¿De qué hablan las muchachas? Un relato de Lucila May

Este relato fue ganador de una Mención Honorifica en el 2do Concurso de Relatos y Narraciones sobre los derechos de las personas mayores de la Comisión de Derechos Humanos de Yucatán en octubre de 2021.

Este relato fue ganador de una Mención Honorifica en el 2do Concurso de Relatos y Narraciones sobre los derechos de las personas mayores de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán en octubre de 2021.

Parece mentira que, aunque jubiladas tenemos menos tiempo para reunirnos, compartir, ¡chismear a gusto! como en aquellos días que agotadas salíamos del trabajo. Viene a mi mente aquella ocasión cuando saliendo de la guardia, envueltas en el etéreo humo de sendos cigarrillos, en el vestidor, esperábamos la hora para registrar nuestra salida. El tema fue la situación de la pobre mujer conectada a un respirador sin posibilidades de recuperación.

-¡Qué pena me da! Pensé que no pasaría la noche, comentó la “Gordis”, la paciente superaba la estancia promedio. Casi todas la habíamos tratado desde su ingreso, era terapista física de profesión y su mala suerte le trajo esa enfermedad autoinmune que le estaba arrancando la vida. Reflexionamos en lo miserable de su situación, se estaba deteriorando muy rápidamente. Su familia era una muchacha quinceañera.

-Comadres, si me ven así, ¡no sean cabronas! – Dijo alguna-, adminístrame un jeringazo de potasio.

-Si comadre y si tu me llegas a ver así…¡no lo permitas!

La Gordis marchó en condiciones deplorables a causa del cáncer, se negó a que la viéramos así. Solo su familia y a una o dos de nosotras pudimos velar sus últimos momentos.

El corazón de Anita solamente se detuvo, no sufrió. Toda la ciencia fue aplicada para fortalecer ese corazón que no abrigó el amor de algún hijo. Era consciente de que no había nada más que hacer, que ocurriría en cualquier momento. Por eso disfrutó sus últimos días, cada uno como si fuera el último. La recuerdo alrededor de una mesa con algunas de sus más cercanas amigas, disfrutando de cervezas, tequila y mezcal frente a una opípara comida. Coincidimos alguna vez, solía saludarme con afecto, me tenía presente, fue mi jefa.

Lucero ha estado muy enferma, pero trata de verse alegre y por lo regular asiste a las reuniones, lo que no se le quita es lo gruñona y peleonera. Le hacía bien mientras laboraba y en el cargo sindical, pero ahora ya jubilada… ¡Se pasa!

A ver si llega Carmen, La vez que la vi en la playa la encontré muy descuidada. El cabello desteñido y colgando de ellas tres o cuatro chiquillos. ¡Así cualquiera tiene hijos! No sé por qué me molesta…

Lupita casi nunca viene. No tiene hijos, tampoco se casó, pero es sumamente activa, nunca le falta algo que hacer y se metió a la política, ¡ella sí que es chingona!

La “Elo”, me impresiona con su energía, siempre está haciendo algo en la calle involucrada en quien sabe cuanta cosa. Esa comisión de dar seguimiento a la salud de las compañeras, no la olvidó, al término de su gestión se le hizo vicio o, ¿le gusta el chisme?

La más ubicada es Amelia. Jubilada se dedicó a su familia y a viajar. No se pierde ninguna excursión que organice la asociación, ¡que envidia! Toma clases de cocina, de baile, de canto. Está integrada a los grupos apostólicos de la iglesia y nunca le falta una fiesta donde la inviten, a ver si no nos deja mal con esta reunión.

Un agradable aroma de perfume acompaña a un grupo de mujeres de la tercera edad que entran una tras otra, en un desfile de alegres colores en su vestimenta y sus amplias sonrisas.

Me levanto para recibirlas. – ¡Míralas, y llegan juntas! ¿Dónde han estado? Ya les iba a poner falta.

Atropelladamente, justificado por la emoción vamos enlazándonos en abrazos, besos, risas y alguna carcajada. La alegría no se enturbia con alguna lagrima indiscreta ante el encuentro.

