Cerrado por Mundial VI : la felicidad después de la final

"Hemos regresado a la cotidianidad. Seguimos en esta lucha por sobrevivir en medio de las hostilidades que el mundo nos presenta. Y quizá en el medio de esa travesía, cuando alguien hable de aquella final entre Francia y Argentina volveremos a ser felices de nuevo". David Moreno

Y dale alegría, alegría a mi corazón/Es lo único que te pido al menos hoy/Y dale alegría, alegría a mi corazón/Y que se enciendan las luces de este amor./Y ya verás, como se transforma el aire del lugar/Y ya verás, que no necesitaremos nada más. Fito Páez

 La felicidad suele se un sentimiento fugaz. Llega en momentos muy específicos, momentos que son tan importantes que se quedan clavados para siempre en ciertos rinconcitos del espíritu. Forma parte de aquellas pequeñas cosas a las que Serrat entendió a la perfección y por eso les dedicó una de sus más sencillas, elocuentes y hermosas canciones.

El deporte, el fútbol en particular, es una actividad bipolar. Puede traer tristezas profundas, derrotas dolorosas para jugadores y seguidores que calan en lo profundo del corazón; solamente en muy contadas ocasiones genera alegrías que se quedan clavadas en las antípodas de ese músculo vital en el que, nos gusta pensar, se guardan nuestros peores y mejores momentos. El 18 de diciembre de 2022 el fútbol nos ha regalado una alegría enorme.

Porque hay que estar felices no solamente por que el más grande futbolista de la historia ha conseguido finalmente el título mundial a nivel de selecciones, sino porque hemos sido testigos de uno de esos partidos cargados de poderosas emociones, las cuales nos han zarandeado como tornados arrastrándonos por un río de sensaciones para finalmente depositarnos en los pastos de una alegría generada por la experiencia que hemos vivido.

Si hace un mes alguien nos hubiera dicho que esta Copa tan cuestionada, tan ensuciada por la corrupción, iba a terminar en la mejor final de todos los tiempos hubiésemos generado algunas muecas de escepticismo, de una sustentada incredulidad. Pero ahora, varias horas después de que el exquisito partido que brindaron argentinos y franceses ha concluido, uno lleva todavía residuos de alegría producidos por una resaca emocional que tal vez tarde varios días en curarse.

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Hablo desde mi experiencia: He visto el partido en la soledad del hogar. Ese no era el plan inicial. Debí haber atestiguado la final en la compañía de amigos y/o familiares. Pero una serie de acontecimientos fortuitos e inesperados, terminaron provocando que el domingo por la mañana, mi única compañía para ver el encuentro entre galos y argentinos sean unos panes dulces y dos tazas de café. Al final ha resultado en una locura y no estoy seguro si alguien hubiera soportado mi compañía durante las casi dos horas que duró el partido.

He caminado por todos los rincones del hogar mientras los jugadores de los dos equipos se entregaban en un partido que Argentina dominó con inusitada facilidad en el primer tiempo y aún más cuando los franceses tuvieron los arrestos para sobreponerse y mandar las cosas a los tiempos extra. Visité sitios de mi casa que no conocía con el ritmo cardiaco a punto de llegar a niveles preocupantes. Para colmo, alguna vecina estaba montada en los caballos de los Campos Elíseos y gritaba cada acción francesa mientras que este tecleador apoyaba a Messi y sus muchachos y le respondía con otros gritos celebrando cada acción argentina.

Una guerra vecinal que fue creciendo en intensidad con los tiempos extra y con los fatídicos y siempre alucinantes penales. Cuando Montiel acabó con la tanda y con el título de Argentina en algún lugar de mi calle reinó el silencio. Ese lugar no era mi casa. La fiesta particular había comenzado y mi corazón era feliz, alegre, latía a fuerza, estaba agotado, pero sonreía. Sonreía porque lo que había visto no era solamente la coronación de mi jugador favorito de toda la vida, sino porque lo presenciado no tenía comparación alguna con otra final, con otro campeonato.

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Argentina se coronó Campeón del Mundo y lo hizo muy a su manera: de la mano del sufrimiento. El tango, ese género musical creado en algún bar de Buenos Aires, es una música que a veces está cargada de un dolor muy sui géneris: un dolor que se disfruta. Supongo que esa capacidad para disfrutar con el sufrimiento es algo que está en cierta forma impregnado en el ADN argentino. Porque no podía ser de otra manera. La albiceleste ha conquistado el campeonato sufriendo.

Lo hizo desde el primer partido, con esa derrota ante Arabia Saudita con la que despertamos todos de este lado del mundo un martes por la mañana. Lo hizo en los primeros 50 minutos del encuentro disputado contra México hasta que un disparo de Lionel Messi cambió la historia del torneo para su selección. Y lo ha hecho ahora en esta final que tenían controlada y que dejaron ir por un momento, quizá porque no entienden otra manera de ganar: hay que sufrir porque las mejores epopeyas son aquellas con las que se sufre.

