El Bacatete preguntó: “¿Abuelo, tienes tela de alguna clase aquí?” a lo que Gottdiener respondió: “En el taller de carpintería hay piezas de manta cruda”. Cervera y Maldonado corrieron a la carpintería y regresaron con unas largas tiras de manta. Las piezas de manta eran usadas en la carpintería por Juan Eriza para cubrir los asientos de las sillas que se hacían ahí, antes de tapizarlas con brocado o gobelino, y en este caso su presencia ahí resultó de lo más conveniente.

Pedro Hernández, como buen médico que era, aplicó un ajustado vendaje a la mano del Abuelo para contener la abundante hemorragia, pero ésta era tan intensa que en un santiamén, la tela se tornaba de un rojo encendido. Varias veces, el Bacatete cambió el vendaje y lo ciñó con más fuerza; todo era inútil, la hemorragia se imponía y le ganaba al vendaje. Juan Duch señaló: “¡Cuidado, recuerden que el Abuelo es diabético!”. Todos nos viramos a ver con la angustia reflejada en la cara. Había que tomar una determinación.

Pedro Hernández dijo gravemente: “Abuelo, sé que esto no te va a gustar, tengo que ingresarte a un hospital. Esto es serio y con tu condición de diabético más”. La reunión se disolvió rápidamente. El Abuelo fue llevado por Fernando Espejo y Pedro Hernández, Juan Duch avisó a Elizabeth para que fuera a reunirse con el Abuelo, y todos nos retiramos cada quien a su casa. La alegre noche había terminado en forma por demás accidentada y lamentable.

Años después, el incidente sería recordado en las tertulias del mágico taller de la 60; incluso Juan Duch escribió un poema dedicado a la escultura del Mestizo Elegante, vecino de Ticul, pero entre la cofradía del taller del Abuelo, el Mestizo Elegante tomó un sobrenombre festivo, como Juan Duch lo había llamado en su poema, el Mestizo Elegante fue recordado como: “El cabrón del sombrerito”, el que había lesionado la mano del Abuelo.

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