La dualidad de la mirada: charla con el pintor Lelo Galbán

Osiris Gaona entrevistó a Edel Álvarez Galbán, pintor cubano radicado en Miami, mejor conocido como Lelo Galbán. El también médico explica su concepción del arte al tiempo que relata las vicisitudes de una existencia azarosa. ¡No te pierdas esta charla!

Un poco nervioso, Edel Álvarez Galbán, se acomoda en un asiento confortable de su estudio de pintura de la ciudad dónde radica, Saint Petersburg, Florida. Lleva puesto un gorro multicolor como el que en ocasiones llevaba el cantante Bob Marley. Lelo, como le dicen de cariño desde niño, se cura en salud y me dice que tiene una especie de fobia escénica, aspira para encontrar alivio en su vaper al cuál se aferra como un niño a su osito de felpa.

Trato de tranquilizarlo diciéndole: “sólo estaremos nosotros dos a través de una pantalla”. Comienza a relajarse y, con una sonrisa hermosa, casi canalla, comienza a relatarme parte de su historia de vida, algo que sin duda aprecio mucho ya que hemos creado, sin conocernos, un hijo. Él le ha dado una bellísima cara a la Señora de la noche, mi primer libro, y porque la magia existe hemos procreado a distancia nuestro primer proyecto.

Edel nació en Cuba un 28 de septiembre de 1967; es el tercero de cuatro hermanos, su madre era una mujer con bases religiosas, mientras el pequeño Edelito pintarrajeaba todas las paredes que se encontraba a su paso, en el afán de descubrir las oquedades de esos ojos profundos de sus pinturas. Su madre hacía costura, algo que la sumía en su mundo de puntadas y telas; su padre era revolucionario en aquella Cuba en albores de cambios y espíritu anhelante.

Me sorprende sobremanera su sinceridad cuando me dice que él no cree en la familia y que no siente ninguna atadura a hilos filiales, también con mucha franqueza me comenta que se ha divorciado cinco veces y que realmente él es un pésimo esposo que no sabe cómo llevar quizá un matrimonio. Sonríe y me dice que necesita tiempo para plasmar su mundo interno; sin embargo, es un padre comprometido y se confiesa enamorado de sus dos hijos: su hija Lucía y Lennon, su hijo menor.

Ambos son los críticos más severos de su obra, ya que siempre tratan de interpretar lo que Lelo pinta en esos cuadros enormes y maravillosos; luego aparece un brillo en los ojos casi secreto cuando menciona a su esposa actual, Rebeca, con la que comparte su profesión de medicina y el amor por la libertad.

Lelo se detiene a pensar cuando le pregunto:

—¿Por qué pintas?

—Pinto porque lo necesito: necesito ser libre. Pinto lo que me da la gana, no pinto paisajes porque no sería yo mismo. Hago lo que siento, la pintura me alegra, es orgásmica y, en ocasiones también me deprime, de tal suerte que caigo en una especie de hoyo negro y muy profundo. Es ahí donde está la dualidad. Si hay una idea que me mueve soy el más productivo y si la musa me abandona tengo que parar.

Su pasión por pintar desde que era un niño no se contrapone con su profesión de médico, que ejerce hoy en día y de la que no piensa parar. Me confiesa que nunca fue un buen estudiante y me cuenta una historia muy dolorosa que lo marcó profundamente en 1993, cuando a los veinticinco años intentó salir de Cuba en una balsa en una agonía terrible ya que no había comida, no había agua a pesar de estar rodeado del océano y con una desesperanza mortal.

