Las 10 mejores series del 2020 (Parte II)

David Moreno hace el recuento de sus series favoritas del año.

Una de las cosas más interesantes del 2021 será ver qué es lo que viene para la televisión mundial. Es claro que las condiciones sanitarias podrán ir mejorando poco a poco conforme avance el año y las campañas de vacunación contra el Covid-19 vayan alcanzando a un mayor número de gente, pero mientras eso sucede lo más probable es que tengamos que mantener un número reducido de actividades sociales, y ello por supuesto incluye al entretenimiento de carácter cultural.

Habrá que ver si las compañías de producción televisiva aprovechan el impulso que han tenido con este año y para este 2021 nos traen aún mayor calidad en sus parrillas de programación. Sobre todo, será interesante si permanece ese espíritu de reflexión que, tal vez provocado por la pandemia, se ha apoderado de una buena parte de la televisión del mundo que hoy parece preguntarse con insistencia hacia dónde vamos y si lo que hoy somos es un producto fiel de lo que alguna vez fuimos. Vamos con la segunda parte de las 10 mejores series del 2020:

La Valla (Atres Media)

            En un futuro no muy lejano un virus ha azotado al mundo entero. En Madrid la pandemia ha hecho aún más evidentes las brechas provocadas por la desigualdad. En plena ciudad se ha levantado una valla, un muro que divide a los privilegiados de aquellos que tienen que luchar por sobrevivir con los pocos recursos a su alcance. Por un lado, la vida transcurre sin problemas, con acceso a servicios de salud y todos los recursos; por el otro, se batalla por permanecer vivo, se lucha para no morir, no sólo por la enfermedad sino por no ser víctima del régimen del terror que se ha instalado en el país.

Se trata de una dictadura que reprime cualquier intento de rebelarse en contra del nuevo y terrorífico orden implementado por el miedo, por el terror.  Una familia se verá envuelta en esa situación extraordinaria, intentará mantenerse unida mientras el mundo se cae en pedazos a su alrededor, particularmente ante la desaparición de una niña que se une a la de muchos otros infantes que serán utilizados como conejillos de indias por el régimen.

Con “La Valla”, Daniel Écija nos presentó una alegoría futurista en el año de la explosión pandémica. Fue una interesante reflexión sobre las consecuencias que un virus provoca en una sociedad post capitalista, una sociedad en la que los de arriba acaparan todo en detrimento de aquellos que en estratos más bajos carecen de oportunidad para hacerle frente a una situación apocalíptica.

“La Valla” también fue una advertencia sobre lo que puede suceder en términos políticos si el miedo se apodera de un país y ello da paso a un régimen controlador, fascista, que en pos del supuesto orden instaura un gobierno al servicio de unos cuantos y represor de la mayoría. Un orden añorado por algunos, los cuales serían capaces de aceptar la perdida de las libertades si ello les garantiza seguir con su nivel de vida en detrimento del bien común.

 

El Colapso (Les Parasites – Canal +)

            “El Colapso” es una brutal serie sobre el fin del capitalismo y por ende del mundo como lo conocemos. El programa cuenta el final y lo hace sin recurrir a extrañas, complejas o fantasiosas explicaciones, apela a la más probable:  un sistema que ha dado todo de si, que ha provocado desigualdad y que ha generado a individuos interesados solamente en sí mismos, un día termina por romperse y provocar una crisis irremediable en la que la empatía desaparece y lo que impera es un bestial y devastador individualismo, la ley del más fuerte aparece creando situaciones en las que la humanidad verá florecer su lado más obscuro.

Creada por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, los 8 capítulos que conforman esta producción francesa tienen una duración máxima de 25 minutos todos filmados en plano secuencia provocando que la tensión nunca decaiga, que desde el primer minuto el espectador se vaya adentrando en revueltas, desastres ecológicos provocados por la falta de energía eléctrica, situaciones de abandono, mientras se sigue a los protagonistas –no necesariamente relacionados entre sí-  por circunstancias en las que la lucha por sobrevivir será brutal.

No hay ni buenos, ni malos, solo seres humanos que lo han perdido todo tratando de encontrar una manera de permanecer vivos en el medio de un caos para el que, evidentemente, no estaban preparados. Cada capítulo cuenta una historia diferente y cada uno está ubicado en distintos períodos de tiempo en relación al día cero, al día en el que todo estalló.

Al final, todo puede resumirse en una frase: sálvese quien pueda, quien tenga dinero o cualquier otro recurso intercambiable y que mantenga algo de valor, quien sea capaz de mirar a otro lado al momento en el que se cometa un acto ilícito o uno que atente contra la ética, contra los principios, contra lo que antes estaba bien. Esa brutalidad imperará en episodios que no dejan un momento para el respiro y en los cuales el espectador se verá enfrentado a una serie de situaciones producidas por una crisis cuyas bases están cimentadas en la realidad que hoy afrontamos. Y eso es lo que convierte a “El Colapso” en un producto verdaderamente aterrador.

