El discreto encanto de un libro dedicado

Mar Gómez elucubra acerca de las dedicatorias manuscritas que vienen en los libros, ya sea al dedicarlo por parte de su autor, o como una muestra de cariño por parte de la persona que regala el ejemplar. Sea como sea, unas pocas palabras le dan un nuevo valor y significado...

La fila para la firma de un libro, aguarda las fantasías de una significativa dedicatoria.

 Cuando era estudiante de licenciatura, me obsequiaron un lote de libros de temas relacionados a la psicología. Cosa que agradecí sin cuestionar. Muchos de ellos no eran de mi interés momentáneo, a pesar de ser temáticas relacionadas a la conducta humana. Los saqué de la caja donde venían y sin más fueron acoplados como adorno en la biblioteca que estaba formando. Días después uno a uno fueron escogidos para revisarlos y ser clasificados como libros de consulta, sabiendo que a la distancia serían de utilidad.

Erich Fromm y el arte de amar era uno de ellos. Lo rescaté para su lectura y descubrí en las primeras hojas una dedicatoria especial. De inmediato imaginé tenía una joya doble en las manos, fantaseando al instante con la idea de que era la letra del autor, de Erich Fromm, obvio, la ingenuidad quedó destrozada también en segundos… la letra era de Lucrecia, lo dedicaba con amor a Fernando, deseándole encontrar en esa lectura la respuesta que tanto buscaba. La letra cursiva con adornos bien elaborados se encontraba ligada a una estética leíble, la fuerte tinta negra remarcada la hacían vistosa y hasta elegante, al final agregaba un corazón atravesado con una flecha.

Al terminar de leer tan sugerente dedicatoria, mis pensamientos se reubicaron. Se trataba del obsequio de una mujer a un hombre, quizá de una pareja romantizando, tal vez eran simplemente amigos con una íntima amistad, o “vaya usted” a saber la relación que tenían, pero de que se confiaban sus sentimientos amorosos era un hecho.

¿Por qué y para que se lo había obsequiado con esa dedicatoria? No era tema de mi incumbencia. ¿Por qué decidieron regalarlos a mí? Sí lo era. El libro estaba manoseado y subrayado, lo que me hizo pensar que el tal Fernando le dedico tiempo y reflexión a la lectura. La mayoría de los libros estaban dedicados. ¿Por qué deshacerse de ellos?  Fue entonces que morbosamente quise saber más.

Fernando era amigo de quién en ese tiempo fue mi novio, sabía que estudiaba psicología, y por ello me designó como nueva propietaria de su biblioteca, argumentando —“que en mejores manos no podía quedar” —. Regresaba a vivir a su patria, a Argentina; su esposa y su único hijo habían muerto en un trágico accidente automovilístico. Por eso es que fui escogida como nueva tutora de El arte de amar y de cincuenta y cuatro libros más.

Interpreté el verdadero valor de un libro. Entendí que lo más caro no es el libro, sino el a-precio que se les debe. La dedicatoria, la letra de quien lo dedica y la historia que existe tras esa ofrenda de gratitud me conmovieron, junto a la inmortalidad y trascendencia que tienen los libros y sus dedicatorias a nuestra muerte o a nuestros desapegos”.

Por supuesto, si la letra hubiera sido de Fromm estaríamos hablaríamos de dinero, que no es el caso. Supuse que tras esa dedicatoria estaba otra oculta para mí. Una dedicatoria que físicamente nunca existió; no obstante, a mi juicio sí la hizo simbólicamente. Lo he guardado en mis memorias, puesto que ese libro y los otros que tienen dedicatorias diferentes, traían un doble mensaje: el que le hicieron a él y el que él hizo para mÍ cuando me designó nueva tutora de sus libros, de algo tan valioso como fue su biblioteca.  La dedicatoria de él se realizó a través de una tercera persona y fue oral: “en mejores manos no pueden quedar”.

