La onda que nunca fue: in memoriam, José Agustín

En su ensayo, Mario Lope Herrera desmenuza la etiqueta de "literatura de la Onda", la cual encasilló las obras tempranas de José Agustín a pesar de su extensa producción literaria, la cual en su madurez rompió con todos los moldes que le endilgaron.

Una de tantas cosas que detesta un escritor es que lo encasillen en una corriente o estilo. Tal parece que a los críticos literarios del puritanismo les urge clasificar las diversas letras de un país, región o comunidad. Y si esa expresión escrita posee un yacimiento cultural o social, entonces las etiquetas se superponen estérilmente.

Es el caso del escritor mexicano José Agustín, quien falleció el pasado 16 de enero de 2024 y de cuya muerte se desprendieron numerosos artículos y columnas de colegas que lo despidieron con loas y lamentos por su irreparable pérdida. Y no es para menos, quizá era el último o de los últimos autores que dejaron tan marcado el camino de las letras mexicanas que sus libros continúan vendiéndose como en la década de los setenta.

Pues bien, pocos de aquellos artículos realmente se atrevieron a mencionar lo que José Agustín se la pasó rechazando en vida: ¿qué es eso de la onda? Como todos sabemos, la escritora Margo Glantz, en su libro “Onda y escritura en México: jóvenes de 20 a 33 años” (1971), acuñó (más bien, bautizó, sin rito de paso ni tocada de rock) el término “literatura de la onda”. La definición, tan pobre como el epíteto, continúa balanceándose frente a todos aquellos escritores que tuvieron el arrobo de explorar nuevas formas de expresión y romper con los convencionalismos literarios de mediados de los sesenta.

Quizá Margo Glantz fue tras el señuelo: la generación Beat. Si bien es cierto que José Agustín fue influenciado por la obra de Jack Kerouac, décadas después, le confesaría a Silvia Lemus que su gran influencia literaria fue nada más y nada menos que Vladimir Nabokov. Otra vez los rusos. Y ya aterrizados en mexicalpan, su gran maestro fue Juan José Arreola, con quien sostuvo no sólo una cercana amistad, sino que fue su mentor en aquellos talleres literarios que dirigía el último juglar.

 

¿Dónde está la onda?

El término “onda” es simplista, reduccionista y se queda muy corto para abarcar toda la obra de José Agustín. Y no sólo la de él, sino también la de muchos autores que se desprendieron de la tradición y formaron un bloque disruptivo que emergió gracias al desigual uso del lenguaje. Para terminar pronto: Parménides García Saldaña (“Pasto verde”, “El rey criollo”, “En la ruta de la onda”), René Avilés Fabila (“Los juegos”, “El gran solitario de palacio”, Réquiem por un suicida”) y Gustavo Sáinz (“Gazapo”, “La princesa del palacio de hierro”, “Obsesivos días circulares”).

La jerga juvenil pedía su lugar en la literatura mexicana. Después de retratar el mundo indígena, los melodramas de las clases medias y altas, la pobreza urbana y la segregación, la identidad, el incipiente consumismo y la discriminación social como un ente orgánico, la literatura mexicana recibió a los mal llamados “rebeldes” de las letras.

Sin embargo, no fueron tomados tan en serio sino mucho, mucho tiempo después. Como suele pasar en la literatura. Pese a las buenas ventas, José Agustín no podía estar en la misma mesa con otros escritores mexicanos de la época como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco. La razón: el sexo, las drogas y el rocanrol.

(“Si a José Agustín le pagaran regalías de libros que hemos leído gracias a él, en estos momentos estaría nadando en la alberca de Elvis Presley”, dijo alguna vez Juan Villoro).

“Cuando se publicaron ‘La tumba’ (JA, 1964), ‘Gazapo’ (GS, 1965) y ‘De perfil’ (JA, 1966), la reacción de la crítica fue de desconcierto, cuando no de auténtico rechazo. En su reseña de ‘La tumba’, Emmanuel Carballo, quien era con todos los méritos el Crítico Literario por antonomasia, juzga con severidad la novela de Agustín, la acusa de falta de composición, de ingenuidad y aun de irreverente, (…) el tenor era coincidente: esto no es literatura”. (Ignacio Trejo Fuentes, “La literatura de la onda y sus repercusiones”, 2001, p. 203-210, en Tema y variaciones de literatura, Universidad Autónoma Metropolitana).

Cuando le preguntaban a José Agustín acerca del significado de la “literatura de la onda”, él no sabía que contestar. “Hay que preguntarle a Margo”, sentenciaba un poco mortificado.

