Un final cumplidor y sin sorpresas: El ascenso de Skywalker

El Episodio IX cierra la saga original de Star Wars.

Épico. Esa quizá sea la mejor palabra para definir las expectativas que generó el final de una historia que ha llevado más de 42 años atrapando la imaginación de millones de personas alrededor de todo el mundo. Y uno entra al cine a la medianoche de un jueves esperando que 2 horas y media después uno salga a la calle con el corazón hecho trizas, con la adrenalina a tope porque se ha vivido una experiencia inolvidable, única y a la que vamos a acudir cualquier cantidad de veces porque lo visto en pantalla se ha adherido al ser como lo hacen las grandes historias.

Pero las sensaciones que deja el Episodio IX de Star Wars distan mucho de lo anterior. La película de J.J. Abrams es un viaje de regreso a ese universo familiar al que se llega con la esperanza de que de lo conocido asomen cosas nuevas, cosas sorprendentes, elementos que amplíen nuestro conocimiento y nos hagan volver a soñar como cuando por primera vez estuvimos en esa Galaxia muy lejana, pero tan cercana a tantas ilusiones. Pero lo que Abrams hace, junto a los guionistas Chris Terrio y Derek Connolly, es apostar por no introducir absolutamente nada nuevo, por no correr ningún tipo de riesgo.

Lo que intenta es cocinar lenta y ambiciosamente un menú fílmico que ya hemos probado antes, que seguramente nos dejará satisfechos pero que no despertará nuestra capacidad de asombro, capacidad que resulta un ingrediente primordial en toda narrativa de ficción y aventuras. Es decir, si la maravilla no se activa en nuestra mente durante la película ésta termina siendo un producto más, uno que difícilmente se instalará en los mejores lugares de la memoria para quedarse en aquellos en donde reside lo que deja una satisfacción momentánea, efímera y quizá desechable.

No quiero decir con lo anterior que The Rise of Skywalker sea un ladrillote cinematográfico o que no rinda un sincero homenaje a algunos personajes icónicos dentro de la saga (lo hace y creo de una manera muy emotiva con los gemelos Luke y Leia), o que no tenga momentos absolutamente asombrosos o que marque el regreso de personajes tan queridos como Lando Calrissian o Wedge Antilles, pero incluso eso es precisamente lo que cualquier fanático espera, lo que estaba dentro del presupuesto de la historia y lo que la convierte en algo totalmente predecible.

Contrasta de manera muy significativa con otras películas de Star Wars, sobre todo los Episodios IV y V en los que tanto George Lucas como Irving Kishner tomaron en su momento riesgos dentro su narrativa, los cuales produjeron enormes sorpresas en la audiencia. En la última entrega todos esos momentos regresan –quizá con la idea de satisfacer a los más acérrimos fanáticos–, pero evidentemente sin generar la sorpresa que cuando fueron concebidos por primera vez.

A pesar de lo anterior, el filme tiene algunos aspectos que son destacables. Está el muy lógico y emotivo arco de transformación de Kylo Ren -un fantástico Adam Driver-, que termina por ser el personaje mejor construido de la nueva trilogía, el que realmente importa en términos tanto narrativos como emotivos. También la solidez de Daisy Ridley como actriz, pues logra rescatar de la posibilidad del naufragio a una Rey que por forzados giros dramáticos corre el peligro de perderse en el mar de la incredulidad, pero que termina por ganar credibilidad gracias a la recia y decidida interpretación de la actriz.

Lo mismo sucede con Poe Dameron, salvado por el enorme talento de Oscar Isaac quien tiene toda la capacidad para convertirlo en un héroe que convierte su vulnerabilidad en su mayor fortaleza. Y claro, está ese regreso a una rebelión que con pocos recursos tiene que enfrentar a un poderío militar que le supera y que tendrá que hacer uso de su ingenio, solidaridad y amor para poder librar batallas que en un principio parecen perdidas. Esa premisa se mantiene intacta y sigue siendo el motor que impulsa a toda la historia.

Al final, queda la sensación de que la Saga de los Skywalker merecía un desenlace más grandioso. Incluso aumenta la duda de que tal vez lo mejor hubiera sido recurrir al viejo canon (hoy conocido como “Leyendas”) o a historias muy bien desarrolladas como “Dark Empire” o la célebre “Trilogía de la Nueva República”, que están situadas algunos años después de la batalla de Endor. Pero la mano de Disney se impuso y terminó por escribir una nueva historia en la que ha impuesto una lógica de mercado.

Es decir, aquella que apuesta a lo seguro y no deja margen para la innovación, la transformación y, por ende, el deslumbramiento,  lo que cual tiene su punto culminante en un Episodio IX lejano de lo grandioso, de lo apoteósico y situado mucho más cerca de lo divertido y de una falsa seguridad, dejando la sensación de que se ha desaprovechado una historia que merecía llenar las expectativas del público de otra forma, llenarlas con eso que conocemos como la épica.

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