Dunkerque: la batalla del cine por el cine

Hace un par de meses, en una entrevista para la promoción de su más reciente película Dunkerque (2017), Christopher Nolan aprovechó la ocasión para hablar sobre cómo el cine debe ser entendido como una experiencia cinematográfica completa, donde el espectador sienta que forma parte de la historia en todo momento. Lo cual, según él, es algo que plataformas como Netflix no podrán conseguir jamás desde una pantalla de televisión.

La contundente declaración anterior, aunada a las de Almodóvar en el pasado Festival de Cannes, fueron motivadas debido a la polémica detrás de “Okja”, del director sudcoreano Bong Joon Ho, que quedó entre las finalistas al tiempo que se anunciaba una de las nuevas reglas del jurado, que no consideraría en lo sucesivo una película que no hubiera estrenado antes en el cine, lo cual provocó una serie de discusiones y debates sin fin en torno a cómo se puede definir el séptimo arte. Pero Nolan respaldó sus palabras con una serie de imágenes que mucho abonan a la discusión, pues ciertamente tenía razón en algo: el cine se hace para ver en el cine.

Muchos cinéfilos nos hemos alejado de las salas de cine comerciales ante la escasa oferta de películas que valgan la pena. Estrenos y filmes inflados por los medios han decepcionado a los que vislumbramos al cine como una experiencia estética de calidad. La explosión de las plataformas digitales, el internet y la tecnología de punta en la televisión como aparato, han democratizado -y dividido- a las audiencias. Al grado de que, hasta cierto punto, se ha vuelto innecesario acudir a las salas cinematográficas para ver lo mejor de la producción mundial.

No obstante, Nolan ha logrado lo que parecía imposible: demostrar que para apreciar correctamente una película tiene que ser vista en una pantalla grande y desde el anonimato de una oscura butaca. Y es que Dunkerque, con su excelente fotografía, manejo técnico, montaje y dirección, proporciona al espectador esa inmersión tan necesaria a la hora de narrar una historia mediante imágenes. Su alegato fílmico rodado con tecnología IMAX ha refrendado la supremacía del cine como gran formato, uno que pierde mucho al trasladarse a una televisión sin importar de cuántas pulgadas sea dicha pantalla.

La puesta en escena barnizada con la musicalización a cargo de Hans Zimmer es algo digno de verse fuera del hogar, pues sus emplazamientos y movimientos de cámara nos colocan en el centro de la acción, ya que su mirada subjetiva no tiene empacho en meterse al agua, volar por los aires o ensuciarse en la arena, todo con tal de que nosotros podamos vivir lo que es estar en medio de una guerra, donde el olor de la pólvora y la muerte prácticamente invaden la sala de cine.

Además, gracias a la fotografía de Hoyte van Hoytema y a que toda la película está filmada con las enormes cámaras IMAX y de 65mm, no podemos menos que admirar a Nolan y a su prodigioso equipo técnico, ya que nos presentan encuadres y composiciones de una belleza singular, asunto que a veces soslayamos en las producciones con tópicos de guerra, donde lo único que se espera es enfrentarse a los horrores suscitados por la estulticia humana. Pero no, en Dunkerque hay momentos grandilocuentes donde el lirismo de las imágenes combinados con la música conmueven hasta las lágrimas.

Si acaso, el aspecto más criticable es el escaso contexto histórico y el desarrollo de personajes. No sabemos nada de los soldados, aviadores y navegantes que vemos en pantalla en esta historia tripartita, lo cual no ayuda a generar empatía en el espectador. Sin embargo, uno intuye que esto es intencional por dos razones: la Batalla de Dunkirk es un episodio de la Segunda Guerra Mundial muy conocido, que incluso ya ha sido llevado al cine (en 1958, por Leslie Norman) y a documentales de tv (1989 y 2014), donde desde una perspectiva histórica se han abordado los pormenores de la llamada “Operación Dinamo”.

Luego entonces, es entendible que la película arranque con un mínimo de contexto histórico y que sus personajes principales, encarnados por Fionn Whitehead, Mark Rylance, Kenneth Branagh, Tom Hardy y Cillian Murphy, apenas y tengan un nombre. Es como si el director quisiera decirnos que sin importar de quién se trate, todos son héroes anónimos. Y uno, por elemental humanidad, no puede menos que preocuparse y morderse las uñas ante las vicisitudes y afanes de supervivencia de aquellos que vemos en pantalla. El guión no se centra tanto en el relato anecdótico de lo sucedido durante la retirada de las tropas aliadas, sino en el valor civil y el pundonor de los ciudadanos que acudieron al rescate de sus semejantes.

Por ello, Dunkerque va más allá de ser una épica de guerra para constituirse en un thriller bélico muy al estilo de Nolan, impronta de autor que ya en “Memento”, “Inception” e “Interstellar” ha ido configurando y puliendo al ser filmes cuya estructura dramática juega con los tiempos y los puntos de vista sin, que a la postre nos entrega un auténtico reto sin concesiones en Dunkerque, siendo esta una producción estimulante que no da cuartel. En pocas palabras, una auténtica batalla del cine por el cine.

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