-Llegamos juntas al estacionamiento, nos detuvimos un momento a platicar.

Saboreando el amargo sabor del lúpulo y la malta, me detengo a admirar a cada una de las amigas ocupando un confortable asiento del elegante lugar, el preferido de algunas. Espontáneamente, como en familia, comienzan a platicar con quien tiene a su lado.

Es impresionante como el tiempo ha dejado huellas de tantas noches en vela junto a los enfermos en nuestros rostros, que las cremas y el maquillaje no pueden borrar. Nuestros cuerpos antes esbeltos, se han redondeado, las piernas se mueven lentas y torpes y aquellas filas de dientes blancos y brillantes han sido sustituidos por prótesis perfectas.

Me retraigo un poco, fingiendo escuchar con atención sus pláticas. Recuerdo aquella charla que el Dr. Deutsch entablaba en la Unidad de terapia intensiva con la compañera que terminaba su turno.

– ¿Qué te dolería más? ¿Que tu pareja te deje o darte cuenta que ya no eres joven, ni bella?

Era una situación interesante porque la pregunta estaba dirigida a una mujer presumida y odiosa, por cierto, mi archienemiga. No recuerdo su respuesta, quizá no la escuche, en ese momento esa cuestión no me parecía importante. También era joven.

Durante todos estos años cada vez, más seguido, en diferentes momentos, he vuelto a recordar esa platica que no era para mí.

Fue aproximadamente hace tres años durante una conferencia. Descansaba la cabeza sobre mi brazo derecho que formaba un ángulo entre mi brazo y antebrazo. Giré la cabeza hacia ese lado, ¡casi muero de la impresión! Por primera vez vi mi piel retraída como un lienzo viejo y arrugado. Lo toqué, la textura suave y frágil me anunció que había entrado a la tercera edad. La ancianidad se hacía evidente; un estado del cual no hay retorno. Siento que aun no supero el shock que me produjo.

Esta es la primera vez que nos reunimos después de la partida de la Gordis, hablamos de ello. Extrañamos su risa alegre y contagiosa. También recordamos que ella y Anita casi se fueron junta, pues solo hubo dos días de diferencia entre, un deceso y el otro, deseamos que ambas hayan encontrado paz en donde se encuentren.

Mientras vamos poniéndonos al día con las novedades, observó la piel, los gestos de las muchachas, su aspecto general. Lucen muy contentas, felices de estar juntas. Casi ninguna bebe alcohol, no se los tiene permitido su médico; pero no pueden evitar la Coca Cola. Me inquieta haber pedido la segunda cerveza, pero me recupero y río, me da igual, pronto pediré una tercera para acompañar la comida.

Carmen parece un cascabel, no para de hablar, lo que quieras saber de las compañeras, pregúntaselo, está enterada ¡de todo! Me abrazó tan efusivamente, ¡no sabía que me le importara tanto!

Lupita se disculpó a causa de una reunión en el ayuntamiento, tiene una regiduría.

Jazmín al fin nos acompaña después de su jubilación. No hace mucho que se casó. En las redes se ve feliz. Sigue dando clase, esta espléndida.

Eloísa me acompaña con la cerveza. Trabajamos juntas los últimos días, a pesar de la presión que era mucha, pudimos lograr una sólida amistad, nos ayudamos a pesar de estar en turnos diferentes, siempre enlazamos. Lo primero que se me ocurre preguntarle es por sus papás, su prioridad.

-Ya están grandes y ambos son muy tercos. No quieren dejar de trabajar en su tiendita. Mamá se cayó y se rompió un brazo. Solo así logre que se siente. Papá quedó al frente, ella a su lado, estoy con ellos para atenderlos.

Los pies de Lucero severamente edematizados, protruyen de sus zapatos. En su semblante se nota un gesto de dolor que tolera con estoicismo.

-Me dio influenza y estuve hospitalizada. Fue muy difícil, ya casi no conozco a nadie en el hospital, todos son muy jóvenes. ¡El servicio es pésimo! Ni con quien quejarse. Me hice unos chequeos y me descubrieron un quiste en el riñón “bueno”; me operarán, esta vez será en la particular. La plática de Lucero sobre sus enfermedades atrae la atención de todas, la queremos mucho.

