¡Rómpelo todo…!

CRÓNICAS MELÓMANAS IX.

Hacía como seis meses que había llegado a ocupar aquel departamento de la Roma. Estaba en un edificio de cuatro pisos y, aunque había rentado uno de los que quedaban hasta arriba, no me pesaba subir y bajar dos o tres veces al día. En ese piso, había cuatro departamentos, dos estaban juntos y orientados hacia el norte y los otros dos, también juntos, quedaban frente al sur. Cuando me mudé, ese mismo día se desocupó el departamento que estaba junto al mío, y así estuvo como dos meses, vacío, hasta que llegó a ocuparlo Teresa.

Pasaron como otros dos meses con mi vecina junto a mí y todo sucedía en santa paz. Al parecer, ella no invitaba a nadie a su departamento. En eso nos parecíamos: yo tampoco invitaba a nadie. Creo que ella era quien iba a visitar a sus conocidos porque los viernes o sábados ella llegaba a su departamento como a las tres o cuatro de la mañana, igual que yo hacía los fines de semana. Yo me daba cuenta de ello, porque, cuando yo llegaba unos minutos antes, oía que ella iba apagando las luces hasta que todo quedaba en silencio. Otras veces, yo llegaba antes y, mientras me preparaba para acostarme, oía que ella entraba sin hacer mucho ruido a su departamento y poco después apagaba todo. Como digo, éramos muy parecidos en eso.

Todo iba bien hasta que un día, hará como un mes, compré un tocadiscos. Me hacía mucha falta. Había estado en silencio, sin música, mucho tiempo, desde que me mudé a ese departamento. Antes vivía en casa de mis padres y allá se quedó la vieja consola donde ponía mis discos. Recuerdo que era una Punto Azul, muy completa, con tocadiscos Garrard, AM y FM, además de bandas de onda corta y onda larga. Todo un equipazo de aquella época. Así que esta vez compré un tocadiscos portátil, los que tienen sus bocinas a los lados como parte de un maletín y se despliegan hacia el frente para una mejor audición. Esa ocasión, llegué con mi tocadiscos al departamento y enseguida puse uno de mis discos, mi preferido de ese tiempo: Goats Head Soup, de los Rolling Stones, el que incluye la canción Angie.

Como yo estaba acostumbrado a vivir en casa y no en departamento, le subí el volumen a todo lo que podía dar ese tocadiscos, pero sin que el sonido distorsionara. Luego de Goats Head Soup, puse, para mí, el mejor de los Rolling: Sticky Fingers, y con el mismo alto volumen. Uy, no lo hubiera hecho. De inmediato escuché que del otro lado de la pared comenzaron a cantar los odiosos Beatles la canción de su último disco y que titula el álbum: Let It Be. Claro que para no quedarme atrás, puse otro de los Rolling, esta vez uno algo viejo pero alucinante: Their Satanic Majesties Request; en tanto, desde el departamento de junto alcanzaba a escuchar Get Back, de los fresas de Liverpool. Y así nos la pasamos todo el día y toda la noche, como la canción de los Kinks.

Hasta donde recuerdo, pasamos una semana entera en esa guerra musical, cada quien desde su trinchera departamental y sin descanso. Hasta que un día, entre mis discos de los Rolling Stones, que no me faltaba ni uno, encontré un disco de los Shakers, una banda uruguaya que sonaba a Beatles. Lo había comprado en un tianguis de puestos de madera y lonas atadas hacía mucho tiempo, en la época en que apenas estaba formando mi gusto musical. Y no tuve más remedio que ponerlo. Ya me había fastidiado de fastidiar a Teresa con música de los Rolling. Cuando puse ese disco, no escuché nada del otro lado, ninguna nota musical de los horrendos Beatles. El tocadiscos continuó reproduciendo las canciones de los Shakers sin que mi vecina intentara contratacar. Así transcurrió el lado A del disco y luego el lado B sin que Teresa tuviera el menor intento de responder con otro de sus discos.

De pronto, al terminar el disco por sus dos caras, oí que tocaban a la puerta. Era Teresa, que quería saber dónde había conseguido ese supuesto disco de los Beatles porque ella nunca antes lo había escuchado y deseaba tenerlo con toda su alma. La noté tan encantada de haberlo escuchado que creí que ella lo creía de los fastidiosos Beatles. Así que aproveché su confusión y se lo ofrecí como una muestra de que yo quería una tregua, ya no más guerra discológica. Te lo regalo, si quieres, le dije, con tal de parar esta disputa. Ella aceptó de inmediato y casi me arrebató el disco. Ah, pero hay una condición, le aclaré, a cambio de Break It All, lo que tengas de los Beatles rómpelo todo. Pero lo que dije la enfureció y el disco de los Shakers lo rompió todo en mi cara. Por eso tengo el rostro marcado, como un disco rayado.

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