Pero se dio cuenta de lo importante que es respirar, caminar, así, con los huesos entumidos y sintiendo que moría de a poquito; fue rescatado por la guardia costera cubana y él sintió tanta alegría que sonreía y la guardia lo tomaba como una burla. Confiesa que le salvaron la vida y, después de ese incidente, comenzó un vía crucis: La palabra apátrida resuena en su cabeza y recuerda que no lo dejaron graduarse de médico, aunque había terminado sus estudios de medicina. La travesía migratoria comienza en Estados Unidos dónde algunos parientes suyos lo esperaban para darle asilo. En ese país sus estudios no eran compatibles y, después de tanto buscar, fue en Costa Rica donde valida sus estudios de medicina, profesión que ejerce hasta el día de hoy.

 

Pintar, pintar y pintar

 Uno de los objetivos de Lelo Galbán es Usar la pintura como medio para plasmar la historia actual, sin duda alguna lo logra en la obra extensa que le precede con más de 560 cuadros de diferentes colecciones. A mí personalmente la obra de Lelo me cautiva porque me hace mirar lo que no quiero, me hace adentrarme en lo profundo, me despierta el espanto, me hace reflexionar y reflejarme en esas oquedades de nebulosas profundas y oscuras, escalofríos que recorren el cuerpo porque los cuestionamientos no paran, a veces el miedo, a veces la gloria, así es la pintura de Lelo Galbán y su dualidad aderezada con la contradicción en su obra como la vida misma, dual.

“Yo no quiero mirar que dentro de mi puede vivir o vive un ser siniestro que me acecha todo el tiempo, temeroso, frio calculador y malévolo, prefiero mirar el lado de la luz aquel que hace más afables los días, mirando los colibríes y los pastos que terminan en estrellas, buscando los conejos en la luna y las formas de las nubes.”

Me platica sobre una de sus obras, en la cual pintó una bicicleta por el placer de sentirse nuevamente un niño; lo que sugiere que, mientras pinta, sueña otros mundos. Puede ir y venir en dimensiones diferentes y detener el tiempo como lo hacía Félix para Martín Moncada, abriendo la puertecilla de un reloj y desprendiendo el péndulo para parar el tiempo y contemplarlo y quizá paladearlo como en “Los recuerdos del porvenir” de Elena Garro; cuando una cubana vio su obra le dijo “este cuadro me transporta a Cuba en verano” y así fue como pintó otras bicicletas en invierno, otoño y primavera.

Otra de sus obras me recordó al cuento de “Una violeta fantástica: Viola acherontia” de Leopoldo Lugones, “Las flores del mal” y “Deshojando Margaritas”, en la que las margaritas tienen bracitos y manitas es un juego un tanto macabro de quién deshoja a quién: las mujeres enamoradas o las margaritas a las doncellas.

Lelo siempre ha leído, desde muy joven y los clásicos han sido sus referentes: Voltaire, Moliére, Martí, Carpentier, Proust y a nuestro maestro en común, Froilán Escobar; cuando menciona a Unamuno de pronto me mira y confiesa que sabe poco de los escritores de vanguardia, pero menciona a un escritor que me encantó: Carlos Ruiz Zafón y su “Sombra del viento” y confiesa que, al igual que yo, se ha leído toda su obra, algo que me emociona porque a mí me atrapó con sus libros y sus aventuras; ambos lamentamos su muerte. Él me señala que, aunque la crítica indique que su obra tiene influencia de Picasso o Miró, para Lelo Galbán es Gaudí su estrella en el horizonte.

Los sueños del maestro Galbán son aún inmensurables. Algo que se trae entre manos es crear una fundación y un centro artístico, sin fines de lucro, donde se pueda practicar todo tipo de arte: música, pintura, danza y que puedan venderse libros. Será médico hasta que se muera y sonríe cuando me dice que el arte es un pretexto para expresarse y tomar whiskey mientras pinta, siempre escuchando música en su atelier.

Una hora no fue suficiente para conocer a un gran artista, mucho menos a un ser humano extraordinario, una persona a la que los sueños le crecen y los plasma con maestría en lienzos que nos llevan a lugares insospechados, otras etapas de nuestras vidas y, muchas veces, a poder mirar lo que no queremos ver.

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