 

The Boys (Amazon Prime)

            Está claro que el capitalismo es un sistema en crisis. Los valores que en algún momento se destacaron como los pilares del mismo cada día están más cuestionados. En el siglo pasado cuando el sistema estaba en su apogeo y parecía destinado a ser el modo de vida que llevaría a la humanidad a un mundo mejor, se crearon narrativas encaminadas a ser parte de la estructura que sostenía sus ideales. Una de esas narrativas fue la de los superhéroes, seres cuya moralidad estaba a prueba de toda duda, que representaban los más altos estándares sociales y éticos, personajes que ponían sus extraordinarias habilidades al servicio del orden que según debía predominar la concepción del mundo imperante en occidente.

“The Boys” derrumba por completo esa narrativa y se convierte en una férrea crítica de la misma. Aquí los superhéroes no están al servicio de una sociedad, sino de una gigantesca corporación, son personajes que sirven al dinero y a sus propios intereses.  Hombres y mujeres superdotados que son patrocinados por marcas las cuales se pelean entre sí para tenerlos en sus filas, les ofrecen millonarios contratos por lo que a la larga el único valor que reconocen es el del dinero. Son vendidos como los salvadores del mundo, salvadores del estilo de vida que por años se ha enarbolado como el más libre, como el más perfecto, pero que está irremediablemente corrompido por dentro, podrido, y con la urgencia de ser transformado.

Lo interesante es que la posibilidad de tal transformación tampoco viene de personajes supuestamente perfectos, sino de un grupo de excluidos, marginados que con todos sus defectos, con la violencia que practican, resultan en términos morales superiores a quienes están en la punta del iceberg social, lo cual dice mucho de la crisis que enfrenta un sistema que a la larga ha terminado produciendo a los “súpers” y a los “inadaptados”, seres que se convierten en la esperanza de la humanidad para rescatar algo de sí misma.

Violenta y sangrienta, “The Boys” no es una parodia del cine o las series de superhéroes como algunos la han interpretado. Se trata de una reinvención de los relatos predominantes dentro de ese tipo de productos audiovisuales, una tal vez más cercana a lo que sucedería si alguien con superpoderes apareciera para formar un concepto en plena crisis, en un mundo en el que la supervivencia del más fuerte se ha predicado incesantemente como uno de sus paradigmas más importantes, aunque ello implique producir una serie de injusticias que tratan de esconderse bajo la alfombra de la supuesta perfección con la cual trata de cubrirse la cada vez más evidente crisis que ha infectado a la sociedad moderna.

El Ministerio del Tiempo (RTVE)

            ¿A dónde voltear cuando la sociedad está en crisis, cuáles son los referentes a los que tenemos que acudir?, ¿qué fue lo que sucedió en otro tiempo que permitió que se saliera de atolladeros que parecían inexpugnables? ¿Cómo entender nuestro presente sino entendemos de dónde venimos y sobre todo, cómo podría ser el futuro si tomamos como base lo que fuimos y lo que ahora somos? Preguntas planteadas durante la magnífica y entrañable cuarta temporada de esa belleza que se llama “El Ministerio del Tiempo”.

“La historia es lo que es”, sentenciaba en algún momento Salvador Martí (el cada vez más maravilloso Jaime Blanch) en uno de los capítulos de la serie. Tiene razón, pero ello no significa que la historia sea una entidad muerta e inmutable, por el contrario: la historia cada día cambia, se resignifica, se transforma con base en nuevos descubrimientos y con las diversas reinterpretaciones que se hacen de los mismos. En ese sentido, lo mejor de El Ministerio es que habla sobre todo ello mientras nos pasea y nos hace redescubrir acontecimientos de la historia de España cuyo significado no solamente ha tenido trascendencia en aquel país, sino que también ha tenido repercusiones en todo el mundo. La lucha por los derechos, el enfrentarse a cambios producidos por guerras o por la transición política, los nuevos inventos y el arte como una forma de respuesta social a las injusticias, son temas que han estado presentes a lo largo de todas las temporadas, temas con las que cualquiera puede identificarse sin importar su ubicación geográfica.

La cuarta entrega fue estrenada justo cuando la pandemia por Covid-19 nos golpeaba con fuerza en su primera ola. Cuando el mundo entero se enfrentaba a una entidad desconocida y añoraba el pasado reciente, esa vida que en un parpadeo se le escapó confinando a una gran mayoría, alejándonos, quién sabe por cuánto tiempo, de aquello que entendíamos como libertad. Ahí es en donde surge una serie que nos hace pensar en las adversidades del pasado y en las victorias que se le sacaron en su momento a la adversidad. Y lo hizo con mucha inteligencia, con emotividad y humor, rescatando de las páginas de otros tiempos las biografías de personajes que merecían homenajes, de otros que murieron víctimas de la injusticia y de circunstancias que en su momento parecían infranqueables, pero a las que los involucrados en las mismas se terminaron adaptando.