-¿Quién te ayuda? ¿Cómo está tu papá?

A Pepín lo dejó su mujer y se quedó conmigo. Las muchachas están pendientes de lo necesario incluyendo la atención de mi papá. Tengo algunos ahorros y prácticamente la pensión se va completa para los médicos y los medicamentos carísimos. Por suerte, al cambiarme el tratamiento me suspendieron algunos y me ajustaron la dieta, es más variada y a mi gusto.

Las voces van confundiéndose entre las recomendaciones y palabras de aliento hacia la mujer regordeta que se esfuerza en mostrarse positiva y animada.

– ¿Cómo vas con los microinfartos?

-Bastante restablecida, pero el médico aun no quiere que maneje.

-Ni modo, chula, seguirás con chofer ¡que envidia! Jajaja

Amelia radiante busca en su celular las fotos de sus nietas, un par de gemelitas, al encontrarlas procede a presumirlas.

– ¡Sí que son lindas! Exclaman las amigas pasándose el aparato para dar el visto bueno.

– ¡Y graciosas, una bendición! Fue todo un reto la concepción y que hayan llegado sanas, pensé que no lo lograríamos. Mi consuegra y yo nos coordinamos para cuidarlas mientras los muchachos trabajan.

Bendiciones y buenos deseos emergen de los labios consentidos con un capuchino, un trozo de pastel, botanas y cerveza.

La música ambiental de corte festivo invita a mecer el cuerpo y los pies. Carmen no puede sustraerse a su hipnotismo. – ¿Cuándo vamos a bailar o armamos un karaoke?

El grupo sonríe. Ha transcurrido tanto tiempo desde que salimos juntas a bailar.

-¡A Cancún! ¡Hay que ir a una excursión, chavas! Insiste Carmen.

– ¡Cuando esta porquería termine! suspira Lucero. ¿Siempre sales con tu ex? Pregunta, dirigiéndose a la fiestera.

-Sí, nos llevamos bien, siempre que andamos con la familia hijas y nietos.

Son personas muy civilizadas, les felicito, – agregué a la charla-.

-¿Qué tal tu trabajo? Te veo muy activa en las redes… ahora es Jazmín quien toma la palabra al dirigirse a mí.

Hay mucho trabajo, aunque no lo crean. Pero lo disfruto mucho, me divierto.

-Eres muy abusada, ¡pareces incansable!

-Me canso y mucho, pero me gusta.

Alguna pregunta sobre lo que he hecho últimamente, de viajes y eventos que comparto por las redes, les interesan los detalles, satisfago su curiosidad, me felicitan.

Tenerlas reunidas significa mucho para mí, quizá lo imaginen, pero en sí, no lo saben.

Trabajamos juntas veintisiete, treinta años o más, algunas estudiamos juntas desde el inicio, alrededor de los años setentas y ochentas. Coincidimos en la escuela, después en el área laboral, en alguno de los hospitales del estado y dentro, fuimos creciendo hacia arriba y un poco hacia adentro. Debido a nuestras condiciones, todas empezamos desde abajo y las aptitudes o necesidades nos fueron llevando cada vez más lejos, ¿más alto? Cambiamos de área, de hospital de categoría en una competencia que no tenía que ver con la amistad, así fuimos uniendo nuestras historias. Muy pocas lograron mantener lazos fuertes, algunas permanecen solas, con alto nivel, junto a sus trofeos. No quise eso para mí, es muy doloroso, por eso después de la jubilación, me entregué a una actividad que me llenara como persona, que me hiciera crecer. Las busque y a través de estos años, casi diez, he logrado recuperarlas y afianzar este abrazo amistoso que hoy día, a nuestra edad cobra mayor importancia. Quizá no éramos amigas en el trabajo, pero fuimos familia, pasamos muchos años juntas, todas sabíamos de las otras, de su lucha personal, las admirábamos y algunas veces nos envidiamos.

