Bohemian Rhapsody: una mediana ficción biográfica

Cuando Hollywood decide hacer una película biográfica suele tomarse una serie de licencias narrativas, todo con el propósito de hacer la trama de vida que se está contando más ágil, más dramática o más digerible para el público. Bohemian Rhapsody, biopic que narra la historia de Freddie Mercury y Queen, está lleno de estos permisos que los estudios hollywoodenses se toman para que lo que vemos en pantalla termine por ejercer un embrujo en los espectadores y sean conmovidos al máximo para generar una catarsis narrativa.

¿Es esto válido? Sí, porque finalmente la ficción no deja de ser subjetiva, no se trata de hacer un reflejo de la realidad sino de tomar algunos aspectos de ésta para construir un relato. Y ello funciona en la película sobre la fabulosa banda británica porque las licencias narrativas cumplen con su cometido: hacer más interesante en términos dramáticos los hechos que forjaron la leyenda de Mercury y edulcorar los aspectos más oscuros de su vida para hacerla más emotiva y empática para el espectador.

¿Licencias? Muchas (cuidado vienen algunos spoilers); por ejemplo, cuando Mercury emprendió una fugaz carrera en solitario nunca hubo un rompimiento con sus compañeros de banda. La publicación del primer disco solista del de Zanzíbar, “Mr. Bad Guy”, casi coincidió con el lanzamiento de “A Kind of Magic”. El distanciamiento planteado en el filme tiene un propósito de carácter dramático que funciona perfectamente en tal sentido. Uno más: Mercury nunca se enteró que padecía de SIDA antes del Live Aid o, por citar otra licencia,  la banda había tenido una presentación dos semanas antes del legendario concierto benéfico y no habían pasado varios años sin tocar juntos como se plantea en el filme, un hecho ficticio que le añade un dramatismo especial a la extraordinaria recreación de aquellos mágicos veinte minutos del 2 de julio de 1985 en el hoy demolido estadio de Wembley.

Lo anterior, aleja la ficción de la realidad y quizá sea la razón por la que la película pierde la oportunidad de contar una gran historia sobre todo lo que implicaba ser una estrella de rock en los años gloriosos de Queen. La vida de Freddie Mercury estuvo llena de excesos los cuales son ignorados en el filme. El haberlos incluido tal vez nos hubiera permitido tener un cuadro mucho más amplio y verídico de un  hombre cuya leyenda se ha acrecentado con el paso de los años, pero lo que se nos presenta en pantalla aunque no es precisamente un cuento de hadas, sí es una versión políticamente correcta de la vida del extraordinario cantante.

Sin embargo, estos excesos son sustituidos por una mirada al interior de la agrupación, atestiguando algunos de sus procesos creativos, sus inicios y la camaradería que permitió generar grandes obras musicales. También el filme lanza una  ligera mirada al complicado trato de Freddie con su padre y una más profunda a la compleja e importante relación con Mary Austin, su ex pareja, confidente, amiga de toda la vida y, a la postre, heredera de la fortuna del cantante.

A través de un guión muy sencillo, escrito a veces con cierta complacencia, la película se sostiene por un excelente casting y un fantástico trabajo actoral. Rami Malek no hace una recreación de Freddie Mercury, sino que –con una gran dosis de talento–, se dedica a reinterpretar la personalidad del rockero, llevando al espectador a conocer una parte del camino que le llevó a un pedestal en el que se encuentran muy pocos líderes de bandas legendarias. Lo hace aún mejor cuando se sube al escenario para narrar lo espectacular que era un concierto de Queen.

Es ahí cuando luce el trabajo actoral de Malek pues no se convierte en un simple imitador de los movimientos de Mercury, sino que le da vida al hombre que era capaz de hacer un ademán y tener a cien mil espectadores en la palma de la mano. Pero no sólo es Malek el que destaca: Gwylim Lee logra el mismo efecto con el personaje de Brian May y resultados similares son los que logra Joseph Mazzello con su John Deacon.

Es evidente que la película tiene altibajos en su dirección. A pesar de que Bryan Singer firma como director es de todos conocido que fue despedido antes de completar su trabajo. No obstante, su talento como narrador es notorio en varias secuencias de la película, siendo la que recrea la presentación del Live Aid la mejor de todo el filme. Lo que Singer logra con ella es que el espectador comprenda por qué la presentación de Queen en el mitológico concierto es considerada por muchos críticos y expertos del rock como la mejor actuación en directo de la historia. El montaje nos muestra lo que pudieron ser las reacciones individuales de los miembros de la banda –cómo iban emocionándose al ir adquiriendo conciencia de lo que estaban creando–, sus familiares y amigos cercanos, los miembros del staff y el público, presentando no tanto una masa uniforme sino dirigiendo la cámara a los rostros de algunas personas que sabían que lo que presenciaban era algo especial.

Bohemian Rhapsody termina quedándose a mitad del camino, no es necesariamente la película que Mercury merecía para contar su vida y herencia musical, pero a pesar de esto no se trata de un largometraje mediocre, sino uno que meramente cumple su cometido. Esa producción biográfica que cae en el promedio de lo que Hollywood suele hacer con este tipo de obras: grandes actuaciones, historias poco profundas y mucha emotividad.

Al final, es precisamente eso. Junto con lo logrado por los actores, lo más rescatable son aquellos momentos en los que uno es capaz de emocionarse de la misma manera que cuando se descubrió por primera vez la música de la Reina británica, su singular base rítmica, sus armonías operísticas,  su extraordinario guitarrista y a quien es sin duda alguna el mejor frontman que ha pisado una escenario. Un filme hecho para complacer a los fanáticos y quizá para que las nuevas generaciones entiendan de qué va la música de Queen y volteen a ella para no dejarla nunca y, así, mantener vivo un eterno legado.

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