Un fresco cinematográfico dirigido por Yazpik: “Polvo”

La película está en cartelera de cines comerciales.

Ante el recrudecimiento de la violencia en varias zonas de México, uno de los temas de discusión que se han vuelto recurrentes es sobre cómo la cultura popular ha influido para normalizar e incluso idealizar la vida en el crimen organizado. No ha faltado quien se ha pronunciado porque el cine y la televisión eviten tocar cualquier tipo de tema relacionado con el narcotráfico. Me parece que lo anterior sería un error por dos razones: la primera, porque toda censura implica un golpe a libertad de expresión; la segunda, porque una de las funciones más importantes que tienen tanto el arte como los medios que lo difunden es la de plasmar las realidades que se viven en el país, y una de ellas tiene que ver precisamente con lo que está pasando en torno al crimen.

Contar la realidad nacional y todas sus implicaciones, incluido el narcotráfico, es importante para que el espectador tenga un instrumento más para reflexionar sobre la misma, pues esa es una de las facetas que deben cubrir tanto el cine como la televisión. La diferencia creo que la puede hacer la manera como se abordan las temáticas relacionadas con el crimen para evitar poner a los criminales en posiciones de héroes y con una vida envidiable. En este sentido, “Polvo“de José María Yazpik es una muestra de lo anterior. El debut como director del estupendo actor mexicano retrata muchos de los aspectos relacionados con el narco, pero sin incurrir en la violencia excesiva o en el encumbramiento de los criminales. Por el contrario, Yazpik filma con enorme naturalidad una historia en la que los personajes son retratados como parte de una coyuntura, una cuyas circunstancias los llevan a vivir todas las derivaciones que vienen implícitas con el arribo del narco a una región.

Situada en el año de 1982, la historia se centra en el “Chato” (el propio Yazpik), un hombre que salió de su pueblo para probar fortuna en el mundo del cine en los Estados Unidos. 10 años después, su aventura hollywoodense evidentemente ha fracasado, y para sobrevivir el Chato se ha envuelto con una banda de criminales que ha perdido un importante cargamento de cocaína. El piloto que transportaba la droga la ha tirado antes de estrellarse y los paquetes han caído en el pueblo de origen del Chato: San Ignacio, una pequeña y pintoresca comunidad ubicada en el interior de Baja California. El jefe del Chato le envía a recuperar la droga por lo que el personaje regresa al poblado para recolectar los paquetes y evitar que la incursión de recuperación del estupefaciente se haga de manera violenta.

San Ignacio es una comunidad que vive en otro tiempo. La señal de televisión no llega hasta la localidad y las únicas maneras de comunicarse con el exterior las constituyen una cabina telefónica de larga distancia y la carretera que le comunica con otras vías de mayor importancia; por lo tanto, los pobladores son completamente ajenos a casi todo lo que sucede en el exterior. El Chato les convencerá que el polvo que ha caído en paquetes es para ser utilizado en la industria farmacéutica y que por cada paquete que le entreguen les dará a cambio 100 dólares.

A partir de entonces comienza una historia en la que de manera muy sutil e inteligente, Yazpik va a mostrar los efectos que provoca en una comunidad la infiltración del dinero del narco: los estudiantes abandonan las escuelas y el deporte ante la posibilidad de ganar mucho dinero; los hombres y las mujeres de San Ignacio transforman su estilo de vida, incluso su indumentaria, gracias a las nuevas oportunidades que los dólares les presentan y que los rescatan del olvido y de la indiferencia del Estado y del gobierno mexicano, cayendo incluso en simpáticos excesos.

Yazpik narra esa historia mientras su personaje se enfrenta a un pasado que le pudo representar otra vida de haberse quedado en San Ignacio, una que le pudo haber alejado de la que lo ha llevado a jugarse su propia existencia y a poner en riesgo al pueblo y a las personas que realmente le importan. Una vida al lado de Jacinta (una comedida y fantástica Mariana Treviño), su amor de juventud, quien cansada de esperar su regreso decidió casarse con Toto (el policía, maestro y entrenador de béisbol del pueblo interpretado por Adrían Vázquez) a pesar de seguir atada de manera muy significativa al Chato.

El gran acierto de Yazpik es el de dotar a su narrativa con tintes de comedia costumbrista. Existe un enorme dejo de nostalgia por un tiempo cargado de una honesta y singular inocencia, por lugares que quizá debieron quedarse congelados en el tiempo y escapar de un futuro que irremediablemente les iba a alcanzar alterando su modo de vida. El Chato es un hijo pródigo que observa cómo ese mundo aparentemente ideal se le escapa, en gran medida gracias al conflicto que él mismo ha provocado. Yazpik pone al servicio de su personaje esa gran capacidad que tiene para proyectar en la mirada cansancio, cierto matiz de tristeza e incluso un moderado nivel de patetismo.

A través de sus ojos el espectador compartirá el desmoronamiento de un mundo ideal, de ensueño, para dar lugar a otro del cual es muy complicado escapar. Una mirada que se acrecienta por el retrato que la cinematografía de Tonatiuh Martínez hace del pueblo, de sus habitantes, retratados con tonos que irremediablemente generan una sensación evocadora de un México que se perdió justo a principios de los ochenta, esos años cuando el tráfico de drogas en nuestro país aumentó, cuando la guerra contra las drogas que la administración Reagan comenzó en Estados Unidos convirtió a su vecino del sur en un paso obligado de estupefacientes, transformando para siempre muchas de las regiones del país.

“Polvo” es una linda y entrañable fábula con un subtexto demoledor. Una agridulce y deliciosa película que enfrenta irremediablemente al espectador con la historia de nuestro país al trasladarlo a su pasado más reciente y observar su irremediable transformación. Una película que viaja a otra época para contarnos la nuestra. Es un filme sobre el narcotráfico en el que no se derrama sangre a niveles excesivos y que, sin falsas ni exageradas pretensiones, dibuja a personajes que están muy lejos de convertirse en héroes, seres con vidas de ensueño a las que pueden llegar por la vía del dinero sucio. Por el contrario, “Polvo” cuenta cómo personas buenas y nobles como El Chato son víctimas de las circunstancias, de un mundo que no les deja más opción que la de corromperse; eso sí, tratando de evitar en la medida de lo posible que tal corrupción les arranque lo que les queda de humanidad.

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