– ¿Recuerdan cuando nos reuníamos en las discos y centros nocturnos a divertirnos y hablar de nuestras aventuras? ¡Qué cosa! Ahora lo que intercambiamos son recetas caseras y teléfonos de médicos especialistas, (rompemos en carcajadas).

Amigas, tenemos que reír pues el futuro es muy incierto. Lo único seguro es que, al final, seremos besadas, por la muerte.

Interrumpe Jazmín moviendo la mano como un abanico frente a nuestras caras. -No se pongan tristes amigas, que triste ya estoy. Voy a divorciarme, el matrimonio no funcionó.

¿Estás bien? -Se escucha en coro. -Si y no, responde, con una mueca que trata de disimular la urgencia de llorar.

Me di cuenta que no puedo vivir con alguien. Creo que no sirvo para el matrimonio y aunque de algún modo me siento frustrada, pienso que para los planes y proyectos que tengo por realizar, no puedo estar dependiendo de nadie.

La respuesta abre comentarios que van saliendo como conejos de un sombrero.

-Estoy bien, sé que debo superar mi duelo, después de todo lo es. Estoy tranquila, después Dios dirá. Me entretiene el trabajo, no es tan pesado y me gusta, lo he hecho siempre. Enseñar es lo mío.

-Para mí eso ya pasó, estoy bien cuidando a mis preciosos nietos compartiendo con Javier y nada más somo amigos, es Carmen quien cierra el comentario rodeando el hombro de Jazmín con un abrazo.

-Yo ni tiempo con mis papas y mis nietos, que voy a pensar en hombre ¡no necesito sarna que rascar! Es Eloísa quien comparte sus pensamientos.

-Mi hija terminó la maestría, su esposo y yo estamos apoyándola para que se supere. La pequeña es una bebé de meses y lo ha logrado con nuestra ayuda. Yo me siento feliz por ella, me superó. Seguiré haciéndolo todo el tiempo que pueda. El grupo se siente complacido, como si todas fuéramos madres de esa chamaca.

Irrumpo el momento de nostalgia: – ¿Recuerdan aquella paciente por la que nos comprometimos a no permitir que sufriéramos como ella? Esperaba que el padre de su hija le pidiera perdón antes de morir. Le pedí a la muchacha que trajera a un varón y fingiera ser el, así murió, sola, con una dulce mentira pues nunca dejo de amar a ese desgraciado que la hizo madre soltera para toda la vida.

No quiero terminar así. Aun guardo la esperanza de encontrar alguien con quien platicar, quien me acompañe a tomar una cerveza, o me de seguridad manejando. NO lo busco a propósito, de eso ya me cansé. Deje atrás el semblante adusto cuando el estrés de la jornada nos quitaba la sonrisa.

Tengo fe que hay alguien, en alguna parte, lo merezco. Mientras tanto, salgo en grupos con amigos, me divierto. He aprendido a convivir.

-¿Y tienes un prospecto? Carmen abre desorbitadamente los ojos esperando una respuesta a su pregunta.

Siempre ha habido alguien cerca. Me han invitado a acompañarlos a su casa, un baño de piscina, un remojo en jacuzzi, no tengo ganas de eso.

Pero hay alguien, un “admirador secreto”, me gusta…… ¡no estoy para despreciar este tipo de cosas! Tampoco sé si viviré mañana.

-Tienes que pensar con la cabeza… dijo Lucero quien nunca se volvió a casar después que su esposo la engaño con otra mujer.

-Amiga, no te enamores… No le des dinero…

-¿Porque no enamorarme? Llevo tantos años sola, comiendo, bebiendo, evitando sentir…

¡Quiero enamorarme! Que de mi corazón y mi mente emane miel, quiero decir las palabras que me tragué toda la vida por tonta, quizá regresen como un boomerang y me sacuda ¡de amor! Jajajaja.

Quiero volcar mis sentimientos y escribir lo que no he escrito, lo que debí escribir. Debo creer sin cerrar completamente los ojos. Entregarme como soy, como lo que he logrado ser ahora, en mi madurez.

¡Y que me duela cuando se vaya! Llorar tanto, como pueda amarlo y poder decirle adiós, en paz.

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