Siguiendo los pasos de José Agustín: in memoriam

En su texto a manera de homenaje, el escritor de origen maya Edgar Rodríguez Cimé rememora su encuentro con el Jefazo José Agustín, pues gracias a este autor mexicano se dio cuenta que se podía intentar vivir de la literatura y trazar un camino literario...

No a todos los dedicados al oficio de la escritura les va igual. Hace unos días, lo leía de nuevo: “los tres tipos de escritores: los que nunca venden obra (90 %) y se conforman con “publicar”; y quienes obtienen dinero de su literatura: los que viven de las becas (8 %), y los “iluminados” (2 %) que venden obras para vivir.

En Méjico, por ejemplo, bastantes literatos han vivido de las jugosas becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Por el contrario, muy pocos han logrado vivir de la venta de su propia obra y oficio, como el irreverente narrador mejicano José Agustín, fallecido el 6 de enero de 2023.

Desde muy joven, antes de sus veinte años, comenzó a vivir de su literatura, totalmente. Como freelance: escritor contratado en revistas y periódicos, pero también de los derechos de autor de su primera novela, inaugurando un nuevo género en nuestro país: literatura juvenil. “La Tumba”, impone nuevos lenguajes, personajes, escenarios e historias: las de los jóvenes de los años 70 del siglo XX.

Durante su larga carrera, el jefe Agustín produjo cine, teatro, periodismo, pero sobre todo literatura. Más de treinta obras exitosas lo avalan. De “La Tumba” a “Diario de brigadista en Cuba”, media buena parte de la mejor literatura de Latinoamérica, de la cual vivió, bebió y viajó para contarlo.

Hubo una vez que tuve la fortuna de entrevistarlo. Siendo fan de su literatura me cité con él en el hotel Los Aluxes, en la calle 60 rumbo al Parque de Santa Ana, en el centro histórico de la Mérida boutique, luego de una conferencia la noche anterior. No solo aceptó la entrevista, sino literalmente charlamos mientras comíamos, como colegas, un sabroso desayuno.

El maestro nunca tuvo necesidad de laborar en oficinas culturales del gobierno, y tampoco depender de becas mensuales por años. De la venta de sus obras comía, vestía, adquiría nueva cultura y viajaba. Incluso hasta el final, ya retirado e inactivo debido a un aparatoso accidente, continuaba viviendo y vistiendo con ingresos obtenidos de editoriales nacionales y extranjeras.

El master y yo somos de la misma época de la Literatura de La Onda, nacida entre la juventud rebelde de Estados Unidos y exportada hasta el Detritus Federal, para irradiarse por el territorio nacional. Pero mientras él se dedicaba a producir literatura de la buena, yo me lancé a vivir la experiencia ondera de los “viajes” en diversos “vehículos”: desde cannabis hasta alucinógenos.

Al igual que el poeta Arthur Rimbaud, quien luego de escribir tempranamente su obra poética se lanzó por tierras lejanas de África a vivir una vida sórdida y miserable hasta su muerte, el servidor de ustedes desde temprana edad se dedicó a vivir una vida -ininterrumpida- de nuevas experiencias: sensoriales / alcohólicas / sexuales / libertinas, hasta que los excesos, sobre todo de alcohol, hicieron de las suyas.

A los 35 años, agotado y enfermo, me encontraba en un oscuro agujero a muchos metros de la superficie, donde se realizaba la Vida. Y yo, quería, deseaba, aspiraba seguir viviendo esa Vida de afuera. Y como en el poema “Por qué me alejé del vicio”, comencé una vida nueva y mi formación literaria -deseada desde adolescente- cuando quería estudiar Filosofía y Letras, pero no existía la carrera en ninguna universidad pública ni privada.

Lecturas, tallereo individual, autocrítica feroz, corrección, más tallereo, que me obligaba a cambiar constantemente letras, frases, ideas, párrafos, pero nunca a desechar un tema. Ni siquiera el primer escrito tallereado solito, conservado y publicado años después en el libro Mérida Desmaderna: crónica de un salón de baile popular donde unos chavos ligan y conocen el lugar. Así estuve hasta conseguir el aval literario del narrador yucateco Joaquín Bestard Vázquez.

Crónica / ensayo / testimonio / relato / auto biografía / entrevista / diccionario juvenil, todo un intento de hacer literatura para los de Abajo, los Nadie, los Invisibles. En la línea literaria de Ermilo Abreu Gómez, pero más profunda, propuse nuevos personajes: mayas y jóvenes urbanos rebeldes; en fin, me puse a producir literatura.

¡Aviéntense Todos! (chavos banda), “Ciudad Blanca” o Ciudad de los blancos (crónica), Mérida sin Arrebol (las otras Méridas), Rock en Ichkaansihó, Mérida Desmaderna (1960-2000), Culturas juveniles en el Mayab, Baax pasa brother (diccionario juvenil), No tengo tiempo de cambiar mi vida, Sexo Virtual, La rebelión de Jacinto Kanek (narrativa), Felipa Poot Tzuc: heroína maya del siglo XX (ensayo), y Hablan 13 escribas (inédito).

Emulando a José Agustín, esta literatura irreverente / popular / intercultural y contracultural, gustó, no solo a su propio público, mayas y jóvenes, sino también a intelectuales, contestatarios y conservadores, así como jóvenes universitarios. Y empecé a medio vivir de freelance y medio vivir de la venta de obra en algunas librerías, amigos y nuevos lectores.

Después de 15 textos publicados y luego de 30 años sobreviviendo de literatura propia, que me daba para comprar libros, cervezas y viajar por ciudades de Méjico (los viajes al extranjero me los regaló el Destino), me di cuenta que había seguido el camino trazado por mis referentes literarios. Algo que, hasta hace poco, solamente podía decir en Méjico José Agustín y unos cuantos más, y en Yucatán mi maestro: el novelista Joaquín Bestard. ¡Larga vida a los jefazos…!

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