El éxodo y la violencia en dos novelas mexicanas

Mario Lope reseña los libros de dos narradores mexicanos contemporáneos: Franco Félix e Hiram Ruvalcaba. Si bien las temáticas de sus novelas son distantes, "Lengua Dormida" y "Todo pueblo es cicatriz" coinciden en algo: ambas son autoficciones que surgen a partir de la violencia...

En todas las culturas las civilizaciones huyen. El hambre. La peste. La sequía. Las guerras. La naturaleza. El poder. La calamidad como maldición. El pecado original: castigo eterno. Si los dioses, o Dios, o el Hombre, no acometieran sobre su prójimo y sus criaturas, la historia de la humanidad se reduciría al Paraíso. Todo tiene un origen común: la violencia.

La tierra prometida, esa utopía que ha hecho caminar a la historia, ha derramado más sangre que cualquier porvenir esperado. No importa el nombre que reciba, Ítaca, Canaán, Tenochtitlán, Jerusalén, El Cielo, La Eternidad: todas tienen el sello de la violencia. Los dioses reclaman sangre, muerte y dolor.

La respuesta es el éxodo. La tierra prometida. Un mundo mejor es posible. Moisés asesina a un egipcio y emprende la huida. José Arcadio Buendía acaba con la vida de Prudencio Aguilar y recorre la sierra profunda para fundar Macondo. Huitzilopochtli ordena a los Aztecas dejar Aztlán y encontrar un mejor provenir.

Para comprar el libro, haz click en la portada.

Todo relato fundacional hermana un pasado violento. No importa de dónde venimos si la raíz compartida conlleva un olor a muerte.

En lo que va de este 2024, he leído un par de libros que reforzaron esta idea del éxodo social e individual. Me refiero a Todo pueblo es cicatriz (Random House) de Hiram Ruvalcaba, y Lengua dormida (Sexto Piso) de Franco Félix. Dos libros distantes uno del otro en su temática. El primero es una doliente crónica de cómo se ha entrometido la violencia en nuestras vidas; tanto, que la hemos banalizado al grado de normalizarla como tema de conversación. El terror ya no ocupa las primeras planas en los periódicos. Tampoco el asombro. El terror mudó: es la indiferencia ante la muerte.

El segundo es una hagiografía materna y un mantra, pero también una búsqueda: interpretar el silencio. Franco Félix desarrolla un tratado que tiene las veces de bálsamo y código. Ese icono de muchos mexicanos nacidos en el siglo XX llamado madre: un algoritmo programado para la santidad, la abnegación, la lucha y la rebelión.

Quienes nacimos en el siglo pasado coincidimos con dos tipos de violencia: la pública y la privada. La primera podría experimentarse desde la edad: la escuela, el trabajo, la calle, etc. La segunda en el seno del hogar: el machismo recalcitrante. Esa violencia que gestó tantos éxodos microsociales en las familias, obligó a muchas mujeres a encarar una realidad para ellas hasta entonces vedada: la tierra prometida.

Compra el libro dando click en la imagen.

Ana María, protagonista del libro de Félix (su madre), abandona a su familia en la Ciudad de México para buscar ese páramo que nadie le prometió. Deja atrás un esposo y cuatro hijos. El éxodo posible mientras huye (quizá en un autobús urbano donde Lupita D’ Alessio canta “ni guerra ni paz, no quiero verte más”) se materializa cuando llega al norte: Hermosillo. Se enamora y comienza una nueva vida.

Franco Félix hace calas en la memoria, rastrea, excava como arqueólogo, busca ofrendas que alumbren lo que Ana María callaba con voz de hierro. ¿Encuentra? Sólo quienes hemos experimentado esa violencia conocemos la respuesta. Porque las madres del siglo XX estaban programadas con arquetipos morales decimonónicos: eran lenguas dormidas. Su única salida era el éxodo.