No suelo comprar con frecuencia libros de segunda, tercera o cuarta mano, entre olor a polilla y madera vieja, que es donde generalmente suelen encontrarse con dedicatorias— cuando lo hago y encuentro una, recuerdo la anécdota y surge el morbo de saber sobre la historia de ella. En la actualidad, al solicitar una, le doy sentido simbólico, le adjudico valor metafórico y hasta poético en mi nuevo libro. Lo que antes parecía una cuestión baladí, al paso de los años he comprendido se trata de un lenguaje secreto, de ese que tanto se habla entre el escritor y su lector. Con su dedicatoria, los escritores quedan habitando en el libro.

Imagino es así para una mayoría de personas, de lo contrario no le encuentro sentido a las filas después de las presentaciones, aguardando unas letras afectuosas de agradecimiento por leerles o simplemente por comprar su libro. Empecé a leer algunos de los libros que compré en la pasada feria FILEY 2023. El primero fue la escandalosa y reivindicadora novela de Carmen Boullosa “El libro de Eva”, me detuve un buen rato a releer su dedicatoria, a recordar la amena charla que tuve con ella, a observar su otra letra, su caligrafía, a encontrar ese valioso sentido a la dedicatoria con mensaje; y lejos de pensar se trataba de una bobería, me sentí honrada con lo que me escribió.

Dando un orden estrictamente lineal, lo primero que encontraremos en un libro será la dedicatoria. En ella descubrimos ese diálogo secreto implícito que alimenta el deseo por la lectura, el principio de un enamoramiento con lo que vamos a leer. Dedicatorias las hay de todos tipos, tan originales y creativas, como las tan simples y limitadas con el socorrido “Con cariño para fulanita…” que, en letra de nuestro escritor favorito, aunque no defrauda, nos hace quedar con ganas de más, igual se agradece el implícito “cariño” a nuestra persona.

Recordar el momento que estuvimos frente al escritor para recabarla, sin duda es una experiencia subjetiva.  Muchas veces detrás del texto existe una historia que llega a ser más interesante que el propio libro, pues independientemente de amar la lectura, también se ama al libro. Viene a mi memoria  una intervención que realicé momentos después de una presentación, esos espacios que se dan para la interacción escritor-lector y que por supuesto mereció el derecho de réplica; el mejor lugar para hacerlo fue en la dedicatoria… un gran acierto manifestarlo de manera graciosa, un gran detalle que habla de la importancia que dan a sus lectores, a su público asistente; así fue la que me hizo Fabio Morábito y que me ha causado tanta risa, pues quedó eternizada en su libro -que ya es mío-: “La sombra del Mamut”.

Las hay tan simpáticas como lo es ella, Ana Clavel, dedicatoria impregnada en el libro “Por desobedecer a sus padres” quien me regala su chispeante sabor a humanidad, rescatando con maestría el accidente de haber chocado nuestros cuerpos, y con una amable sugerencia me invita a seguir gozar la vida. O la que hace de manera deslumbrante con su propio lenguaje, tan único, tan graciosamente poético y protagónico, el querido maestro Agustín Monsreal en “Hola, te sigo esperando”.

Muchas más pudieran ser enumeradas: las de con aprecio y admiración, las que agradecen nuestra complicidad con las letras, las que nos ubican como sus iguales y agradecen estar junto a ellos en esos momentos, o las tan sin sazón que solo advierten un seco “para” , sin cariño, pero con firma. Cuando me regalan un libro me gusta que venga dedicado, algunos se sorprenden de tal petición, argumentando que ellos no son los autores; en ese caso suelo contestar-, eres el autor de este obsequio, tu aprecio y amistad quedan presentes también, tu dedicatoria al abrir el libro para su lectura, es un impacto de palabras con valor incalculable; entonces les da risa y me lo dedican.

Mas allá del precio de los libros, está el A-precio que conlleva una dedicatoria, y si a esta le agregan algún detalle personalizado de nuestra imagen, cabello, sonrisa, mirada o algo tan simple o complicado como es jugar con nuestro nombre, oficio o profesión adquiere otro valor ¡el valor de un escritor agradecido!  Al final de nuestra vida, nuestros libros quedarán en otras manos que seguramente leerán nuestras dedicatorias y se imaginarán otra historia; otra historia junto a la que narra ese libro.

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