Los Oscar 2017: el sesgo de la corrección política

Más allá de que la gala del Oscar 2017 será recordada por el error en las boletas que llevaron a Warren Beatty y a Faye Dunaway a declarar a La La Land como la ganadora en la categoría de mejor película cuando la ganadora era Moonlight, creo que la ceremonia del pasado 26 de febrero nos da buenos indicios de que es lo que sucederá con la industria cinematográfica más poderosa del mundo en los años que están por venir. Estamos ante una ceremonia que buscó la reivindicación de La Academia luego de la polémica generada por las nominaciones del año pasado en la que los actores afroamericanos se sintieron relegados y acusaron de racista a la Academia (que por cierto tuvo a una buena cantidad de nominados latinos). Parecía que este año se trataba de mantener contento a ese importante sector de la industria del entretenimiento en los Estados Unidos y por ende abundaron las nominaciones a películas en las que participan actores y actrices de color.

No quiero decir con ello que filmes como Moonlight, Hidden Figures o Fences no tengan los suficientes méritos artísticos para competir por la estatuilla, pero resulta evidente que su inclusión dentro las nominadas también tiene que ver con una cuestión de agenda política de los directivos y miembros de La Academia. Una agenda liberal y contestataria a las políticas discriminatorias y conservadoras que se dictan ahora desde La Casa Blanca, pero finalmente una agenda. Todo dentro la industria cinematográfica de nuestros vecinos norteños tiene un matiz político que es innegable y que ahora ha quedado de manifiesto como en ninguna otra entrega de premios.

En la Unión Americana los artistas se han puesto al frente de la resistencia en contra de Donald Trump y sus políticas de corte fascista. Se han politizado aún más de lo que ya estaban y ahora son la simbólica cabeza de playa que, desde una posición de gran influencia, asume al arte como una de las representaciones de la razón ante la sinrazón del actual presidente de los Estados Unidos.  Por ello no solamente la inclusión de las películas protagonizadas y dirigidas por afroamericanos, sino también el otorgamiento del premio a Mejor Película en Lengua Extranjera a la iraní The Salesman y la brillante carta de aceptación de su director  Asghar Farhadi resultan en actos que más que simbólicos constituyen un manifesto de carácter político por parte de la comunidad cinematográfica de los Estados Unidos.

El triunfo de una película producida en un país que ha sido declarado como enemigo por Trump y sus secuaces, es una bofetada con guante blanco para el magnate que ocupa la Oficina Oval. En ese mismo tenor puede entenderse la inclusión de Gael García Bernal como presentador en la gala. El talentoso actor mexicano se ha destacado por su apoyo a los migrantes latinoamericanos por lo que –congruente con sus ideas– era de esperarse una manifestación a favor de los migrantes y en contra del muro propuesto por Trump. Gael estuvo a la altura de la circunstacias y su mensaje no ha pasado desapercibido por los medios de comunicación de todo el mundo.

¿Hace bien La Acacemia al politizar su ceremonia de premios? La obvia respuesta es que sí. Sin embargo no dejo de preguntarme si ese afán de mostrar diversidad no termina por ser un factor que vaya en detrimento de lo artístico al momento de entregar sus premios. Moonlight es una película que toca temas socialmente importantes, pero que no propone nada nuevo en términos de forma y fondo, que no arriesga en cuanto a sus propuestas visuales y narrativas. ¿Era mejor película La La Land? En términos meramente artísticos me parece que sí.

Porque la cinta de Damien Chazelle tiene una puesta en escena innovadora, una realización técnica impecable, un guión extraordinario, una cinematografía lúdica y actuaciones que están dentro del tono que el director planteó para el filme. Y contrario a lo que muchos puedan pensar, no se trata de un homenaje al cine musical, no es un guiño al pasado, sino al futuro con la cámara al hombro y con un flashback en super 8 sobre una vida de ensueño que solo vive en los ojos de Emma Stone.

La La Land habita en un tiempo y espacio propios enmarcados por la estupenda y fantástica partitura musical de Justin Herwitz, un tiempo feliz en el que la gente baila y canta porque también la vida está formada de esas canciones imaginarias que quizá soñamos con bailar teniendo como escenografía a las estrellas de un planetario. Entiendo que muchos piensen que el arte tiene que ser un golpe a las entrañas, que tiene que recordarnos que la vida es dura. Pero LalaLand nos recuerda que también el arte es gozo, es alegría, es felicidad. Y quizá hoy en día premiar a la felicidad no resulte tan políticamente correcto como lo es premiar al sufrimiento.

Y si a esas vamos, tampoco es políticamente correcto premiar a la Ciencia Ficción. ¿Por qué? Porque estamos ante un subgénero del cine fantástico que es considerado “poco serio” por la gran mayoría de los académicos del cine. Y lamentablemente una película tan innovadora como Arrival solamente puede contentarse con haber alcanzado la nominación en la categoría de mejor película, cuando quizá tiene todos los méritos para ser la película hollywoodense del año. Denis Villanueve jugó con el espectador al manejar un filme en varios niveles: mientras que en la superficie nos contaba un encuentro con la otredad en la que el lenguaje –la herramienta máxima para crear una civilización– jugaba un papel primordial, por otra parte, nos narraba la historia de una madre y el amor que siente por su hija.

Todo envuelto en una narrativa fragmentada cuyo brillante manejo del tiempo cinematográfico termina por generar una humanista reflexión de lo que somos como especie humana. Pero claro, estamos ante un filme que está enmarcado en ese subgénero que pocas veces ha sido premiado por La Academia a pesar de que nos ha regalado verdaderas obras de arte en las que la reflexión y las metáforas sobre la humanidad han sido tratadas de una manera exquisita. Arrival no solamente no es la excepción, sino que lleva tal tratamiento a un nivel artístico exquisito y demoledor.

En resumen: la resaca con la que despertamos el lunes posterior al súper domingo cinéfilo nos enfrenta con la realidad actual de la industria hollywoodense. Un cine que parece aprestarse a producir filmes contestatarios y que muestren que en la diversidad de quienes la conforman se encuentra su mayor riqueza y su as bajo la manga ante los embates de Trump. Películas que seguramente vamos a agradecer porque manejarán un ideario de corte liberal y de defensa de las libertades que hoy están bajo amenaza no solamente en los Estados Unidos sino en el mundo entero. Pero también seguiremos observando a una industria que sigue dejando mucho que desear cuando se premia a sí misma, pues termina por sacrificar películas con grandes merecimientos cinematográficos en pos de intereses que pueden ser económicos o, como lo ha sido en este año 2017, meramente políticos.

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