Franco Félix utiliza la autoficción para enhebrar los hilos de un pasado ronco, viscoso e indefinido. Una carta kafkiana que se mezcla con el melodrama de la orfandad, la soledad y el amor. La risa y el llanto se confunden, te descubres llorando de risa, pero también caes en la trampa del humor hilarante: el abismo. El vértigo es indescriptible.

Los personajes de ambas novelas comparten la violencia. Hiram Ruvalcaba escribe desde la crónica las aterradoras muertes de dos mujeres: Sagrario y Rocío. No contaron con la suerte de Ana María, quien huyó de las fauces de su violentador. Sagrario, una mujer violentada no sólo por su exmarido, sino por la sociedad que la ha colmado de adjetivos por ser quien es: mujer. “Las niñas, las muchachas, las mujeres de bien no deben andar solas a deshoras de la noche, no les vaya a pasar lo que a Sagrario”.

El escritor Franco Félix es oriundo de Hermosillo, Sonora.

Sagrario huyó de su marido. También emprendió el éxodo. Sin embargo, el destino los cruzó en un palenque, donde ella disfrutaba bailando con un pretendiente. Los celos de la expareja le cegaron a tal punto que la esperó como un animal hambriento que observa desde la trinchera cómo devorará a su presa. Rocío también fue ultimada por su pareja, su esposo, el hombre “tranquilo” que tuvo la sangre helada para enterrarla en la sala de su casa y dejar a sus hijos en un cuarto de hotel.

 

Ruvalcaba, igualmente desde la autoficción, profundiza en el hecho de que la mujer del siglo pasado era salvajemente violentada por el hombre que le juró amor eterno en el altar. Una patología que en México ha cobrado aún más fuerza pese a la visibilización de estos actos y la liberación femenina. Pese a los esfuerzos en materia penal, los feminicidios tienen un oscuro origen: el crimen pasional.

“Al ejercerse contra una persona vinculada sentimentalmente, el crimen pasional sorprende siempre por su virulencia: victimas mutiladas, deformadas a golpes, quemadas, desfiguradas con ácido, descuartizadas, vestidas en una larga y cacofónica lista de castigos irredentos. Todos ellos motivados por la pasión, el amor, la mujer.”

Hiram Ruvalcaba es un narrador mexicano nacido en Jalisco.

Ruvalcaba insiste en que no hay ninguna diferencia entre el México de los setentas del siglo pasado con el México de principios de siglo XXI. La violencia ha cobrado fuerza, y sí, tiene una característica que no poseía, configurada: su virulencia. El ciudadano mexicano es una bomba de tiempo que puede estallar en el autobús camino a casa, en el metro, en una cita romántica, en un cruce de semáforos, en un aula de secundaria, en una discusión en la intimidad del lecho matrimonial, en una mirada intimidante. La violencia es el acto que mejor retrata estos días.

Dos historias distintas que convergen: violencia y éxodo. Volver a empezar siempre será una esperanza, la utopía ingenua. Prueba y error. Pese al pasado hostil de Ana María, Franco Félix encuentra un rescoldo en su carácter: el derecho a barrer las cenizas y reconfigurar el futuro sin ningún cuestionamiento ni peso de conciencia. Lo mismo sucede con los hijos de Rocío, víctimas de la tragedia, crecen con las cicatrices de un largo camino emprendido en un cuarto de hotel hasta el desvelamiento de la verdad. Y Sagrario sonríe. Aunque erice la piel. “Sonríe contra el hombre que la mató. Contra los vecinos que hablaban de ella a sus espaldas. Contra los que dijimos que ella se lo buscó. Ella sonríe. ¿Entiendes? Ésa es su victoria. Esa cabrona nos ganó a todos”.

Si las lenguas dormidas pudieran hablar, nadie ostentaría cicatrices en la geografía del alma humana.

Compartir artículo:
More from Mario Lope Herrera
El nocivo abuso de la autoficción: Xavier Velasco y la trilogía del Yo
Mario Lope charló con Xavier Velasco en torno a su más reciente...
Read More
Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *