Robert Carter Austin triunfa de nuevo con la OSY

Robert Carter Austin destacó en la interpretación de Vaughan Williams y Beethoven, ya que su madurez y fino estilo dieron lo necesario para que triunfara en Mérida, dejando la puerta abierta para una nueva ocasión, según cuenta Felipe de J. Cervera en su crónica musical. ¡Bravo...!

Un domingo lleno de sol, presagiante del celsius elevadísimo que distingue a Yucatán, quedó afuera del Palacio de la Música. Como ocurriera dos días atrás, el efervescente veintiséis de febrero de dos mil veintitrés recibió la batuta de Robert Carter Austin, para alzarse frente a la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Era un reencuentro, con precedente del febrero pasado –triunfal– desdoblando a Mozart, Schumann y Haydn. La selección esta vez varió el rumbo, pasando del divertimento hacia lo contemplativo, en una extraña pero disfrutable forma de presentar la belleza de la Música.

Rossini y su muy famosa obertura “El Barbero de Sevilla“, produjo el efecto esperado. Su célebre estribillo puede sorprender frente a la seriedad fingida de su inicio. Desde este momento, se apreciaba el modus operandi del invitado: matizando cuidadoso para describir –en alta definición– cada relieve labrado en pentagrama. A Carter no se le escapaba ninguno. Minucioso, hallaba un lenguaje reposado incluso en medio del jolgorio. Cálidamente aplaudido, su primera entrega satisfizo a la audiencia, que preservaba su entusiasmo desde el primer compás.

Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis” es una obra de Vaughan Williams que reconfigura a la orquesta en disposición y constitución. No solicita alientos ni percusiones y, por diálogo musical –un poderoso contrapunto imitativo– redistribuye a la cuerda con una orquesta de eje y otra aledaña de menor calado a la derecha, hasta engarzar un cuarteto de cuerdas en el vértice central. En la Inglaterra del siglo XVI, vivía Tallis el compositor de motetes litúrgicos, que obraba según los requerimientos del incipiente anglicanismo.

Evocando la profundidad de Las Escrituras como aquel elucidaba, Vaughan Williams fantasea la intención religiosa. La retrotrae al siglo XX, ávido de renovaciones en el lenguaje musical. Y lo logra, pero nunca sabrá con qué ímpetu. No pudiera imaginarse, hace once décadas, el impacto en los tiempos actuales. Hoy, ese lenguaje estimula y se aprovecha –como el de Holst, Prokofiev y otros ilustres de impulso renovador– en un modo que inexplicablemente se percibe actual. La interpretación, con la densidad de la partitura, fue al detalle de su estructura técnica –partiendo de su peculiar configuración– resultando en otro acierto premiado al instante, con más ahínco que al principio del concierto.

El cierre fue con uno de los pesos pesados. Beethoven y su Pastoral, sexta en su producción sinfónica, se disponía con todo el instrumental –ahora de regreso– para invadir el recinto. Aquellos paseos habituales y contemplaciones por el campo eran lienzo para sus ideas, en aquel lapso entre siglos que tanto le influyera. Era un ser especial que toleraba la azotaina de una sociedad diferente de la actual, pero agobiante y estricta. Se le ocurre crear la sinfonía con allegros. Poetiza –y cómo no– aprovechando estar ajeno a Viena y quedar a manos de la Naturaleza.

Beethoven es dulce en sus posibilidades más intensas y admite que la interpretación sea enorme. El maestro Carter, urdía el conjunto de vigores con que cada sección entregaba su contenido programático, como bloques de armonías haciendo un paisaje similar a un vergel. De inmediato, los contrastes hacían un nuevo carácter, de sonoridad mayor o inesperadamente menor, quizá como la admiración –en esas cosas inspiradoras de gracia– que hallaba mientras merodeaba entre matorrales.

Asomo y caída de tormentas, cantos populares, danzas de raíces austríacas –posiblemente húngaras o ambas– intenciones un tanto episcopales, fueron parte de los ingredientes que el compositor prefería, en proporciones de misterioso equilibrio para conformar una partitura gigante, gemela no idéntica de su célebre quinta sinfonía, ambas estrenadas el mismo día y en el mismo lugar. Lo que pidiere, era concedido en la interpretación. Sus cinco partes iban calando el sentimiento, forjando paz como cumpliendo la invitación para ver aquellos bosques europeos.

Beethoven mostraba todo en derredor y sus impulsos quedaron plasmados en una interpretación exigente y espesa. Sorprende sin tirones ni estrépitos. Agotada, la batuta cayó con la delicadeza del sol que se oculta. La calidad de la dirección, como era de esperarse, gestionó un resultado merecedor de cada ovación, que dividió con solistas y el pleno que apoyaron los esfuerzos. Madurez y fino estilo dieron lo necesario para que Robert Carter Austin regresara a Mérida dejando la puerta abierta para una nueva ocasión. ¡Bravo!

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