Debo decir que El Ministerio presentó los que, a mi juicio, son los dos momentos más hermosos de la televisión del 2020. Uno: son los años ochenta, en los albores de la epidemia del Sida, donde Raúl Prieto canta una dolorosa y conmovedora versión de “Life on Mars” de David Bowie, mientras Pacino –uno de los mejores y más queridos personajes de la serie interpretado por el carismático Hugo Silva– le mira con estupefacción, con el rostro de un hombre que asombrado asiste a la transformación de una sociedad en el auge de la “Movida Madrileña”, del despertar cultural y artístico de una ciudad que se reconocía a sí misma después de décadas de dictadura, al mismo tiempo que se despide de un amigo que ha caído víctima de un virus recién descubierto.

Dos: viajando por el tiempo uno de los agentes del Ministerio, Julián Martínez (Rodolfo Sancho, sólido en su interpretación) acompaña a Federico García Lorca (Ángel Ruiz, simplemente espectacular) a un bar en Granada en 1979. Antes, Julián le ha advertido que no regresara a esa ciudad en 1936 porque sería asesinado. García Lorca le mira con un dejo de duda en la mirada, duda que se disipa completamente cuando al interior del recinto escucha a Camarón de la Isla ponerle música a uno de sus poemas: “La Leyenda del Tiempo”. Emocionado, Federico García Lorca se maravilla porque después de tantos años el país aún le recuerda. Entonces se da cuenta: es él quien ha ganado. Y es también cuando el espectador termina por entender que la poesía, la música, el arte, siempre estarán ahí para hacernos ganar, para hacernos prevalecer sobre cualquier crisis a la cual tengamos que enfrentarnos. Una belleza.

 

The Last Dance (Netflix)

            “The Last Dance” significó un regreso a una época en la que creímos que era posible volar. Y no, no hablo en un sentido figurado. Ver a Michael Jordan desplazarse sobre una duela de basquetbol era ver por primera vez a un hombre elevarse por el aire, sostenerse, aunque sea por unos segundos en él y realizar cosas que jamás habíamos visto. Todos los que vivimos aquellos años, incluso aquellos a los que el deporte en general y el basquetbol en particular les tienen sin cuidado, sabían quién era el número 23 de los Toros de Chicago. Su fama traspasó las fronteras del deporte y se instaló para siempre en los de la cultura pop y la serie lo deja claro: Jordan es ante todo un fenómeno cultural irrepetible.

La serie sigue al astro y a todos aquellos que lo rodearon para que sobre su eje se construyera una de las dinastías más legendarias del deporte: la de los Toros de Chicago de los años noventa del siglo pasado. Un equipo que tuvo de todo: a otro fuera de serie para apuntalar a Jordan como lo fue Scottie Pippen; a un excéntrico, pero fantástico jugador como Dennis Rodman y a un entrenador como Phil Jackson que fue capaz de poner todas las piezas en el tablero para que estas se movieran como nunca antes se había visto en un equipo de baloncesto.

Pero no es sólo eso, por momentos “The Last Dance” parece convertirse en un estudio psicológico sobre la personalidad ganadora de Jordan. Su obsesiva competitividad raya en lo enfermizo y eso es algo que la serie no tiene ningún empacho en mostrar, lo que lleva al espectador a preguntarse sobre si uno de los requerimientos para estar en la cima es la obcecación, esa que lleva a un personaje como Jordan a ser una especie de isla humana, un hombre que mira –en muchas ocasiones- a quienes le rodean como simples mecanismos que le ayudarán a conseguir su propósito y a sus rivales como individuos a los que hay que aplastar, despedazar y reducir al mínimo.

Al mismo tiempo, “The Last Dance” es un brutal relato sobre la vida en los niveles más altos del deporte profesional, niveles en los que las estrellas tienen que ser tratados con pinzas para que mantengan la mente y el cuerpo enfocados en un objetivo común. Y claro, también tiene momentos épicos, aquellos que hacen del deporte algo hermoso, emotivo y pasional. Esos instantes en los que el mundo se detiene para ser testigo de una linda hazaña, de una jugada en la cual las capacidades atléticas son llevadas a límites nunca antes vistos.

Al final “The Last Dance” fue una serie que hizo algo sumamente importante en estos tiempos: renovar nuestra capacidad de asombro. Volvimos a pensar que los imposibles no existen, que el trabajo duro es el mejor camino hacía el éxito, que a veces triunfan los mejores, que la vida no solamente está hecha de cosas complejas sino también de aquellas que se disfrutan, de momentos  a los que –gracias a la tecnología y al lenguaje audiovisual que se transmite a través de ella– podemos asistir de nuevo una y otra vez para recordarnos lo que fuimos, lo que soñamos en tiempos que se nos escaparon por entre las manos, tiempos extraordinarios que seguimos contemplando genuinamente maravillados.

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