Hasta aquí, Fausto

CRÓNICAS MELÓMANAS VII.

Ha pasado mucho tiempo, décadas, desde aquel día en que abrí por primera vez el disco So Far, de Faust, una agrupación alemana de rock progresivo, específicamente krautrock. El acontecimiento ocurrió en 1980. A principios del año, me había enterado de la reedición del disco So Far por parte de una disquera británica ante el agotamiento de la primera edición de 1971. Ya me habían comentado que este segundo disco de la banda era más audible y menos experimental. Esto me animó a conseguirlo antes de que se agotara nuevamente. Y dio la casualidad de que en ese tiempo Sarita Poot iba a viajar a Los Ángeles y San Francisco. Así que fue una gran oportunidad de encargarle ese disco durante su estancia en los Estados Unidos.

Al regreso de Sarita Poot, sentí una inmensa emoción al saber que sí, que había logrado adquirir el disco de Faust. Claro que me hizo notar que hubo muchas dificultades para encontrarlo. Guillermo, quien la acompañó en su viaje, fue quien se encargó de buscarlo por todas las disquerías de Los Ángeles y luego de San Francisco. Anduvo para arriba y para abajo, sin tener suerte de dar con el famoso So Far, hasta que por fin logró encontrarlo en el cuarto piso de una disquería enorme de San Francisco. Cuando salió de esa tienda ya estaba oscuro, muy oscuro.

Luego de conocer las peripecias por las que pasó Guillermo en aquella intensa búsqueda, al fin tenía el álbum de Faust en mis manos. Agradecí infinitamente el favor a Sarita y casi corrí a casa para escuchar ese disco extraño de krautrock. En el camino, ya dentro del metro, abrí el sello de celofán con el que siempre envolvían los discos y vi que no tenía nada escrito en la portada, que era negra, totalmente opaca. Sólo pude ver, al poner el disco muy cerca de la luz neón del techo del tren, que había unas letras en gris que apenas se distinguían y formaban las palabras Faust So Far. Descubrí entonces que estaba el nombre del grupo y el del álbum, pero muy en el fondo de aquella portada negra, muy oscura, y con las letras en gris, muy Oxford.

Hasta que llegué a casa me di cuenta que dentro de aquel sobre de cartulina negra había, además del disco, otro sobre negro, muy oscuro, que contenía unas litografías, cada una de las cuales ilustraba una a una las piezas musicales del álbum. Vi detenidamente cada imagen y constaté que todas, sin excepción, estaban sobre un fondo negro, muy oscuro. Enseguida, saqué el disco de su sobre interior, de papel negro, muy oscuro, y vi que el disco tenía en el centro una etiqueta negra sin nada más que el color negro, sin textos ni marcas ni nada. Se me hizo tan raro que busqué una lupa y escudriñé detenidamente la totalidad del disco (del disco objeto) y únicamente vi el nombre del grupo y del álbum grabados sobre el vinil, entre los surcos de la última grabación y la etiqueta negra y vacía.  

Sin más, coloqué el disco negro sin nombre, sin referencia, sin más nada, sobre el plato de la tornamesa y me dispuse a escuchar lo que había en él. Las piezas musicales sucedieron una a otra sin mayor problema. Las composiciones eran fascinantes, encantadoras, tanto que cerré los ojos para mayor deleite. Al terminar la última pieza del lado B, abrí los ojos y vi que no había luz, mejor dicho no vi luz ni nada. Yo estaba en medio de la oscuridad. Así que a tientas quise alcanzar el apagador.

Sin embargo, la oscuridad invadió el lugar con mayor intensidad, al grado de que dejé de ver hasta lo que tenía frente a mis narices. Sólo alcancé a oír algunas voces que gritaban, unas en español, otras en inglés: Fausto, por favor, hasta aquí… Faust, So Far (please). Yo enmudecí y quedé sumido en esta oscuridad, cada vez más negra, hasta que me tragó un enorme hueco negro.

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