Si por “onda” debemos entender el estandarte expresivo de una generación, entonces solamente sería aplicable a un par de libros de José Agustín: “La tumba” (1964) y “De perfil” (1966). Dichas novelas están escritas con el frenesí de la cultura underground, marcada principalmente por la música, el consumo de drogas y la rebelión contra las normas establecidas por una sociedad convencionalista. El estilo es desenfadado, irreverente, coloquial, soez, zafio, descuidado, repetitivo y contestatario. Después de todo, los escritores jóvenes mexicanos estaban fraguando su propio boom.

 

Entonces, ¿qué es la onda?

“Pero la Onda va mucho más allá del cliché idiomático, conlleva connotaciones de mayor envergadura pues retrata gran parte de los modos de vida, inquietudes y propósitos de los jóvenes sesenteros, que podrían resumirse en el concepto de rebeldía ante los modelos sociales, familiares y hasta políticos establecidos”. (Op. Cit.)

Si nos apegamos a la definición de Ignacio Trejo Fuentes, el término “onda” cabe dentro de cualquier definición de literatura total. El fin de ésta es el retrato, testimonio, reproducción poética, representación, creación y recreación del lenguaje, de un individuo, clan, grupo, familia o sociedad, en un marco artístico propio de la expresión humana. Por lo tanto, la “literatura de la onda” no es otra cosa que simple y llana literatura, sin apellidos ni motes ni extensiones.

Pese a que Juan José Arreola y José Revueltas vieron con buenos ojos la obra de aquel joven acapulqueño nacido en Jalisco, sus letras fueron consideradas al margen de los demás creadores y se le encasilló en un bucle del que ya no pudo salir. Grave error. Siempre he pensado que la literatura mexicana le debe mucho a José Agustín, un rédito que quizá nunca pudo cobrar en vida. Pero ahí están, fieles, sus miles de lectores.

 

No todo era onda

Acumulando madurez, el autor que nos ocupa publicó un libro en 1982 que debe ser estudiado en toda facultad de humanidades o filosofía del pensamiento. Me refiero a “Ciudades desiertas”. No es que José Agustín haya sido un progresista antes de que los progres se pusieran de moda ni que haya sido un visionario del feminismo ni de la identidad de género, pero, la historia de Eligio y Susana retrata con gracia, humor e ironía la psique del machismo mexicano. En algún momento, todos hemos sido Eligio el psycho, Eligio el inseguro, Eligio el Edipo, Eligio el amenazador, Eligio el infiel, Eligio el manipulador, Eligio esquizofrénico, Eligio el enfermo emocional.

Álvaro Enrigue escribe: “Las épocas van nombrando las ideas políticas que las dominan, pero las buenas novelas siguen siendo legibles en el futuro que les corresponde porque quienes las escribieron tuvieron algo entre la clarividencia y la impaciencia para señalar lo que siempre está mal y puede corregirse” (Prólogo de “Ciudades desiertas”, edición Debolsillo, 2022).

José Agustín sostuvo una ruptura con su propia obra y sin embargo su estilo no sucumbió ni un ápice de transformación. Es el mismo el de “La tumba” y el de “Dos horas de sol”; el mismo de “Ciudades desiertas” y el de “De perfil”. Si bien los temas son abordados con una mejor técnica narrativa, el estilo sigue siendo el mismo. ¿Cuántos años le toma a un escritor fraguar el estilo? A José Agustín le bastó escribir su primera novela a los 17 años para descubrir un estilo que valía oro molido.

En conclusión, la “literatura de la onda” es un concepto chato, corto e insuficiente, que no se sostiene con argumentos de peso para referirse a un par de libros de José Agustín y no a toda su obra. Reducir sus novelas y cuentos a un estilo del habla de una generación llamada Beat o de la contracultura, es minimizar su capacidad creativa, literaria y polifacética para retratar o dejar testimonio de la sociedad mexicana de finales del siglo XX.

Y como bien dice el citado Álvaro Enrigue sobre su duende creativo: “A José Agustín le tocó capitalizar, y lo hizo mejor que nadie, las libertades ganadas por estos autores [Rulfo, Revueltas, Fuentes, Vicens]. Invirtió la fibra de su estilo en el pulso del habla y al hacerlo entregó un don raro y luminoso: la libertad de escribir como se nos dé la gana. Su herencia no es la de un insurgente, sino la del último depositario de un esfuerzo heredado por renovar críticamente las formas de contar”.

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