The Post: oda cinematográfica a un periodismo necesario

En la Primera Enmienda, los Padres Fundadores dieron a la libertad de prensa la protección que debe tener para cumplir su papel esencial en nuestra democracia. La prensa debía servir a los gobernados, no a los gobernantes”. The Post

The Post (2017) es una película muy completa sobre un tema vital y apasionante: el periodismo. Pero no cualquier periodismo sino aquel que resalta la principal virtud y el deber único de la actividad: el servicio público, un servicio que debe estar por sobre cualquier otro tipo de interés ya sea empresarial o político. A lo que se enfrentan los protagonistas del filme no es solamente a la presión de un gobierno que no quiere que un medio de comunicación publique una serie de documentos en los que quedará al descubierto que le ha mentido a sus electores, sino también tienen que lidiar con problemas deontológicos de la profesión que tienen que resolver para cumplir con su labor.

En ese sentido, la película de Steven Spielberg se convierte en una declaración por el buen periodismo, por ese que investiga, escudriña y con mucho valor termina publicando aquello que alguien muy poderoso no quiere que se publique, es decir una pieza con un alto valor informativo para que los electores al estar mejor informados puedan tomar mejores decisiones al momento de elegir a quienes quieran que dirijan los destinos de su comunidad, de su ciudad, de su estado, de su nación.

La película está situada en 1971. El Washington Post lucha por convertirse en un competidor importante en la prensa norteamericana. A su dirección ha llegado Kay Graham (Meryl Streep, grandiosa como siempre) quien ha tenido que asumir el puesto después de que una tragedia terminar por cegar la vida de su marido. Graham tendrá que lidiar con un grupo de accionistas que duda de su capacidad para dirigir los destinos del rotativo simplemente porque es una mujer y al mismo tiempo batallar con el director editorial del diario Ben Brandlee (Tom Hanks, fantástico) quien entiende perfectamente que la esencia de su profesión no está en el servicio a un grupo empresarial o al gobierno en turno sino que su compromiso máximo está con los lectores del diario.

Graham y Brandlee se van a ver envueltos en una serie de complicadas decisiones al llegar a ellos un paquete de documentos clasificados que demuestran que el gobierno de los Estados Unidos le ha mentido sistemáticamente a sus ciudadanos sobre un tema particularmente delicado: la guerra de Vietnam. Un conflicto que fue escalando con los años, que fue costando cada vez más vidas de jóvenes estadounidenses y que, sobre todo, se había convertido en una guerra que los Estados Unidos simplemente no iban a poder ganar. Son documentos con un gran valor informativo y cuya publicación resulta necesaria no solamente para los lectores del post sino para todo el público norteamericano.

Lo que sigue es que Spielberg va a poner su enorme capacidad como narrador para adentrar al espectador en ese proceso por el que pasa toda redacción cuando a sus manos cae un material capaz de generar un incendio de carácter político que puede llegar a quemar a más de uno que estuvo a está involucrado en una mentira perfectamente elaborada por varias administraciones que han pasado por la Casa Blanca.

La película está contada desde los puntos de vista de los dos protagonistas. Ambos diametralmente opuestos pero que muestran con gran exactitud dilemas propios de un medio de comunicación y de quien trabaja en él, los cuales pueden resumirse en ¿qué publicar?, ¿cómo publicar? ¿y cuándo publicar?. Para Kay Graham la respuesta a estas tres preguntas está íntimamente relacionada a la supervivencia de su periódico. Por ello, el arco de transformación del personaje también irá de la mano de un proceso de autodescubrimiento por parte de la nueva directora del rotativo en el que irá entendiendo la naturaleza del negocio y las posibilidades que éste tiene en el devenir histórico de la nación.

Por otra parte, Brandlee le dará respuesta a las tres preguntas desde la perspectiva del director de un equipo de redacción que está dispuesto a competir con otros medios con la mejor arma que puede poseer todo medio de comunicación: la búsqueda de la verdad. El compromiso que tienen los periodistas del Post con sus lectores queda reflejado en el que tienen con ellos mismos, con su trabajo y con los otros miembros del equipo. La publicación de los documentos se convierte en una odisea que muestra la lucha por el derecho a la información y por la noticia como un preciado objeto de servicio público.

Para Spielberg no existe un periodismo chato, uno que se quede en el término medio. Se trata de una actividad que muestra lo mejor de sí cuando va hasta las últimas consecuencias al perseguir el objetivo trazado. Pero no se trata de publicar por publicar, ahí está la importancia de la verificación, de la protección a las fuentes, del rigor como una herramienta fundamental en el quehacer del periodista.

Todo lo anterior es mostrado por una cámara que se adentra a esos espacios cerrados, pequeños, llenos de papeles o máquinas de escribir en los que hombres y mujeres escriben la historia cotidiana –y por ende importantísima– de los ciudadanos que conforman una nación. La película se convierte en una radiografía de lo que debería ser una de las actividades más importantes que pueden existir en una sociedad: informar.

The Post termina por ser una oda al buen periodismo. En tiempos de las Fake News (noticias falsas) y de una administración como la de Donald Trump enfrentada abiertamente a los medios de comunicación que no le son favorables, la película también es un alegato para mantener viva a una profesión que en su andar está siempre rodeada por la tentación de renunciar a sus compromisos éticos y profesionales con el público para poder sobrevivir.

Se puede, claro, mantener un periódico o un medio de comunicación al ponerlo al servicio de quien provee el dinero para que éste continúe; se puede también ser un periodista que decida extender la mano para vivir al amparo del político que está dispuesto a pagar para que la pluma escriba cosas favorables para su imagen o su carrera. 

Pero lo que The Post termina por demostrar es que la calidad informativa aún sigue siendo rentable pues los lectores van a permanecer fieles a un medio dispuesto a jugársela por ellos y la alta circulación siempre estará ligada a un buen número de anunciantes. Sin embargo el filme no deja de tener un aire nostálgico por el periodismo de investigación, por esa manera artesanal con la que imprimían las planas, por esos hombres y mujeres que pusieron los cimientos de la profesión con la audacia de los innovadores, de los primeros en llegar.

Asimismo, también funciona como un llamado para regresar a esos principios básicos que tiene la actividad y que la convierten en uno de los pilares de toda sociedad, de su desarrollo en lo democrático, en lo político y en lo social. Spielberg no duda en decirnos que necesitamos más periodistas como aquellos que en 1971 fueron vetados por Nixon por no ser condescendientes con su gobierno, con sus trampas y mentiras y que, finalmente, terminaron – junto con el Washington Post – con su presidencia por, años más tarde, publicar lo que terminaría conociéndose como el “Watergate”, para lograr algo que todo medio, todo periodista debe buscar: señalar al gobernante corrupto y lograr su dimisión. Un auténtico logro.

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