La vida es un asunto que se encuentra siempre en movimiento. Desde que nacemos hasta que un día las casualidades o las causalidades deciden que nuestro tiempo ha concluido estamos moviéndonos, evolucionando, creciendo, aprendiendo. Sin embargo en nuestra cultura occidental suelen enseñarnos que debemos prepararnos para llegar a cierta etapa de la vida en la que la vida deja de moverse o al menos deja de hacerlo con las revoluciones con las que lo hacía en un principio. Esa etapa es la vejez, a la que supuestamente debemos llegar en un estado en el que converjan diferentes estabilidades: emocional, económica, familiar y un largo etcétera.
Pareciera que la llamada tercera edad debe ser un remanso de paz y tranquilidad que uno tiene forzosamente que construir durante todas las etapas que le preceden. De ahí tal vez se desprendan muchos de los temores que la vejez trae consigo: ¿qué pasa si llego a viejo y no he resuelto todos mis problemas previos?, ¿qué pasa si aquello que había planeado de pronto da un giro inesperado y termina por enfrentarme a situaciones que no estaban planeadas, pues yo solamente esperaba disfrutar de un retiro benévolo y relajado? Probablemente no pase nada o probablemente como los protagonistas de Grace & Frankie – la entrañable comedia de Netflix – vamos a tratar de enfrentar con dignidad el hecho de que aún en la tercera edad somos seres sociales insertos en un interminable camino lleno de sorpresivos giros en la trama.
Pero quizá ustedes no han tenido aún la suerte de encontrarse con la serie, les pongo en contexto: Grace (Jane Fonda) y Robert Hanson (Martin Sheen) han estado casados por 40 años. Él es un exitoso abogado y ella una glamorosa empresaria de la industria cosmética. Tienen dos hijas Mallory (Brooklyn Decker) y Brianna (June Diane Raphael) que en cierta forma han seguido los pasos de sus padres en cuanto a lo familiar y lo laboral respectivamente. Robert tiene un socio: Sol Bergstein (Sam Waterston) un abogado sensible y un tanto atrapado en la onda hippie de los años sesenta quien está casado con Frankie (Lilly Tomlin) una mujer que le ha seguido en los ideales del sueño del “peace & love” (amor y paz) que se dedica al arte. Han adoptado a dos hijos: Nwabudike “Bud” Bergstein (Baron Vaugh) abogado como su padre y Coyote Bergstein (Ethan Embry) un dulce chico que se ha visto involucrado en problemas con las drogas y el alcohol.
Grace y Frankie son polos opuestos que no se atraen y a pesar de la gran relación que existe entre sus familias, prefieren mantenerse alejadas una de la otra. Todo cambia cuando en una comida Robert y Sol hacen un anuncio a sus esposas: son homosexuales y han mantenido una relación secreta por más de 20 años -pero no piensan hacerlo más- por lo que piden el divorcio de sus esposas para poder contraer matrimonio entre ellos. A partir de entonces nace una forzada relación de solidaridad entre Grace y Frankie que se irá desarrollando a partir del reconocimiento de sus diferencias y de la reconstrucción de un mundo que se destruye violentamente ante el anuncio hecho por aquellos con quienes supuestamente pasarían el resto de sus vidas.
La primera temporada de la serie se centró en las consecuencias de ese anuncio para todos los protagonistas. Por un lado, dos hombres septuagenarios que finalmente ven plenamente realizados sus sueños, deseos y anhelos; y por otra parte dos mujeres que tienen que reconstruir sus vidas apoyándose mutuamente descubriendo y descubriéndose ante un mundo nuevo para el que quizá no estén preparadas. La segunda temporada -recientemente estrenada en el portal de streaming– desarrolla más esos conflictos pero trae nuevos: el reencuentro con viejos y nuevos amores tanto para Grace como para Frankie; la enfermedad y la posibilidad de que la muerte termine con el sueño de Robert y Sol; los conflictos propios de los hijos que siguen afectando de manera irremediable a los padres que –a pesar de los años – aún les siguen viendo como niños que necesitan ayuda cuando en la realidad parece ser todo lo contrario.
Si bien el programa es heredero del Sit-Com tradicional norteamericano, el formato se transforma y ofrece un retrato de diversas situaciones pero con la intención de no quedarse en lo superficial, sino de ahondar –con un gran sentido del humor– en personajes cuyos conflictos están enmarcados en primera instancia por la edad y en la segunda por enfrentarse a situaciones que van a requerir toda su capacidad de generar empatía, de amar y de perdonar para enfrentarse a situaciones de vida que no están contempladas –o al menos no deberían de estarlo de acuerdo a la sociedad– para gente que llega a la vejez.
Se trata pues de una comedia sobre el crepúsculo de la vida, sobre la aceptación y el valor de enfrentarse a los cambios. Es también un programa sobre la diversidad, sobre la importancia de abrazarla y entenderla como parte
intrínseca de nuestra sociedad. No hay en toda la parrilla televisiva un producto como Grace & Frankie, ya que es difícil encontrarse con un show tan balanceado, actuado con elegancia por un grupo de actores elegidos a la perfección para generar un programa de corte coral, que a su vez receta grandes momentos personales de cada uno de los intérpretes del mismo, todo con base en guiones perfectamente escritos llenos de diálogos cargados de humanidad.
Creado por Martha Kauffman (responsable de ese famoso show llamado Friends) Grace & Frankie resulta en una suave bocanada televisiva. Un programa con el que uno tiene que cuestionarse lo que hará al cruzar la barrera de los sesenta años, lo que pasará cuando el cuerpo tal vez no tenga las mismas energías pero el espíritu siga –forzado a veces por la circunstancias– bregando para entender quién se es realmente.