Breve crónica progresiva del concierto en el Auditorio Nacional.*
Las cuerdas hicieron añicos el silencio. Desde los primeros acordes, incluso desde la última fila, se podían escuchar con tal poder y claridad que uno podía saber que no sería una noche cualquiera la del miércoles 20 de junio, cuya noche sirvió de escenario para el regreso del legendario músico, productor e ingeniero británico Alan Parsons. El Auditorio Nacional de la capital del país no se llenó en su totalidad, pero los más de noventa músicos en escena fueron más que suficientes para inundar de sonidos el magno recinto.
Y es que Parsons decidió no volver a México solo, sino acompañado de la Orquesta Filarmónica 5 de Mayo originaria de Puebla para presentar por primera vez en México su proyecto sinfónico, con nuevos arreglos a las viejas canciones que lo hicieran famoso durante los setenta y ochenta. Pero el ingeniero de sonido forjado en la fragua ardiente del mítico Abbey Road colaborando en discos de The Beatles y Pink Floyd no vino a bromear. Lejos de complacencias nostálgicas, sorprendió con una velada llena de matices, coloratura, digresiones, armonías y melodías que me dejaron anonadado.
¿Qué mejor ejemplo puede haber del rock progresivo clásico que el ensamble de Alan Parsons Project? Compuesto por dos guitarras, batería, bajo, saxofón, sintetizador y voces, se amalgamaron perfectamente con los músicos académicos, que sin duda fueron un valor agregado a las composiciones del inglés detrás de El lado oscuro de la luna.
Por supuesto que tocaron algunas de sus rolas más famosas, como Time, Eye in the sky, Ammonia, etc. Sin embargo, también se dieron el lujo de interpretar la mitad del álbum I, Robot, que este 2018 cumplió 40 años. El público maduro pero entusiasta, no dejó de corear y aplaudir sus canciones, guardando educadamente silencio en los momentos de mayor abstracción musical con cambios y ritmos inauditos, cuya precisión sonora dio cuenta de la calidad de los ejecutantes. En resumen, una delicia sólo apta para oídos refinados.
La combinación de la orquesta con los sonidos electrónicos emanados del sintetizador de su enérgico director, llegaron a su apoteosis durante “Sirius”, pieza icónica para los que crecimos en los años noventa de los Chicago Bulls y su famoso himno a la proeza jordaniana. Ya con los ánimos a tope, para el encore brindó dos piezas: “Dr. Tarr and Professor Fether” y uno de sus éxitos más populares “Games people play”. Con esto fue suficiente para que todos nos fuéramos a casa silbando bajo la nublada noche defeña.
Un monstruo sagrado. Bienaventurados los que disfrutamos su música y trayectoria.
Así es, es una fortuna poder atestiguar esta clase de proyectos de manos de músicos legendarios.