Terrazas y Thierry cierran la Temporada 35 de la OSY

Remate de oro para la OSY con Mozart y Pergolesi en el programa final.

La Orquesta Sinfónica de Yucatán volvió a acertar despidiéndose con Mozart. Para la segunda mitad de su concierto séptimo, estipuló a Juan Bautista Pergolesi, de manera que cerró una temporada más -la treinta y cinco- acumulando aciertos que refrendan su jurisdicción cultural en Yucatán. Juan Carlos Lomónaco sabía que la selección bajo su batuta sería un éxito más. Eligió elocuencia y estuvo en lo cierto.  

La Cuarenta de Mozart es una sinfonía, cuyo estribillo inicial, muestra una de varias rúbricas del genio. La celebridad de esta es como el polvo: aparece en todos los rincones. Es omnipresente en colecciones incipientes y -obviamente- en las más especializadas. Ha sido frecuente en la cinematografía, documentales, en espacios publicitarios y hasta en las alarmas de los celulares. Muy común -demasiado- pero es otra historia escucharla en vivo. Se engrandece su carácter y toca el sentimiento con propiedades reconstituyentes para el ánimo. Tiene la decencia de empezar musitando, con voces de chelos y cuerdas, igual que un amanecer. Y unos instantes después, matices amplios. Crea líneas que se repiten y derivan en frases sorprendentes.

La soprano Irasema Terrazas.

Mozart utiliza un formato -habitual de las sinfonías- que conoce bien. No cede a las prisas en sus cuatro movimientos y va confesando su inspiración como contando una infancia, la que nadie -salvo él y solo él- tuvo en la Historia del Arte. La capitanía del concertino Gocha Skhirtladze fungía apuntalando el canto de violines y chelos, facultando la labor del director. Como era de esperarse, el primer movimiento movería a muchos a soltarse en aplausos. Afortunadamente, no ocurrieron. El Andante nacería sin interrupciones, desplegando candor con el garbo de cornos franceses y violas en contracanto.

Paulatinamente, ese revoloteo de frasecitas persistentes, iba constituyendo un cenit: sin previo aviso, la oración se hace gigante, con ganas de cortar la respiración. El segundo movimiento rige a la obra por su profundidad, alcanzada con elegancia en su entramado. Sí, es inevitable que sorprenda y haga palidecer otras formas de religiosidad. Se trata de Mozart: quedarse atónito, entonces, es normal. Los movimientos restantes celebraron un encuentro cadencioso, como una danza para la imaginación. Finaliza la interpretación y los aplausos contenidos estallaron afectuosos por la perla recibida.

Irasema Terrazas y Gabriela Thiery dirigidas por Lomónaco.

Pergolesi, del Barroco tardío, consagró la ocasión con su Stabat Máter, transfiriéndose a voces de mezzosoprano y soprano. Para la ocasión, respectivamente eran Gabriela Thierry e Irasema Terrazas, dueñas irrevocables de aquel léxico entonable. Muy bueno fue que pudieran venir; ojalá decidieran radicar en Yucatán. Maduras y certeras en cada matiz, sus voces estaban íntimamente aliadas entre sí, sorprendentes por su firmeza como por la condolencia que divulga el texto. El acompañamiento, ahora transformado en orquesta de cuerdas, se ataba a ellas, perfeccionándose en acentos y vigores. Pergolesi entendió la solidez de aquel significado y convirtió plegaria y sufrimiento en partitura. Destacada entre decenas de versiones de otros tantos creadores, la desolación de María la Virgen se amplificaba con música y estrofas, convirtiendo en templo al Peón Contreras con aquel rosario de elegías.

La docena de lamentaciones compendia cantos que exhiben una inteligencia fuera de clasificaciones. Pergolesi, como Mozart, también es un portento desde niño y representa una clave en la música cantada para tiempos posteriores. Terrazas y Thierry, confabuladas con la Orquesta Sinfónica de Yucatán, mostraron con solvencia el fervoroso sentido de la Música, otro de camino de la oración. Arte al final de cuentas, quedó como insignia de una orquesta versátil y comprometida. Junto a ella, sumamos la esperanza de volvernos a encontrar. Tantos aplausos, dan fe. ¡Bravo!

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