Eso sí: se sufre de otra manera cuando sabes que el mejor jugador de todos los tiempos viste tu casaca. Cuando has sido testigo de cómo Lionel Messi se ha echado el equipo a hombros desde el primer partido, desde esa derrota contra los árabes. “Que la gente confíe en que este grupo no los va a dejar tirados”, decía el capitán ante los micrófonos que lo cuestionaban en los pasillos del estadio donde acababan de ser vencidos de manera más que sorpresiva. Y la gente confió, y sus compañeros de selección confiaron y hoy son campeones del mundo. Justicia poética para un jugador que ha transformado al fútbol, para un chaval que dejó todo para cruzar el Océano Atlántico y llegar a una ciudad que al final le arropó y le hizo uno de sus hijos predilectos.

Un chico al que en algún momento nadie quería en Argentina, quizá porque el camino que eligió para triunfar en el fútbol mundial no pasó por los grandes equipos de la liga local. Pero al final, esa comunión entre Messi y la hinchada de su país se ha producido a un nivel que solamente había alcanzado Diego Maradona. Alguien me decía que ahora en Argentina el debate será entre quien ha sido mejor, si Lio o Diego. Tengo la impresión que para una generación siempre lo será Maradona, pero para quienes nacieron después del 86 y no vivieron aquella Copa su referente será Lionel. Como sea, pocos países en el mundo pueden presumir que tienen al mejor de la historia entre sus filas. Los argentinos tienen a dos.

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Cuando se despidió del fútbol Diego Armando Maradona emitió una de sus frases míticas: “La pelota no se mancha”. El astro se refería a todos los problemas extra cancha que le atosigaron durante toda su carrera y que nunca mancharon sus logros dentro del terreno. La frase también puede aplicarse para el mundial qatarí y para la FIFA que bajo el manto de la corrupción le terminó por otorgar la sede al emirato. Nunca en la historia de las copas un mundial había sido tan cuestionado, nunca un país sede fue tan criticado por su posición en torno a los derechos de las minorías. Y aún así, cuando la pelota empezó a rodar por los estadios mundialistas demostró su poder para seguir generando ilusiones, felicidad y alegría para no mancharse.

Hemos visto el mejor Mundial de todos los tiempos en términos estrictamente deportivos y ha sido coronado con la mejor final de toda la historia de las Copas Mundiales. ¿Podría pedirse más? Como aficionado a este deporte, como seguidor a ultranza de Lionel Messi, la sonrisa permanece aún un lunes por la mañana. Porque el fútbol ha cumplido con su cometido: darle alegría al corazón, y eso es todo lo que uno pide cuando asiste a un estadio, o cuando en la soledad del hogar se sienta frente a una pantalla para ver un partido. Pero se trata solamente de una soledad física, porque en el caso de un Mundial en ese mismo momento en el mundo entero millones de personas realizan la misma acción, con la misma intención: ser felices por 90 minutos, olvidar que la vida es jodida en la mayoría de las ocasiones y dejarse llevar por el sueño que engloba a un balón de fútbol.

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Lunes. Hemos regresado a la cotidianidad. Seguimos en esta lucha por sobrevivir en medio de las hostilidades que el mundo nos presenta. Las cosas seguirán su curso natural y cada uno de nosotros continuará con su búsqueda por ser felices. Y quizá en el medio de esa travesía, cuando alguien hable de aquella final entre Francia y Argentina volveremos a ser felices de nuevo. A nuestra mente regresará ese complicado 2022, ese año de tanta pérdida, de tanto sacrificio. Y vamos a sonreír recordando esa final, esos goles de Mbappé, esos tiros de penal, esas jugadas dudosas que como siempre son mal pitadas por el árbitro.

Ese momento en el que el mejor jugador que ha pisado un campo de fútbol alzó la Copa que muchos pensaron –algunos deseaban– que nunca levantaría; justicia poética. Porque el fútbol merecía que su más grande representante terminara su carrera mundialista de esta forma, con esa épica narrativa proveniente de la manera como Argentina avanzó durante el torneo y que elevó a una altura insospechada en el último partido ante los maravillosos franceses.

Ha concluido la Copa del Mundo del fútbol varonil. Llegamos a ese día en el que los recuerdos pasan a ser parte de las páginas de la memoria.  Hemos visto un campeonato increíble, emotivo, emocionante. Ahora a recoger los recuerdos, a hacerlos bolita y a meterlos en el bolsillo. Todo sigue, todo se abre de nuevo, nada se detiene, aunque por un mes todo estuvo en una lindísima pausa. Sigamos pues.

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