The Northman o la tragedia del príncipe Amleth

En su crítica cinematográfica, Ricardo E. Tatto analiza "El hombre del norte", la más reciente producción del director Robert Eggers, en la que retoma arquetipos narrativos para contar una sangrienta historia de venganza no exenta de preciosismo visual...
En el más reciente largometraje de Robert Eggers, “El hombre del norte” (The Northman, 2022), asistimos a la confirmación del director como uno de los realizadores más prometedores del cine actual, siendo apenas su tercera producción cinematográfica después de “La bruja” y “El faro”, que de alguna manera prefiguran una línea de intereses estéticos que, hasta el momento, consiste en hacer cine de época, remontándose al pasado para encontrar el caldo de cultivo idóneo para elucubrar sus fantasías psicológicas.
Para realizar una exploración de la locura surgida de los entresijos más oscuros de la psique humana, Eggers se vale de un subgénero como el horror folclórico para enfatizar la naturaleza supersticiosa bajo la cual se fundamentan no sólo las religiones, sino también los mitos y leyendas de gran parte del mundo. Los elementos fantásticos de sus tres filmes no surgen dentro de la “realidad” de la ficción narrativa, sino a partir de hechos traumáticos y situaciones límite que desembocan en que sus personajes traten de encontrar una explicación metafísica a lo que ocurre dentro de sus vidas.
En ese sentido, The Northman no es la excepción, pues una constante de la cinta es la inevitabilidad y lo ineludible del destino de los hombres, que parece ya escrito o trazado mediante profecías y vaticinios de una vidente que, al igual que en una tragedia griega o shakespeariana donde oráculos y brujas nos revelan el desenlace a pesar de los dilemas éticos y morales de sus protagonistas, los cuales les llevan a tomar decisiones en apariencia contrarias, las cuales paradójicamente acaban cumpliendo los designios previamente enunciados -como si de una maldición se tratara-.
The Northman es un ejercicio fílmico fascinante en donde el espectador queda embebido con esta particular reinterpretación de Hamlet mezclada con la cosmogonía vikinga. O viceversa, ya que se ha dicho que Shakespeare se basó en diversas gestas nórdicas anteriores al Siglo V para retomar algunos aspectos de su ya famoso príncipe de Dinamarca. Por ello, no es casualidad que el argumento de “El hombre del norte” no nos sorprenda, dado que se ha contado ya muchas veces de diversas maneras, haciendo uso de los arquetipos clásicos del héroe, aquel elegido que pasará por un acto transformativo antes de completar su periplo en la adultez. Hay mucho de la tragedia griega en este mito, con todo lo freudiano y edípico que puede resultar lo incestuoso del amor maternal.
El rey Horvendill (Ethan Hawke), es asesinado por su hermano Fjölnir (Claes Blang) para apoderarse de su trono y de la reina Gudrun (Nicole Kidman), todo frente a los ojos de su hijo Amleth, quien logra escapar jurando vengarse de la traición perpetrada por su tío el usurpador. Entonces el niño y heredero al trono se une a una tribu de esclavistas y mercenarios, sin dejar de lado su motivación: “te vengaré padre, te salvaré madre, te mataré, Fjölnir…”
Pero mientras que el Hamlet de Shakespeare finge su locura al tiempo que va planeando y ejecutando su venganza, Amleth (Alexander Skarsgard) claramente bordea la psicosis, lo cual se ve reforzado por las escenas en las que entra en modo Berserker, los guerreros vikingos de élite que combatían semidesnudos y sólo cubiertos por pieles de animales como osos y lobos, pues se creía que estos podían entrar en trance a través de rituales que conferían la fuerza e invulnerabilidad de las bestias.

Ahí entra el personaje de Olga (Anya Taylor-Joy), una especie de hechicera o sacerdotisa eslava que representa la pureza del amor y la fertilidad y que también sirve como contrapunto para Amleth, ofreciéndole una alternativa a su destino manifiesto. Su aparición es un remanso amoroso y pasional ante la brutalidad de sus acciones, que el director nos muestra sin tapujos, aunque gracias a la fina puesta en escena elude con eficacia caer dentro de lo kitsch del cine gore.
Es decir, que la brutalidad de Amleth es intrínseca, cegado por la ira que es el motor de sus actos barbáricos. Por ahí se cuela un comentario soterrado del director como una crítica hacia las actitudes patriarcales, que más adelante se subraya en un diálogo catártico con la madre. Sin embargo, me niego a interpretar esta producción bajo esa mirada condescendiente de las ideologías al uso, y prefiero considerar estas alusiones como parte de la cuota de responsabilidad social que, desgraciadamente, Hollywood inserta con un calzador avalado por los estudios de marketing y los focus group.

Y es que visualmente la cinta es una delicia, la fotografía y la ambientación son tan elegantes que incluso los momentos más sangrientos y la violencia explícita tienen una justificación estética, la cual no nos permite quitar los ojos de la pantalla por chocante que puedan resultar las múltiples decapitaciones y miembros cercenados que vuelan por doquier. La banda sonora tribal, llena de percusiones primitivas, nos remite al salvajismo de las tierras agrestes de Islandia, donde sólo los más fuertes pueden sobrevivir.
El justo equilibrio entre la acción y el drama es lo mejor logrado del filme, ya que cuenta con un ritmo que nunca llega a desbocarse, pero que tampoco se cae, sostenido también por las actuaciones de la Kidman y Anya Taylor Joy. Mención aparte merece Skarsgard como protagonista, pues no decepciona, bien arropado por apariciones secundarias como las de Willem Dafoe y Björk, cuyas actuaciones se antojan demasiado breves y tal vez un tanto desperdiciadas.

Y probablemente ahí radique el mayor defecto de la película, algunas elipsis se notan forzadas mientras que otras escenas, una vez establecida la intención de sus planes de venganza, salen sobrando. Pareciera que Eggers se regodea en el efectismo de dichas escenas para impactar en el espectador con cuadros de torturas hiperviolentas que francamente son inverosímiles, que nos recuerdan a montajes de asesinos psicópatas que pretenden cierto esteticismo retorcido como los de la serie “True Detective” o del director nórdico Lars von Trier en “La casa de Jack”.
Con todo y estas flaquezas, creo que se podría afirmar que el director Robert Eggers va entrando a su madurez creativa y que libra su primera superproducción hollywoodense con acierto, entregando imágenes fantásticas y sofisticadas, cuyas composiciones visuales ciertamente son dignas y apropiadas para una saga o épica vikinga como esta. Un motivo más para ver “El hombre del norte” en las grandes pantallas del cine presencial.
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